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Tribuna
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Suresnes 74

Había de darse una imagen de carnbio tan total que era hasta preciso cambiar el lugar de celebración de los congresos. Volver a París, a sus cercanías, donde hasta la elección de Rodolfo Llopis como secretario general se habían venido celebrando los congresos en el exilio, incluido aquel en que el joven socialista Luis Gómez Llorente se había enfrentado a la sagrada figura de D. Inda.Llopis se había llevado no sólo el partido, sino también los congresos, hacia su residencia, a Toulouse, cerca de Albi. Mas finalizada su égida en el congreso de 1972, que tanta pluma alquilada sigue confundiendo con Suresnes 74, el partido se desplazaba de nuevo a la calle del General Beuret, y el congreso se iba con él a las orillas del Sena.

El grafismo tiene su importancia, el montaje más aún, y la escenograría iba a ser la mejor prueba de que una etapa histórica del PSOE había culminado y se empezaba otra cosa. Algunos lo intuíamos y no podíamos ocultar nuestra especial reserva a tan traumática o drástica fiquidación de antecedentes; quizá por ello este ejecutivo dimitió ya en septiembre, y si concurrió a la convención lo fue para cumplir el inexcusable trámite de rendir cuentas a quienes inmerecidamente le habían elegido en anterior asamblea.

Se había liquidado el corto e intenso contencioso que ante la Internacional Socialista habíase planteado sobre el reconocimiento como expresión legítima del socialismo entre el llamado sector Llopis y su congreso de diciembre de 1972 y el llamado sector renovado del congreso de agosto de 1972, y se había terminado con la resolución favorable a este último, el día 6 de enero de 1974 en Londres.

Por ello fue a Suresnes la más nutrida representación de partidos hermanos, incluido el Partido Laborista israelí, cuya presencia no era demasiado bien acogida por quienes hacia la nación judía no ocultaban su rechazo, dentro de una cierta reticencia generalizada hacia la propia Internacional, que se plasmaba en una discreta acogida de alemanes y de franceses y en una desbordada recepción de Altamirano, que ensombreció la presencia de Mitterrand, de Craxi o del propio Michel Foot.Y Enrique Múgica se torció un tobillo por no pisar en los escalones de acceso a la sala de reuniones la estrella de David que con frases no laudatorias algunos elementos juveniles habían pintado en los peldaños.

La operación Suresnes, la plasmación del pacto del Betis, o del Urumea, no era una sorpresa para los militantes que supieran un poco lo que venía ocurriendo en el seno del PSOE desde el mismo mes de agosto de 1972. Y salió como estaba intefigentemente preparada.

Alguna sorpresa la verdad es que sí se produjo, pues sorprendente era que figuraran en la Esta de nuevos ejecutivos o de ejecutivos repetidos militantes que no se habían postulado como candidatos y que en uso de su legítimo derecho mantenían distancias con el núcleo esencial del preeminente equipo.

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Lo cierto es que en ese congreso, como he tenido ocasión de opinar en otras ocasiones, se sentaron las claves que explican estos últimos 10 años de historia del PSOE y lo que llamaremos eufemísticamente mutaciones genéticas.

Una nueva concepción del partido como organización, de su propia definición ideológica real, no verbal, y de la acción política a desarrollar en una ya anunciada transición de la dictadura a la iniciación democrática, sentaron sus bases en aquel congreso, y los posteriores congresos ya celebrados en el interior fueron destacando más aún estas nuevas concepciones.

En Suresnes agonizaba la clandestinidad y un concepto del activismo, y alboreaba un pragmatismo político y un sistema organizativoprofesional más homologable con el comportan-úento de otras políticas socialistas europeas.

Algunos, sin saberlo, estaban asistiendo a un cambio en virtud del cual las cosas ya no serían nunca igual. Se podría hablar del partido, de sus militantes, de su política, en una clara línea divisoria de lo de antes o lo de después de Suresnes, y del talante y comportamiento de los socialistas también podría afirmarse otro tanto. En Suresnes empezó otra historia.

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