Verborrea estival
No es una epidemia específica del verano porque también la padecemos durante el curso, pero hay que admitir que la misteriosa enfermedad se manifiesta ahora mismo en todo su esplendor contagioso y virulento. Ahí están las cifras: tocamos a media docena de simposios, mesas redondas, cielos de conferencias, cursos de verano, foros de discusión, extensiones universitarias, jornadas, seminarios o encuentros por semana y autonomía. Hasta en los más recónditos lugares de nuestra geografía cultural aprovechan la llegada de los calores abrasantes para incurrir por todo lo alto, sin reparar en gastos suntuarios, en alguna de esas conocidas variantes patógenas de la verborrea aguda que, como se sabe, es la versión oral de la no menos célebre diarrea estival.El cuadro clínico de las verborreas estivales no ofrece duda. Frecuencia inusitada de esas deposiciones fonéticas que tratan de todo lo divino y humano, precisamente en fechas concebidas para provocar el merecido estreñimiento del aparato cerebral; carácter líquido y pastoso de las charlas sobre el año de, Orwell, la arqueología de la crisis, la posmodernidad que no cesa, la semiótica del miedo al misil, la manipulación de los mass media y el arte de huir del siglo XX; a menudo acompañados todos estos síntomas de un valiente folio de conclusiones que editarán en papel cuché dentro de un año y será de gran utilidad higiénica para las deposiciones próximas.
Ciertos autores sostienen que esta frenética y absurda actividad oral del estío forma parte de la clásica división del trabajo intelectual: el curso para escribir y las vacaciones para discursear. Lamentablemente, la verborrea aguda suele ir acompañada de agrafia crónica. Mi hipótesis clínica es que estas intensas epidemias del verano obedecen a una especie de potlatch autonómico. Cada tribu local o regional organiza estas costosas exhibiciones congresuales no sólo para alcanzar por la vía rápida un status cultural prestigioso, sino para humillar al resto de las vecinas tribus autonómicas en consumo y despilfarro de verborreas conspicuas. Acaso esta rivalidad sea buena para la cultura, pero es fatal para la garganta.
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