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José María Gil Sáez

Juez de Primera Instancia número 18 de Madrid, que tuvo dudas razonables sobre la constitucionalidad de la expropiación de Rumasa

José María Gil Sáez, que además de magistrado es profesor de práctica procesal en la Escuela Judicial, suele decir a sus alumnos que el juez debe ser valiente, independiente y con libertad de criterio en cualquier decisión, porque es consustancial con la profesión, y ese ha hecho al plantear la cuestión de inconstitucionalidad antes de resolver sobre los interdictos de Rumasa. José María Gil se considera un juez vocacional, aunque su padre también fuera juez, demócrata y con sentido del humor. Rechaza ser un personaje célebre y considera que no debería salir en los periódicos por haber adoptado una decisión en un asunto que le ha correspondido por reparto.

José María Gil, 38 años, casado y padre de dos hijos, es amante del deporte, practica habitualmente el tenis -"desde que estoy en Madrid, menos"- y suele ir a esquiar. Le gusta la lectura, principalmente los ensayos de historia de España.Pertenece a la asociación de jueces Francisco de Vitoria, corriente moderada y centrista escindida de la Asociación Profesional de la Magistratura. Se considera bien pagado desde un punto de vista subjetivo. "Objetivamente, es la sociedad española la que debe plantearse si a los jueces hay que pagarles más o menos".

José María Gil estima que el equilibrio mental debe ser una exigencia esencial en un juez y en las oposiciones se debe de buscar la compaginación entre el conocimiento técnico y el equilibrio psíquico, "porque los exámenes los pasan los que más saben, pero no siempre son los mejores".

Confiesa que cuando ha tenido que meter a detenidos en prisión, ha tenido la sensación de que "algo en la sociedad ha funcionado mal. Lo veo como un mal necesario. Es un método de defensa social, pero que en sí mismo no vale nada.

Estudió el bachillerato en el instituto Ramiro de Maeztu, y después cursó la carrera de derecho en la Universidad Complutense de Madrid. Ingresó en el año 1972 en la Escuela Judicial y su primer destino fue el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Lerma (Burgos).

Precisamente en Lerma le ocurrió una anécdota que recuerda con cariño. "La mayoría de las anécdotas que me han ocurrido como juez han provenido porque siempre he aparentado menos años de los que en realidad tenía en ese momento. Cuando estaba en mi primer destino tuve que acudir al levantamiento de un cadáver en la carretera nacional I. Había habido un accidente de tráfico y la Guardia Civil estaba en el lugar de los hechos. Yo llegué en mi propio coche y con un anorak porque hacía frío. Aparqué en el arcén y me acerqué al primer guardia, a quien pregunté qué había pasado. El guardia me miró serio y me dijo: 'A usted qué le importa'. Yo le contesté: 'Hombre, importarme sí que me importa, porque soy el juez de instrucción'. El hombre no lo pasó muy bien, aunque yo resté importancia al asunto y luego nos tomamos un vino juntos". "Por lo general, siempre que he tenido que ir a un levantamiento de cadáver y he acudido con el forense, que suelen ser personas mayores y con aspecto serio, la policía o los guardias civiles se dirigen a ellos".

Después de Lerma ha estado destinado en Reus, y tras ascender a magistrado en 1980, estuvo en San Sebastián, y también ostentó la condición de decano. "Allí tuvimos una época mala, ya que coincidí con el asesinato del ingeniero Ryan y con el caso Arregui".

Posteriormente pasó al Juzgado de Instrucción número 2 de Valladolid, donde realizó toda la investigación del caso de la colza en aquella provincia, y por último llegó a Madrid, donde estuvo en primer lugar en el Juzgado de Instrucción número 18 y finalmente en su puesto actual.

Entre los sumarios que ha llevado, los más conocidos son los de Promocisa y el del inspector Medina.

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