Kinnock y Thatcher mantienen las espadas en alto
CARLOS MENDO Las espadas siguen en alto en el debate sin fin entre la primera ministra, Margaret Thatcher, y el líder de la oposición, Neil Kinnock, en torno al procesamiento de un alto funcionario del Ministerio de Defensa por pasar información sobre el hundimiento del General Belgrano a un diputado laborista y sobre el mismo hecho del hundimiento del crucero argentino.
La intervención, ayer, de los dos líderes políticos durante el turno de preguntas a la primera ministra así lo demuestra. La tormenta política, que amenaza con entorpecer el procedimiento en la Cámara de los Comunes, tradicionalmente consensuado entre los distintos portavoces parlamentarios, estalló el pasado martes, cuando Kinnock se negó a aceptar la palabra de honor dada por Margaret Thatcher de que no había tenido nada que ver con el procesamiento de Clive Ponting, una negativa sin precedentes en la historia de la Cámara de los Comunes.
En la sesión de ayer, durante un momento, pareció que las aguas iban a volver a su cauce y a renacer la calma. Fue cuando Kinnock manifestó, después de recibir tres cartas de Margaret Thatcher -la última, de cuatro folios-, que, a la vista de la información facilitada por la primera ministra, estaba dispuesto a aceptar "sus seguridades" de que no había intervenido en el procesamiento de Ponting. El funcionario fue absuelto por un jurado del delito de haber contravenido la ley de Secretos Oficiales por haber pasado dos documentos relacionados con el hundimiento del Belgrano a un diputado laborista.
Pero la primera ministra volvió a añadir leña al fuego cuando, con voz tensa, manifestó que en la última de una serie de tres cartas dirigidas al líder laborista, en la contestación de éste "no existía la menor traza de disculpa o de que pensara retirar sus acusaciones". Además anunció que había mandado una cuarta carta a Kinnock.
Kinnock saltó como un autómata. "¿Cómo disculpas?", preguntó. "Las disculpas debe ofrecerlas la muy honorable señora por la incalificable acción de sus ministros al intentar confundir a la Cámara", añadió, en una referencia a las contradictorias declaraciones hechas por el secretario de Defensa, Michael Heseltine, y por su ministro de Estado, John Stanley, en los Comunes, sobre el incidente del Belgrano.
Margaret Thatcher, uno de cuyos ayudantes manifestó que "no le gusta nada que la llamen una maldita mentirosa", saltó en defensa de sus ministros. "Nadie ha intentado confundir a esta Cámara", gritó, imponiendo su voz chillona sobre los abucheos procedentes de los escaños de la oposición. Pero el Gobierno, añadió, tiene el deber de no revelar información confidencial sobre la campaña de las Malvinas, y a este respecto recordó que técnicamente todavía no se ha producido un cese oficial de hostilidades entre el Reino Unido y Argentina.
La confrontación epistolar entre la primera ministra y el líder de la oposición ha producido hasta ahora el intercambio de nada menos que siete cartas.
En la última de Kinnock, el líder laborista incluye un anejo de 16 preguntas sobre el hundimiento del crucero argentino, que costó 368 vidas, y el comportamiento de los responsables políticos del Ministerio de Defensa. La posición mantenida por varios diputados de la oposición es que el buque argentino fue hundido cuando se apartaba de la zona de guerra declarada por el Reino Unido y que la decisión de hundirlo fue tomada con el fin de sabotear un plan de paz propuesto por el Gobierno peruano.
Todo presagia que el debate del lunes sobre el tema del crucero General Belgrano será tormentoso y que el Gobierno, y principalmente el ministro de Defensa, tendrá que sufrir un acoso en toda regla por parte de toda la oposición parlamentaria. Heseltine se ha anticipado a las posibles demandas de la oposición anunciando que no tiene intención de dimitir.
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