El fracaso de una estrategia
El II Congreso del Partido Demócrata Popular se reúne en medio de los remolinos producidos por el hundimiento de la estrategia diseñada por Alianza Popular para los próximos comicios. La derecha conservadora, fascinada por el espejismo de octubre de 1982, apostó por la repetición en su favor del movimiento pendular del electorado que dio en aquella ocasión la victoria al PSOE. Sin embargo, diferentes y repetidos sondeos muestran que las intenciones de voto de los ciudadanos continúan siendo prácticamente las mismas que hace dos años y medio y que el único dato nuevo significativo es el aumento de los porcentajes ocupados por los indecisos y los perplejos. El desgaste sufrido por el Gobierno, a resultas de una política de duros ajustes económicos y de un hipertrofiado reforzamiento del aparato estatal, no expulsa a sus votantes descontentos hacia la derecha conservadora sino hacia la pasividad o la abstención, que no lo serían tanto si reverdecieran los síntomas de que los reaccionarios o los nostálgicos pueden llegar a tomar el poder. Las críticas desde la izquierda contra la gestión de los socialistas coexisten, así, con el respaldo a la figura del presidente del Gobierno y con el rechazo de la alternativa representada por Alianza Popular y encabezada por Manuel Fraga.Hasta hace pocos meses, los estrategas de la derecha conflaban en el crecimiento de su respaldo electoral mediante el ensanchamiento de Coalición Popular. De los dos socios oficiales de Alianza Popular, la Unión Liberal revelé muy pronto su condición de frágil invento, destinado simplemente a barnizar la plataforma derechista con el rótulo liberal-conservador. La caída de los palos de ese sombrajo se aceleró con las peleas de quienes aspiraban a desempeñar el papel de cabeza de ratón en su seno y con la creación del Partido Demócrata Reformista encabezado por Miquel Roca, probable puerto de destino para los políticos de la extinta UCD que juran no oportunistamente en nombre del liberalismo. El negociado liberal dentro de Coalición Popular no puede ser tomado mínimamente en serio por quienes respeten todavía la dignidad de los vocablos políticos. El otro socio de Alianza Popular, que agrupa a los democristianos de antigua miltancia centrista, representa, en cambio, una opción con claros perfiles ideológicos y políticos. Pero el recuerdo de naufragio electoral de Ruiz-Gíménez y de Gil Robles en 1977 hace dudar de las posibilidades democristianas ante las urnas.
La terquedad de los hechos ha terminado por derribar esos castillos en el aire. El elevado porcentaje de rechazo -alrededor del 35%- suscitado por la figura de Fraga como eventual presidente del Gobierno en, contraste con la popularidad de Felipe González ha situado al líder de Alianza Popular en el punto de mira de todos los arbitristas que diseñan desesperadas maniobras para que la gran derecha pueda vencer en las próximas elecciones. Se multiplican las conspiraciones de pasillo y los conciliábulos secretos, alentados por el doble objetivo de defenestrar al veterano caudillo conservador como candidato a la jefatura del Gobierno y de mantenerlo dentro de la coalición como mero acarreador de votos. Se trataría, en suma, de poner la capacidad de arrastre electoral de Fraga -limitada, pero muy efectiva dentro de sus fronteras- al servicio de un candidato que no asustara a las capas templadas de la sociedad española. Pero no basta con no asustar, sino que es preciso también ilusionar. Por eso hay motivos sobrados para suponer que las penas de la derecha conservadora no tienen por el momento arreglo -como en la copla popular- ni con Fraga ni sin Fraga. El líder de Alianza Popular tropieza con un techo electoral que le impediría conseguir el número de votos suficientes para.desbancar a los socialistas. Pero los restantes dirigentes de la derecha conservadora -piénsese en Alfonso Osorio, Jorge Verstryrige o Miguel Herrero- serían incapaces incluso de igualarle en votos al propio Fraga.
Los alquimistas políticos, que no aciertan a cornprender todavía que las elecciones libres hacen ya imposibles las operaciones de salón de las postrimerías del franquismo, tratan de romper ese círculo vicioso con una huida hacia adelante, orientada a ensanchar la mayoría natural con nuevos socios que pudieran abrirles las puertas del voto centrista aunque fuese a costa de la defenestración de Manuel Fraga. La fantasía del arbitrismo madrileño especuló primero con la incorporación de los nacionalistas catalanes y de los nacionalistas vascos a un gran pacto preelectoral cuyo único pegamento sería la oposición a los socialistas. La simple idea de que Convergéncia y el PNV pudieran presentarse ante su electorado del bralo de Fraga muestra hasta qué punto el sueño de la ambición engendra delirios y desconoce la historia, las tradiciones y la cultura política de los nacionalismos democráticos. La creación del PDR, protagonizada por Miquel Roca y propiciada por Pujol, puso en evidencia que los reformistas catalanes aspiran a sentar las bases de una opción de derecha democrática equidistante de Alianza Popular y del PSOE y prefieren la arena de la lucha política a los alfombrados pasillos de la intriga. Sólo una plataforma de esas características permitiría -a medio plazo- comer terreno electoral a los socialistas y negociar después en el Congreso de los Diputados, desde posiciones de fuerza, el respaldo alternativo de la derecha democrática a Gobiernos conservadores o de izquierda. Y si el PDR -hipótesis más bien improbable- abandonase su proyecto autónomo para firmar un pacto preelectoral con Alianza Popular, el CDS de Adolfo Suárez sería el beneficiario de los votos de esos ciudadanos que se resisten al dilema de tener que elegir entre la caverna y los socialistas.
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