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Rossellini

El ciclo Rossellini es una de esas gozadas del espíritu, como se decía antes de la transición democrática, que suceden de tarde en tarde, para que alma y cuerpo no se malacostumbren y pidan la luna un día sí y otro también. Bien están Roma citá aperta o Paisá como insuperables contribuciones a un cine antifascista, imprescindible para la supervivencia de la memoria y el futuro democrático Pero la estatura de Rossellini se acrecienta desde su cine mal comprendido por su contemporaneidad, y lamento no llevar sombrero para poder quitármelo ante Alemania año cero o Viaje a Italia, origen de una nueva narrativa cinematográfica que llegó a los laboratorios de Antonioni y a la libertad de espíritu de la mejor parte de la nouvelle vague.

No creo haber añadido nada a la historia de la crítica cinematográfica con lo dicho, y me sirve sólo de pretexto para una brevísima encíclica sobre el papel de la obsesión personal y el ensimismamiento en la posibilidad de toda obra de arte singular. Rossellini no hizo caso ni a sus críticos ni a un público que bostezaba ante lo que parecía morosidad en el relato y trivialidad de la historia. A la crítica suele pasarle lo mismo que a los materialistas vulgares, que son los últimos en enterarse de la propuesta del autor y cuando se dan cuenta de que ya están maduros para asimilarla entonces la asumen con el más pragmático de los entusiasmos. El día en que los críticos partan de la posición teórica en el terreno de juego de que son como analfabetos que han de aprender a leer ante cada propuesta de lectura, ese día la crítica tendrá algún sentido.

Y ahí quedará El general della Rovere, una de las obras de arte que han aportado un mito no sé si a la premodernidad, la modernidad, la posmodernidad o al cantón de Cartagena. El mito de la aproplación indebida o debida de una dignidad prestada. El chorizo que está dispuesto a ser fusilado, imbuido de que debe morir como un general de la Resistencia y no como un chorizo colaboracionista de los alemanes, merece un lugar de honor en el museo de la mitología del siglo XX, junto al Che, Marilyn Monroe, Lenin, los Beatles y el señor Rodríguez de la Borbolla.

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