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Tribuna
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Tiempos posmodernos

Todavía no hemos aprendido a pronunciar hasta sus últimas denotaciones deconstructivas la palabra modernidad y nos enteramos de que ahora se lleva ya lo posmoderno. En otra de nuestras tradicionales fugas verbales hacia adelante, venciendo la resistencia de los hechos, pero dejando atrás invencido a nuestro eterno enemigo, la realidad, hemos vuelto a quemar etapas futuras y decidido pasar directamente al siglo XXI sin haber terminado de entrar en el siglo XX, e incluso arrastrando pesados lastres multisecualres.Pero ¿qué es eso de la posmodernidad? Después de un atracón de nueva filosofía y sociología europeas, uno se atrevería a resumir en cuatro las características que delimitan el concepto actual de posmodernidad, sin divagar sobre sus eternas connotaciones vanguardistas:

1. La tercera ola posindustrial y la revolución científico-técnica de la microelectrónica aplicada y la ingeniería genética y médica, productoras de crisis económica, paro, ocio electrónico comercializado y de un boceto premonitorio de nuevo hombre nacido in vitro o en madre alquilada, de esperma congelado, con el corazón de plástico o de mono y con parte de sus funciones cerebrales delegadas en un ordenador personal o colectivo.

2. Este embrión ciborgiano de hombre desempleado, desmadrado, descongelado, descorazonado y descerebrado se proyecta ya en lo social (en el fin de lo social y de la sociedad del trabajo) en forma de ausencia de deseo, pérdida de expectativas, atomización browniana, ensimismamiento hedonista, devolición masiva o desistimiento de la voluntad a favor de unos pocos decididores, elegidos o no, acelerada en la generación derrotada del Mayo francés y desilusionada del modelo alternativo comunista. A todos los des del arquetipo posmoderno habría que añadir, pues, los de des-mayado, desencantado, desideológizado y desmovilizado (acaso más que de posmoderno habría que hablar del hombre desmoderno). Lo cual se refleja en una especie de nihilismo inhibitorio con respecto a la militancia en partidos, iglesias (familia, municipio), sindicatos y otros polos de cohesión social tradicionales, a favor de una moral individualista de carpe diem o búsqueda del máximo de goce ahora.

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3. En lo cultural, la revolución de los media microelectrónicos, vehículos, al menos de momento, subculturales (videojuegos, videoclips, videoclubs, el medio es el masaje) y robinsonianos; la prioridad al saber seudotecnológico no humanísticamente enmarcado y la dejación anquijosante de funciones intelectuales en la máquina; la apreciación del saber no técnico por su simple valor de cambio (de estado social) y, en todo caso, de uso pueril y puramente lúdico; la tabla rasa con respecto al pasado, la pobreza del lenguaje coloquial, acorde con la indigencia mental, santificado por el stablishment artístico-literario posmoderno.

A punto de utopía

4. Los nuevos filósofos europeos, tras levantar acta de esta situación triplemente caracterizada, investigan las nuevas formas de acoplamiento mental y adaptación semiótica de un nuevo discurso ideológico progresista y de los metarrelatos históricos, para volver a hacerlos atractivos a la masa. Cogida en bocadillo entre los filósofos y profesionales armados de misiles de la nueva derecha y los no menos armados de la vieja izquierda marxista y socialdemócrata, la nueva filosofía, que se hace llamar provocativamente posmoderna, busca una tercera vía de recuperación del sentimiento colectivo de lo social, para sacar a la sociedad actual de su atonía je m'enfoutiste y del peligro consiguiente de fascinación por arriba y por abajo (como ocurre en Francia). Y en ese trabajo de desbroce se produce el redescubrimiento de oasis utópicos perdidos bajo la arena del desierto de trivialidad y desconcierto ideológico del europeo actual. Oasis que despuntan en movimientos como el ecologismo pacifista alemán, el resurgir obrero en el Reino Unido, la pujanza renovada del comunismo italiano y el propio movimiento filosófico posmoderno francés, como síntomas de que Europa pudiera estar viviendo un momento croceano de "utopía a punto de irrumpir en la realidad". (Para apoyar

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estos cuatro puntos, qué remedio, habrá que aludir de una vez a Lyotard, Baudrillard, Derrida, Bouvresse, Touraine, Foucault, Habermas, Williams, etcétera, y leer entre líneas la información internacional de los periódicos.)

Pero, bueno, volvamos a la candente realidad patria. Si nos saltamos a la torera los puntos uno y cuatro, resulta que, sin que aquí se haya producido revolución científico-técnica alguna (que inventen ellos) ni pensamiento (lejos de nosotros la funesta manía de pensar) que expliquen nuestra realidad, ésta es, aparentemente, posmoderna en lo social y cultural. Y no de ahora, sino desde hace tiempo. Empezando, sin jugar demasiado con las palabras, por el hecho de que muchos españoles vivían ya descorazonados, descerabrados y desocupados (o emigrados) bajo la dictadura, antes de terminar, estando, además, desencatados y desmovilizados en la democracia. Sin siquiera haber entrado en la modernidad este país, ya Ortega, precursor también sin quererlo del posmodernismo, se adelantaba a Foucault (en su preocupación por el souci de soi) y Lyotard (en la observación del sí mismo) con la denuncia de una sociedad española particularista, en la que "cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte", y "las partes del todo comienzan a vivir, como todos, aparte". Y venía de lejos ese fenómeno de nuestra vida social, marcada, según Ortega, por la "perdurable modorra de idiotez y egoísmo que ha sido durante tres siglos nuestra historia". Unamuno, aunque propusiera, paradójicamente, españolizar a Europa, sólo salvaría de la quema de valores al honrado pueblo llano, hacedor de la intrahistoria. Baroja denunciaría nuestra tendencia a aislarnos en nuestras ideas fasilizadas. Valle haría oscilar el individualismo esperpéntico español entre Bradomín y Max Estrella. Machado reconocería en la Castilla andrajosa e ignorante la cerrazón española...

No se sabe qué diría hoy Ortega si levantase la cabezas y viera hasta dónde se lleva el particularismo en la nueva España invertebrada (aunque, eso sí, para nuestra común tranquilidad, sin revolución de las masas desde que hace medio siglo fueron hechas cautivas y desarmadas). El español actual padece la atomización microelectrónica inhibicionista y desmovilizada propia de los tiempos posmodernos europeos más avanzados. Incluso los supera, pues su absentismo político, sindical e incluso religioso, es estadísticamente superior al de Europa y casi se puede decir que su participación en lo colectivo se limita al ejercicio periódico del derecho al voto, el más individualista, devolitivo y dejativo de todos los actos políticos. "Nunca desde la muerte de Franco ha habido menor movilización y participación social de la población que en nuestros días", ha escrito aquí el director de este periódico.

Cada españolito lleva camino de convertirse en su propia autonomía andante, en un autómata autonómico atomizado, dentro de una España centrífuga y taifeña, más marcada por el prefijo des (incluidos atisbos de desmadre) que por el pos. Y el con con que la soñaba Laín (de conjunto convivencial confederado y competitivo) para después del cainismo, describe hoy más bien una situación de cónyuges de conveniencia, condenados a convivir en constante conflicto.

La fiebre palúdica

Somo, pues, posmodernos avant la lettre en lo social. Pero también lo somos en nuestro analfabetismo militante y en la utilización de la cultura por su valor de consumo y de cambio (un libro ayuda a triunfar) más que de uso (ser cultos para ser libres), a no ser lúdico. Padecemos la fiebre colectiva y pa-lúdica de todos los días-noche televisiva, y la pausa subcultural se ha convertido en norma sustitutiva de toda otra experiencia intelectual, en "amodorramiento (véase Ortega) de la individualidad", como señala Eco. Después de la cosmovisión alienada del marxismo militante (de unos pocos, eso sí) ahora se lleva la disneyvisión grouchomarxiana woodyallenante de la retrovanguardia posmoderna (¡uff!). Nuestros jóvenes, unidades de despido en lo universal, buscan hedonístamente el goce inmediato individual, aunque sea entre las estrechas cuatro paredes vitales y lexicográficas del bocata, el tocata, el cubata y el fumata. De las pindáricas aspiraciones a ser sabio, gozoso y bello, por ese orden y concierto, se ha olvidado la primera en nuestro tiempo. En la disyuntiva entre eros o politización juvenil, en la que Aranguren cifraba hace 20 años el destino ético de España, ha triunfado finalmente el primero.

Y todos éstos no parecen ser sino epifánicos epifenómenos epidérmicos de algo que se está gestando y que no es precisamente volcánica utopía al borde de la erupción, sino acaso un rebrote nihilista que, a la larga, más por omisión que por acción, podría amenazar al sistema con el cierre por disfunción. Agotados los polvos de Talcott (Parsons) consumistas, suavizantes del engranaje social y reimportados de Norteamérica, como el struggle for life, por el Gobierno socialdemócratda español, cuyo discurso ideológico no le hace a la juventud ni flick ni flock, aquí podría acabar muy mal la función.

Pero, entre tanto, el hecho es que, aquí y ahora, los andaluces de Jaén, aceituneros altivos, pero en paro, coexisten con Aviador Dro y sus Obreros Especializados; los atónitos palurdos machadianos, sin danzas ni canciones, con los afónicos peludos de rock duro, Alaska y Los Pistones. Y aquella juventud rebelde que, amamos tanto prefiere escuchar Ladio Vinilo y a Glutamato Ye Yé que opacos metarrelatos. Teseos sin deseo ni esperanza, sin sangre en las venas ni polvo en las sandalias; Narcisos enamorados de la moda juvenil; Dianas cazadoras de rebajas; Electras sometidas y electronizadas; enclenques Hércules en paro en un mundo lleno de cuadras de Augías, hidras depredadoras, endriagos de 100 cabezas, Cerberos vocacionales y rapaces estinfálidas...

Esto es lo que ha producido aquí lo posmoderno, además de Almodóvar, La Luna de Madrid, Madrid me mata, algún poeta parabúlico, la moda la arruga es bella (epiceno retrato de Dorian Gay del gusto pervertido (posmoderno) y los tonos de gris (de los pies a las ideas) a negro.

Pero quizá exagero y, acaso, en este momento un joven pensador con pelo de abubilla verdirrojo y traje Cafre, sentado en su rincón de un cafetín posmoderno, ingiere su poleo cual si bebiera en la fuente Aganipe de las Musas, para ponerse facundo y docto por ciencia inmusa. Y a lo peor nos cae encima un día de estos el fruto newtoniano de su pensamiento sociológico, en un videocomic titulado, por ejemplo, La tercera Rock-Ola; o, a imitación de Kant en sus disquisiciones sobre lo bello y lo sublime, nos regala con un breviario de estética sobre La gozada y el alucine.

Así somos de posmodernos, qué le vamos a hacer. Sírvamos de consuelo saber que, pese a todo, así como somos, somos la inspiración del Corte Inglés.

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