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Reportaje:

La importancia de las emociones en la primera infancia

A los 10 meses de edad, los niños ya experimentan alegría, sorpresa, irritación y miedo

Los niños, como todo el mundo sabe, tienen sensaciones muy fuertes desde el mismo momento de su nacimiento. Pero sus primeras sensaciones son pocas, limitadas a los aspectos más primitivos, como aflicción y disgusto. Solamente con el paso del tiempo florece todo el abanico de las emociones, según normas definidas, en una progresión que está siendo seguida por los científicos con una precisión antes imposible. Por ejemplo, la capacidad de alegría precede a la de tristeza en varios meses, y años después se presentan las capacidades de envidia y confianza en el grupo social.

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Entre las ventajas prácticas de esta investigación, dicen los psicólogos, deberá estar el planteamiento de unos estándares más realistas del crecimiento emocional. Tales estándares podrían funcionar como antídoto a la tendencia de algunos adultos -padres y maestros, principalmente- de juzgar las reacciones emocionales de los niños, según normas de adultos, en vez de hacerlo de acuerdo con unas medidas basadas en sus verdaderos pasos de maduración. Así, como la humildad no es algo típico del repertorio emocional del niño hasta aproximadamente la edad de cinco años, la aparentemente escandalosa jactancia de un niño de cuatro años debería considerarse probablemente como la forma más normal de expresión.Este sentido de desarrollo emocional ordenado de los seres humanos ya había sido percibido en el pasado por los científicos conductistas. Y, claro está, la teoría psicoanalítica trata detalladamente algunos aspectos de este desarrollo. En la actualidad es estudiado por otro grupo de investigadores -los psicólogos desarrollistas- mediante una rigurosa experimentación científica. El doctor T. Berry Brazelton, investigador de la universidad de Harvard y conocido escritor sobre temas del desarrollo infantil, se muestra complacido con la actual dirección de la investigación.

"Ya era hora de que empezásemos a observar más atentamente las emociones", dice. "Todo lo que sabemos sobre los niños demuestra que un desarrollo emocional saludable es la clave para otros tipos de crecimiento".

A pesar de su rigurosidad, los últimos descubrimientos pueden aparentar ser más exactos de lo que en realidad son. Lo cierto es que todavía no se ha llegado a conocer claramente el momento en que se presenta una nueva emoción. Para comprobar si una determinada emoción está presente a una cierta edad, los investigadores deben desarrollar métodos que la evoquen. Así, han tenido que buscar la forma de provocar diversos sentimientos -sin llegar a dañar a sus sujetos- y a continuación registrar las reacciones del niño.

En el momento del nacimiento, un niño solamente tiene una vida emocional totalmente elemental. Los recién nacidos muestran expresión de disgusto por ejemplo, en respuesta a sabores fuertes, y muestran sorpresa como reacción a cambios súbitos. Muestran también interés, lo cual consideran los psicólogos desarrollistas como una emoción por sí misma.

A los 10 meses, los niños muestran ya toda la gama de lo que se consideran emociones básicas: alegría, irritación, tristeza, disgusto, sorpresa y miedo. El nacimiento de las emociones básicas durante el primero o dos primeros años de vida parece estar programado por un reloj biológico de desarrollo cerebral. Según va madurando el cerebro, van apareciendo las distintas emociones en el repertorio del niño.

Mientras el programa biológico determina la media general y la progresión del crecimiento emocional, circunstancias especiales pueden Regar a alterar esta situación, dicen los investigadores. A veces, los niños no muestran señales claras de miedo, por ejemplo, hasta los siete u ocho meses de edad. Pero niños maltratados, de incluso tres meses, mostraron expresión de miedo cuando se les aproximaba un hombre, según se manifiesta en un estudio de Theodore Gaensbauer y Susan Hiatt (The Psychobyology of affective development, Editorial El Baun).

Igualmente, niños maltratados de tres meses mostraron también expresiones de tristeza, una emoción que anteriormente se creía que aparecía alrededor de los ocho meses. "La teoría psicoanalítica sostenía que el niño no podía sentir tristeza real hasta haber formado una atracción fuerte hacia su madre o la persona encargada de su cuidado -aproximadamente, a

los ocho meses-", dice Joseph Campos, psicólogo de la universidad de Denver. "Entonces, al ser separado de su cuidador, sentiría tristeza". Los nuevos descubrimientos, señala Campos, muestran que la tristeza, en circunstancias anormales, puede presentarse mucho antes. "Es una tristeza relacionada, no con la separación, sino con el abuso a que ha sido sometido".

Jereme Kagan, psicólogo desarrollista de la universidad de Harvard, en Emotions, cognition and behavior (Emociones, conocimiento y comportamiento), que será publicado el mes próximo por Cambridge University Press, da un ejemplo extraído de un estudio realizado en su propio laboratorio. En ese estudio se presentó una cara distorsionada a niños de uno y siete meses. Los niños de un mes mostraron interés por aquel rostro grotesco y por lo general no lloraron. Los niños de siete meses reaccionaron con llanto y otras muestras de miedo y desagrado.

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La diferencia, dice el doctor Kagan, está en que los mayores tenían una imagen mental de cómo ha de ser un rostro, y al hacer la comparación con el rostro distorsionado, sintieron el disgusto de la diferencia. Los de un mes, por otra parte, no tienen todavía una capacidad cognoscitiva que pueda permitir realizar tal comparación.Aun cuando un niño puede llegar a mostrar algunas señales de una determinada emoción, muchos investigadores no se atreven a considerar que. tal respuesta sea igual a la emoción plena que experimentan los adultos. Dicen que en tanto que un niño de tres meses puede llorar y mostrar disgusto, por ejemplo, su desesperación no es igual a la experimentada por un niño mayor.

Un período importante en el crecimiento de la vida emocional de un niño, según el doctor Kagan, tiene lugar alrededor de los cinco o seis años, edad en la cual el niño ya tiene un sentido firme de sí mismo que compara con otros. La transición a un período de conciencia social conlleva un repertorio de nuevas emociones.

"Esta crucial capacidad cognoscitiva nueva", dice el doctor Kagan, consiste en la capacidad de compararse a uno mismo con los demás. Esa capacidad permite al niño evaluar su posición en cuanto a aspectos tales como capacidad, atractivo, popularidad y una larga serie de otros atributos".

Los sentimientos engendrados por tales comparaciones son emociones sociales tales como el orgullo y la humildad, la inseguridad y la confianza de uno mismo -además de celos y envidia-.

En la adolescencia, dice el doctor Kagan, se completa totalmente el complemento de las emociones adultas con el avance cognoscitivo que Jean Piaget llamaba "operación formal". Esta capacidad, por ejemplo, permite a los adolescentes analizar la consistencia lógica de las creencias.

Aquí se plantea el escenario de las cábalas filosóficas de conocidos tópicos adolescentes como si Dios ama al hombre, por qué hay tanta miseria en el mundo, por qué es mala la actividad sexual si es tan agradable, y por qué se equivocan los padres si lo saben todo.

A pesar del estereotipo existente, los adolescentes no son esencialmente caprichosos, dice el doctor Kagan. "Los quinceañeros no son más caprichosos de lo que puede ser un niño de tres años".

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