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Más de 50.000 'tifosi' aclamaron a Diego Armando Maradona

Juan Arias

¡"Dieguito, haznos grandes"!, gritaron más de 50.000 espectadores -alguno de los tifosi llegó a pagar 3.000 pesetas por una entradaque fueron ayer tarde al gran estadio de San Paolo de Nápoles sólo para ver fugazmente al ido lo de las piernas de oro, Díego Armando Maradona. Era un estadio todo vestido de azul; una mezcla explosiva de pasión napolitana y de carnaval brasileño. Una locura sin adjetivos. Lloraba él; lloraba la gente. "¡Diego, Diego!", gritaba la muchedumbre rimándolo con aplausos que duraron los 25 minutos que el joven emperador triunfante estuvo en el césped, pisado finalmente por aquellas piernas benditas, las más caras del mundo. Los cronistas que transmitían el acto por la radio recordaban los tiempos de Julio César; se preguntaban qué hubiese dicho el censor Catón viendo aquel espectáculo de íncreible evasión festiva en el corazón de una ciudad herida de muerte en su pobreza.Dieguito mandaba besos a la gente enloquecida con las dos manos. "lo sono commosso" ("Estoy conmovido") fueron sus primera palabras en italiano. En la cancha estalló como un volcán de aplausos y gritos. Él, el millonario, que ganará 150 millones de peseias al año, casi tres millones por partido, ha pedido que puedan entrar al campo gratis los niños pobres de Nápoles, o sea, todos. El entró vestido con pantalones largos de gimnasia azules y camiseta celeste con vistosa publicidad en rojo. Toco el balón, por tres segundos, como una verónica, y el campo se estremeció con un aullido sensual: "¡Es él, es él", gritó la gente. Era un segundo esperado durante casi dos meses, con ansia y delirio. Fue como una visión fugaz pero tranquilizadora. Todo acabado. Como un parto feliz. Había nacido: era napolitano, azul, azulísimo.

Pero ayer en el estadio no sólo estaban los hinchas, las autoridades, los 200 periodistas acrediados de todo el mundo, sino también un buen número de sociólogos y psicólogos para estudiar un fenomeno nunca visto en el pasado. Fue como una mezcla de espectáculo y de rito, de pasión y de juego, de sueño y de delirio. Como una gran voluntad de alejar de Nápoles su eterna mala suerte. Y, también, bajo aquella capa de júbilo y de fiesta un gran, imponente negocio. De hecho, la fiesta había quedado incluso recortada porque Maradona Productions, que tiene la exclusiva del nombre y de la imagen del ídolo argentino, había prohibido parte del programa para que no se quemase en una sola tarde todo el juego sagrado de la publicidad. Quedaron sólo en pie los 10.000 globos celestes que volaron como un canto mudo de alegría. Pero no hubo ni helicóptero para bajar del cielo al futbolista ni bailarinas.

Y en la rueda de prensa, terriblemente caótica, Dieguito dijo que no tenía resentimientos contra los españoles. Sus iras eran sólo contra los dirígentes del Barca. No quiso hablar del contrato ni de dinero. Afirmó que sólo quería casarse en Nápoles con "mi Claudia" y que pagaría a los hinchas "con mi sacrificio".

Nápoles ayer durmió por fin tranquila. El milagro tenía cuerpo Aquel cuerpo era de carne y hueso. Todos lo vieron. El sueño se había hecho, por fin, realidad. Todos se senúan como menos pobres. Y contra todo lo establecido por Maradona Productions se vendieron abusivamente miles de camisetas, banderas, estatuas, dis cos y 1.000 quincallerías más con la cabeza de Dieguito. Una gran operación de economía sumergida, muy bien preparada ya antes de que se firmaran los acuerdos, con la gran fantasía que caracteriza a los napolitanos.

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