La mano del 'Nibelungo' o el elogio Bernd
El centrocampista alemán será pieza básica en el encuentro de hoy
Como siempre, el derby Barcelona-Madrid es un partido distinto, y ahora el toque de distinción será un cierto cambio de papeles en el drama. Esta vez el Barça es el hombre tranquilo, el sheriff del condado, el equipo que tiene de su parte la ley, la ley del número. El Real Madrid, en cambio, se ha transformado en el aspirante. Es un buscavidas muy rápido de manos que lleva un. Buitre en el hombro y que acaba de dar el pasaporte a los muchachos de Vercauteren. Será un duelo a cara o cruz, pero ya conocemos las claves del resultado. Sabemos que frente a la mano ligera del Madrid marcará la diferencia la mano dura de Schuster. De Bernd, El Nibelungo.
Alguien está moviendo el Barcelona con una mano de acero. Mientras alguien dice las palabras mágicas, "Sésamo, ábrete", una mano metálica maneja las piezas del equipo con una sensibilidad especial. Es a la vez la mano del guerrero, la mano del científico y la mano del músico. Dura, pero brillante; fría, pero suave; hábil, pero metódica. Es la mano de Schuster, el Nibelungo.A primera vista, Schuster parece sólo un atleta, uno de esos extraños tipos capaces de convertir una empresa completamente inútil en un gran espectáculo. Pero es un personaje distinto. Frente a los que preferían correr hacia algún lugar abierto y vacío con el discutible propósito de romper una cinta, o lanzar una jabalina sobre una pradera en la que es imposible cazar un solo conejo, él se decidió por la tercera vía. Se trataba de convencer a diez amigos de que debían meter a patadas un globo de cuero por una puerta que no lleva a ninguna parte. Sin darse cuenta había elegido una empresa de titanes y negociadores, una tarea que los ingleses, fieles a una vieja tradición diplomática que consiste en elevar la categoría de las cosas proporcionándoles un nombre, solían llamar pomposamente foot-ball association. Fútbol.
Ejercicio para once
No hay por qué sorprenderse de esa doble locura suya en la que se asocian la inutilidad y la incertidumbre. Bernardo ha tenido siempre una personalidad infantil, y la vocación más infantil es el juego. Por alguna razón especial, la misma. razón que convence a todos los artistas de que deben hacer lo que hacen, él se sintió atraído por aquel ejercicio para once que era, más que una disciplina, un pasatiempo. Por eso para comprenderle hay que entender, sus sentimientos: él no vive del fútbol; él juega al fútbol.
Ello no quiere decir que carezca de un cierto rigor profesional. Schuster es un niño, pero un niño alemán; un chico señalado con el oro del Rin, educado en Colonia al amor del milagro de la industrialización, y reeducado por Gaby, su mujer, en Barcelona. Lo que equivale a decir inspirado en la disciplina de trabajo y en el orden germánico tradicional.
Quizá por eso no soporte de buen grado que alguien sea capaz de olvidar el reparto de papeles, la norma de normas: a él, los dioses nórdicos lo señalaron precisamente para repartir. Por eso es incapaz de resignarse a que los demás le ignoren y a que Regado el momento desconozcan el principio del principio. Allí, al estadio, no se va a correr: se va a jugar.
El paso de la oca
Todos los antecedentes justifican que el fútbol del actual Bernardo Schuster sea un juego de niños, un ejercicio de reglas simples y positivas, aunque menos parecido al parchís que a la oca. Consiste en aprovechar las ocasiones favorables y avanzar a impulsos irregulares, pero perfectamente lógicos, en armonía con las leyes de la estrategia. En consecuencia, Bernd maneja el cubilete con delicadeza en las distancias cortas y con energía en las distancias largas.
Y finalmente su juego tiene una arquitectura neoclásica. Es la recreación, de la sencillez y la solemnidad. Por ello sus pases largos son la alegoría de un puente de un solo ojo. Cada vez que toca en profundidad, el balón describe un arco lento y sostenido que empieza en él mismo y termina, no en el sitio que ahora ocupa el extremo de turno, sino en el que ocupará. dentro de tres segundos. Bernardo juega a una orilla, y el gol está, tres segundos después, en la orilla opuesta.
'Línea Sigfrido'
En la revolución del fútbol moderno se ha salvado al menos uno de los antiguos fundamentos tácticos: una mala línea media divide el equipo en dos mitades, divide y perderás, y una buena media se basta para ganar un partido.
Con Schuster, la línea media del Barcelona es exactamente la línea Sigfrido. Dirigidos por él, sus compañeros no suelen caer en la tentación del ataque frontal. Saben por simpatía que en el fútbol de hoy una de las pocas salidas es el contraataque, y que la clave del éxito del contraataque es la guerra relámpago. Pero dominan por igual la guerra de trincheras y la guerra de asedio. Manejan con una misma soltura la tinta, la tenacidad y el cañonazo.
Por ello no hasta decir que Schuster es un futbolista completo. Es, sobre todo, un jugador vertebral.
El mayor peligro que amenaza a Bernardo Schuster ha sido anunciado en una de las últimas canciones de Joan Manuel Serrat, y es la excesiva disciplina, el inmoderado rigor con el que los clubes de fútbol tratan de convertir sucesivamente a sus jugadores en soldados, seminaristas y ordenanzas. "Niño, deja de joder con la pelota; / niño, eso no se hace, eso no se toca...". La cultura de la prohibición ha sido la ruina de muchos antiguos líderes, hoy convertidos en funcionarios. Por ello la carrera de Schuster terminará con toda seguridad el mismo día en que no le permitan jugar con la pelota y divertirse cuando juega. Hay que tomarlo o dejarlo tal como es.
Hoy, sin embargo, nada hace temer por él. Por eso hay que aprovechar la oportunidad de admirarle desde una orilla o desde la otra. Todo consiste en aplaudirle y respetar sus principios. En dejarle conducir aprisa en el estadio y en la autopista, manejar a su antojo el taco de billar y el palo de golf, y jugar con Gaby, la valquiria, de lunes a viernes. Lo demás es sencillo. Se reduce a comprobar que el domingo, a media tarde, mueve el equipo admirablemente. Que tiene la mano de Wagner en el juego combinado, la de Von Braun en, las aperturas a la banda, y la de Rommel en los desiertos de la cancha.
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