Así se caen los dioses.
Las provocaciones del británico Steve Ovett sobre la pista no son nuevas. Minutos antes de la prueba, se transforma y se convierte en un ser intratable. Antes, insultaba a sus rivales. Ahora, Ovett se ha inventado una nueva técnica de humillación. Segundos antes de la salida, mira fijamente a todos los rivales, observa que todos le miran porque es el hombre a ganar. Se lleva las manos al estómago, comprime el gesto y aprieta. El aire sale sonoro. Los atletas no saben si reir o ignorar la grosería. El pasado domingo, sus rivales tuvieron ocasión de tomarse la revancha. Ovett se confió en exceso y a punto estuvo de no clasificarse para la final de los 800 metros lisos. En su esfuerzo para meterse entre los cuatro primeros, Ovett perdió el equilibrio y, pese a clasificarse, acabó tirado sobre el tartán.
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