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'Creación literaria' y formas de calabaza

La taxonomía o la taxinomia, como parece que es más correcto escribir, la teoría de la clasificación, da bastante que hacer hoy y lo dio en tiempos remotos. Lo comprobamos desde la época en que un poeta cómico griego describió a los discípulos de Platón estudiando historia natural. Andaban los jóvenes separando animales de plantas, ordenando luego especies vegetales... hasta llegar a la definición y clasificación de las calabazas. En este momento crítico, mientras unos meditaban cabizbajos, hubo otro que afirmó rotundo que la calabaza era un "vegetal circular"; un segundo que dijo que se trataba de una "hierba" y un tercero, más audaz sin duda, que llegó a la conclusión de que en realidad era una especie arbórea. Ante tales resultados, cierto médico siciliano que asistía a la clase se permitió ásperas burlas. Pero el sabio, viejo y benévolo maestro recomendó a los muchachos que comenzaran otra vez el ejercicio clasificatorio. Epícrates, que es el poeta que nos cuenta esto, no dijo nada respecto al resultado del segundo esfuerzo. O si lo dijo, el que conservó este preciso fragmento, Ateneo, no lo reflejó.Y el caso es que se sigue clasificando, y con frecuencia bastante mal, por lo que se oye. Aquí, en España, entre gente que no son muchachos inexpertos y que por desgracia para ellos tampoco podrán tener un maestro como Platón, se clasifica a la gente que escribe en creadores y otros que no lo son, o no lo somos: eruditos, hombres de fichas, datos, papeles y libros. Los creadores, claro es, se sienten superiores en su actividad, muy parecida a la del Padre Eterno o Supremo Hacedor. Crean: es decir, escriben novelas, cuentos, relatos de su propia cosecha y componen poemas, en verso libre o no libre. Los no creadores son unos forzados de la pluma que escriben sin crear nada. Alguna persona cándida se pregunta si este principio taxinómico o taxonómico es cierto o no: otros, atrevidos e irrespetuosos, le niegan validez. Consideran que los que lo siguen pueden llegar a conclusiones como las de los jóvenes de la Academia (platónica), que afirmaban que la calabaza es una hierba o un árbol. Lo apoyan con razonamientos que, en términos resumidos, son éstos. Escribir una novelita, una novela, un no velón o una novelona (género que ahora se cultiva mucho), siguiendo patrones y recetas conocidos, no es ser creador. Es ser imitador, mejor o peor, de algo ya hecho. No es lo mismo crear la novela picaresca que escribir por enésima vez una novela de este género. Otro tanto pasa con otros tipos de novela, que se es criben ahora usando recetas y topicazos. Con la poseía ocurre lo mismo. Cuentan que Rossini, oyendo una ópera, de vez en cuando saludaba ostentosamente. Los que estaban cerca no veían a quién. El músico, refiriéndose a lo que oía, les aclaró: "Saludo a los viejos conocidos". Sí. Viejas melodías, viejos giros, repeticiones sabidas o ignoradas... Pero la música es creación. La poesía también... y la novela.

¿La historia, la filología, el saber erudito en general? ¡Pché! No, no es Creación con mayúscula. Pese a Herodoto, a Tucídides, a Salustio y a Tácito. Tampoco lo son, claro es, otras ciencias que al creador le quedan todavía más lejanas en su ignorancia creadora. En última instancia -repito- hay gente que no acepta la clasificación aludida y que hasta se enfada como el médico siciliano del que habla Epícrates en su fragmento.

Pero sintámonos platónicos. Sintámonos académicos. Sintámonos benévolos y volvamos a explicar principios clasificatorios, comenzando por las mismas calabazas. ¿Son un simple objeto redondo? ¿Son una hierba?

¿Son una especie arbórea? Parece que no. Parece que son el fruto del calabacero y que se llama también calabazas o calabacines a las personas ineptas o ignorantes.

Es decir, que debe existir una calabacera humana que es fecunda, sin duda, a juzgar por la abundancia de sus frutos, de formas distintas, como lo son las calabazas vegetales. Porque hay la calabaza política, la calabaza económica. También la literaria, e incluso la calabaza creadora, que es la que representa el creador de receta, el que cree que crea utilizando fórmulas mostrencas y de mogollón y que usándolas se siente iluminado por luz sobrenatural. Pero lo que tienen de receta y cosa aprendida las obras grandes del arte y de la literatura todas las personas inteligentes lo saben. Lo que hay de repetición zafia en las obras de los mediocres no lo sabe nadie. Porque nadie las lee y los que las han creado se imaginan que les inspiró Minerva, y desprecian todo lo que ignoran. Por eso hay una clase de calabaza constituida por ellos mismos.

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