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Mario Casas Flery

Propietario de la última tienda española abierta en El Cairo

A sus 68 años de edad, 53 de ellos pasados detrás del mostrador, Mario Casas Flery está cansado e intenta traspasar el negocio de la que desde 1967 -cuando, a raíz de la guerra árabe-israelí de los seis días, se marcharon los comerciantes judíos sefardíes con pasaporte español- es la última tienda en Egipto, por ahora, propiedad de un ciudadano español. Un pequeño reducto en El Cairo que se muere.

Mario Casas es el último mohicano con pasaporte español que resiste día a día con su tienda de perfumes abiertas al público. Nacido en El Cairo pero en el seno de una familia originaria de Sant Feliu de Guixols, en la provincia de Gerona -a cuyo semanario Ancora está suscrito, y allí piensa jubilarse si es que logra vender ese dichoso negocio que su abuelo, Salvador Casas, emigrante a "la tierra prometida de Oriente", fundó en 1895 en Alejandría y que dos años más tarde trasladó al número 61 de la bulliciosa calle cairota de Clot Bey, donde sigue estando desde entonces.Mario Casas empezó a trabajar con su padre, Francisco, en la Maison Casas -como indica un rótulo en francés y árabe encima de la puerta- en 1931, mezclando entonces aceites o esencias con alcohol y agua para fabricar lociones, jarabes, bebidas alcohólicas y, sobre todo, colonias y perfumes artesanales que a veces crea pero que generalmente imita con bastante éxito, procurándose los ingredientes de 103 grandes marcas europeas que comercializa, prescindiendo del nombre y a menos de la mitad de su precio, en las perfumerías locales.

La Maison Casas es un verdadero museo de colores y olores, con innumerables frascos, sobres y cajones, que contienen nada menos que cerca de 400 esencias diferentes, que su dueño vende ahora dosificadas junto con un prospecto -la ley egipcia obliga a adquirir una licencia especial para comercializar el producto acabado- en el que se explica al cliente cuál es la proporción necesaria de agua y alcohol para fabricarse en casa desde un Scandal de Lavin hasta un pastis o incluso un whisky escocés, aunque, reconoce, "esto último no lo copiamos del todo bien".

Por la más antigua tienda española de Egipto desfilan a diario clientes árabes en busca de perfumes fuertes y duraderos, turistas occidentales que hacen acopio de perfumes a buen precio, e incluso estudiantes europeos y norteamericanos que se llevan para decorar sus cuartos las etiquetas polvorientas de principios de siglo que anuncian la "crema de cacao de vainilla", el "jarabe de fresas" o el "elixir chino".

Pero desde que se imprimieron aquellas etiquetas coloridas "la vida se ha ido haciendo cuesta arriba", insiste Mario Casas en un castellano entremezclado con italiano -su mujer, Irene, es italiana-, y por si no bastasen dos operaciones de la vista a las que ha sido sometido en los últimos años en Barcelona y el infarto que sufrió más recientemente, "las autoridades de Egipto nos han multiplicado por 120 el precio del permiso de trabajo, al tiempo que han prohibido a los extranjeros importar directamente, y las esencias hay ahora que traerlas de Europa a través de un intermediario egipcio que se cobra su comisión.

Parece", añade, "como si quisieran incitarnos a los extranjeros, incluso a los españoles que tanto nos respetan, a irnos del país".

Además, Casas ya no se encuentra del todo a gusto en una ciudad que ha crecido desmesuradamente, hasta alcanzar los 12 millones de habitantes, y en la que la excesiva densidad de población obliga a veces a racionar el agua y la luz eléctrica y en la que también han reventado muchas tuberías y desagües. "Figúrese, que nos hagan eso a nosotros".

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