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El Madrid necesita tres victorias para asegurarse una plaza en la final de la Copa de Europa de baloncesto

Luis Gómez

El Real Madrid termina la primera vuelta de la fase final de la Copa de Europa de baloncesto como favorito para jugar la final, pero con miedo a la euforia. Le quedan tres partidos en su cancha, que tienen que ser tres victorias, dos de ellos, consecutivos -Cibona y Maccabi- y puede que clave. La presencia del Barcelona y el CAI Zaragoza en la Recopa es muestra de dominio y se hacen cálculos para comprobar las posibilidades de un choque entre ambos. El baloncesto español empieza a complicar el dominio italiano en las fases finales. En las dos competiciones lo fundamental es asegurar un par de finalistas.

La Recopa tiene el interés añadido de especular con un enfrentamiento Barcelona-CAI Zaragoza, que puede venir en las semifinales o en la final. Ambos tienen la oportunidad de asegurarse el primer puesto en sus grupos, lo que depende de sus basket average con el Villeurbanne, francés, y el Zalghiris, soviético, respectivarriente. El Madrid sólo cuenta con la satisfacción de estar mejor situado que nadie en la frontera que separa la primera de la segunda vuelta. Le quedan cinco partidos y tiene que ganar tres, los de casa si es posible. Con ello igualaría la actuación del Barcelona en la pasada temporada, ya que fue el único equipo que resolvió su presencia en la final con cierta antelación. La diferencia estriba en que las comparaciones entre ambas ediciones de la Copa de Europa resultan algo odiosas.

Una noche tranquila

Lolo Sainz, entrenador madridista, disfruta las victorias importantes a pequeños sorbos, quizá porque sólo le duran una noche. Al día siguiente nace en el cuerpo el miedo a perder, por ejemplo con el Cibona de Zagreb y echar por tierra tanto trabajo. En la final victoriosa de la Recopa, Sáinz bebió champaña lentamente y, a menudo, se acercaba un clavel rojo a la nariz. "Como los socialistas", bromeaba. En Roma se limitó, tras la bulliciosa avalancha de las entrevistas radiofónícas de medianoche, a paladear un rioja tinto y, luego, fumarse muy lentamente un puro. Y eso que Sáinz no es fumador.Su equipo tenía que haber ganado al Cibona de Zagreb, pero Petrovic descentró a sus jugadores en el momento clave. Su equipo tenía que haber ganado en Tel Aviv, donde jugó un partido casi perfecto, pero las diplomacias arbitrales y un pase por bajo a Romay acabaron con tanto trabajo. Roma resultó una compensación.

Así, las anécdotas del encuentro salieron a relucir con gracia cuando de perder habrían resultado agrias. Ya no era desgracia que Corbalán jugase toda la segunda parte con el tobillo lastimado, ni que Del Corral pidiese la sustitución por una lesión en la muñeca que le impedía todo lanzamiento del balón, ni que Gilardi cruzase la zona en un tiro libre con la insana intención de golpear a Jackson en sus partes bajas en el momento del lanzamiento. A Jackson nunca le habían tocado de esa manera. Hacía gracia recordar las palabras de Velasco cuando le ordenaron calentarse: "Estoy tranquilo, estoy tranquilo, estoy tranquilo", y cómo en un minuto hubo decisiones trascendentales en el banquillo a tenor de las idas y venidas de Martín.

Enfrente, en el banquillo que quedaba de reojo, las cosas re

sultaban poco inquietantes: Bianchiní sacó a Townsend. "Si Townsend llega a jugar todo el partido, perdemos con el Banco di Roma", apuntaba Clifford Luyk, el segundo preparador blanco. "Ganamos a la italiana. Siempre que jugábamos con estos equipos llegaba un momento, en la segunda parte, en el que nos obligaban a ponernos en zona y ahí nos barrían. Ahora les hemos obligado a ponerse en zona a ellos". "¡Y qué zona!", apostilló Saínz. "Hay que reconocer que era bastante blandita". Y Townsend fue descarado al gritar a Bianchini en un momento dado: "¡Quita ya esta jodida zona!".

Todos los recuerdos resultaron agradables porque esa zona, ese golpe bajo de Gilardi, esa personal a Corbalán, esa lesión de Del Corral, habrían sabido a frustración una hora después con otro tanteador. Es la fina cuerda floja de la que cuelgan los partidos de baloncesto, en los que es posible una canasta de tres puntos volando hacia su objetivo con el cronómetro a cero. Vuela un triunfo en un tiempo que, cronométricamente, no existe. Pedro Antonio Martín, delegado de la sección, sonreía al tocarse uno de sus primeros chichones como directivo. E Iturriaga, en el vuelo victorioso de vuelta, reabría un libro con aspecto de incunable que resultaba ser un cuaderno. "¿Para qué es?", se le preguntó. "Cosas que escribo", contestó. "¿Y de qué tratan?", se le insistió. "Es un ensayo sobre la vida". Vale millones la exclusiva de su publicación.

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