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Duodécima jornada de la Primera División de baloncesto

Estudiantes buscó la sorpresa ante el Real Madrid

Luis Gómez

Para acercarse al sabor especial de Estudiantes hay que atreverse a ir al Magariños este año. Se ofrecen milagros y existe gente que cree en ellos. A falta de tres segundos, todos los jugadores del Estudiantes se comportaban como si la victoria estuviera muy cerca, no importa que el marcador señalara 90-93. Y estaba lejos. Cuando Iturriaga se coló en un contraataque de un sólo pase y remachó el 90-95 con el cronómetro a cero, todavía los jugadores locales pugnaban por realizar la jugada imposible. Querían hacer cinco puntos en cero segundos. Confíaban en ser más veloces que las centésimas electrónicas. Tamaña fe es la clave del sabor de este equipo, que atacaría a galope tendido a cualquier grande que se le pusiera en medio. Miren señores que enfrente no están molinos sino el Real Madrid. Y allá va el Estudiantes.No hubiera hecho falta poner la mano en las heridas para comprobar que el Estudiantes podría haber derrotado al Real Madrid. Hubiera bastado que dos dejadas de Russell sobre el aro no se pasearan cruelmente sino que entraran. Entonces, quizás el Estudiantes habría llevado ventaja a falta de tres segundos.

La fiereza defensiva de los jugadores locales, nada más saltar a la cancha, acompañada del aliento insobornable de la Demencia, marcaron un encuentro impetuoso contra el Real Madrid. Unas cuantas violaciones (faltas de juego) permitieron a los madridistas confiar en que pronto llegaría el despegue que tranquilizara el asunto, pero esas ventajas no superaron los cinco puntos en muchos minutos de la primera parte. Coll se machacó en perturbar a Jackson y cayó en tres sanciones casi seguidas. La lucha por los rebotes resultó particularmente atractiva.

Pinone ejercía la represión en la zona a fuerza de empujones y codazos subterráneos; Pedro Rodríguez se fajaba con la cara por delante y Russell. ponía los saltos más espectaculares para recuperar la pelota. Fernando Martín afrontó la lucha desigual con dureza, sin temor, mientras Robinson pareció desentenderse de la batalla. Las personales dañaron más al equipo madridista y la salida de Romay pareció desequilibrar la lucha sino fuera porque cayó abatido en unas cuantas escaramuzas. El Real Madrid creyó haber sacado provecho de la precipitación con un 32-42, pero no encontró tregua y perdió terreno en el descanso (46-50).

La segunda sí resultó igualada. La salida de Romay y el panorama de Martín y Robinson con cuatro y tres personales, obligó a Lolo Sáinz a reclamar menor ardor de sus pívots, que no entraran al trapo. Iturriaga mejoró la gris actuación de Biriukov, demasiado perdido en la batalla, pero el Estudiantes tomó la delantera y se distanció hasta los tres puntos (72-69). Fue entonces cuando tanta fe en la victoria resultó contraproducente. Creyeron que ya no era sólo posible ganar, sino que se podían escapar en el marcador y abusaron de la precipitación. El Real Madrid lo aprovechó, también quiso marcharse pero no pudo. Fue entonces cuando los madridistas empezaron a mirar el cronómetro. Faltaban dos minutos y quedaba todo por resolver. Iturriaga zanjó las cosas con cuatro tiros libres y dos contraataques, pero de alguna forma quedó la sensación de que al Estudiantes le habían quitado su victoria.

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