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Francia-Portugal y España-Dinamarca, semifinales de la Eurocopa de Fútbol

Maceda, en el penúltimo minuto, redimió al conjunto español

E. PÉREZ DE ROZAS ENVIADO ESPECIAL Fue el éxtasis, la locura, una auténtica borrachera. España acabó con toda la suerte del mundo que la República Federal de Alemania había acumulado durante los últimos cuatro años, en los que, sin realizar un gran fútbol, conquistó la Eurocopa de Naciones de 1980 y llegó a la final del Mundial de 1982.

Faltando 10 minutos, el banquillo español recibió la mala nueva de que los portugueses habían cobrado ventaja sobre los rumanos en Nantes. Y tanto Miguel Muñoz como sus demás ocupantes se lo indicaron a los jugadores. Pero éstos entendieron que persistía la igualada sin goles entre aquéllos, que clasificaba al cuadro español junto al alemán, y se retrasaron.

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Luego, al cabo de unas exasperantes segundos de retener el balón de manera absurda, el equívoco se deshizo al fin. Y entonces, sí; entonces, había que lanzarse a un ataque suicida. Ni defensas ni centrocampistas. Se convirtieron todos en atacantes. Minutos después, cuando restaban 60 segundos, Señor, con la habilidad y la visión que le caracterizan, descubrió a Maceda solitario dentro del área de Schumacher. Su pierna derecha, la buena, colocó el esférico en la cabeza del libero, quien únicamente tuvo que conectar uno de sus precisos testarazos para que España pasara a las semifinales.

El cuerpo reencontró su alma

Cuenta Gabriel García Márquez que, cuando uno se va de viaje, su cuerpo, al ir en avión, va mucho más deprisa que el alma. Al principio de hallarse en el nuevo país, el cuerpo deambula sin sentido. Sólo unos días más tarde, cuatro, cinco, siete a lo sumo, el cuerpo empieza a enterarse de las cosas. Y es que acaba de aparecer su alma, que ha llegado mucho más lenta. Andando o a lomos de una mula, dice el escritor colombiano. Anoche, la selección española logró un histórico triunfo. Y es que, anoche, España reencontró su alma después de dos deficientes lances con los rumanos y portugueses.

Como España no supo ganarse la clasificación en aquellas ocasiones, necesitó echar el resto frente a un cuadro que, en efecto, deja mucho que desear si se le compara con el que capitaneó Beckenbauer. Lo cierto es que la RFA pudo cobrarse, durante el primer tiempo, suficiente ventaja para sentenciar el partido. Las tres primeras ocasiones suyas. La primera, a los tres minutos, en un cabezazo de Briegel que repelió la escuadra derecha de Arconada. La segunda, a los 20, en otro testarazo del lateral que rebotó en el larguero y pisó la raya. El tercer poste fue a disparo de Brehme y el meta vasco ni siquiera hizo ademán de tirarse.

Los alemanes, conscientes de que les falta un organizador, un cerebro, dejaron siempre la iniciativa a los españoles. Ellos avanzan a pasitos, acompañándose mucho y llegando con riesgo con Voeller y Rummenigge. Durante esa media hora, fueron peligrosos en los metros finales, en los decisivos, en los que hay que ser temibles. Pero, después, siempre arrogantes, creyeron que habían asustado lo bastante como para echarse a dormir y controlar el partido desde atrás.

España, con el mismo ímpetu e ilusión, pero con mayor organización y eficacia que durante la última media hora ante Portugal, intentó coger las riendas. La gran ocasión para controlarlo y obtener la clasificación se produjo en el minuto 44, cuando Salva, que sustituyó magistralmente a Goikoetxea y anuló al mejor goleador europeo, Rudi Voeller, se lanzó impetuosamente al ataque. Después de recuperar un balón en el centro del campo, hizo la pared con Gallego, quien, de tacón, para redondear la faena, metió el balón al central dentro del área alemana. Salva lo controló y esperó la entrada impetuosa de Stielike, que acabó en claro penalti. Pero Lobito Carrasco, al que le gusta la película El expreso de medianoche, estuvo trágico. Tiró el máximo castigo sin convicción y Schumacher detuvo cómodamente a su izquierda.

Muñoz, esta vez, valiente

Pero España estaba dando mayor sensación de conjunto que en otras ocasiones. Muñoz, por vez primera en muchos meses, fue valiente, frío y calculador y prescindió de Urkiaga, un lateral que ninguna función cumplía en su esquema, y reincorporó a Señor. Ello suponía jugar con cinco centrocampistas, como lo están haciendo Francia y Dinamarca. Pero esos centrocampistas seguían careciendo de ideas ofensivas. Movieron el balón con habilidad y precisión en su zona, pero siempre de forma horizontal. Llegar al área del ogro Schumacher era una odisea.

Después del descanso, el partido entró en una fase aburrida. Los dos equipos parecían conformarse con el empate; entre otras razones, porque ese resultado, idéntico al que llevaban Portugal y Rumanía, clasificaba a ambos. Fueron minutos de tonteo más que de tanteo. Una vez marcó Portugal, España sacó fuerzas de donde no las tuvo nunca e inició un fuerte pressing sobre la defensa alemana, que, carente ya de ideas, tenía muchísimo trabajo para despejar el balón.

Descolocada Alemania, anulado Voeller por Salva e ido el monstruo sagrado de los alemanes, Rummenigge, sólo había que poner el pie en la tabla, apretar hasta el fondo el acelerador y encontrar esa suerte, esa chispa, esa impronta, esa fortuna que tanto ha predicado Muñoz. Mientras Arconada volaba en dos ocasiones -minutos 76 y 81- para detener dos tiros de gol clarísimos de Rummenigge y Matthaus, España colocaba nueve atacantes arriba y se encomendaba a la diosa fortuna. Y, como en el banquillo estaba Muñoz, España consiguió el tanto del triunfo.

Muñoz lloró, tras el gol de Maceda. Tal vez, incluso, se produjera en la misma portería en la que el Real Madrid, capitaneado por el actual seleccionador español, ganó su primera Copa de Europa, aquí, en el Parque de los Príncipes, en 1955. La salida de los jugadores españoles, anoche, debió de ser muy similar a la de aquel día. Esta vez, el que repartía abrazos era Muñoz. No era para menos. Todos sus pupilos se habían dejado el cuerpo en el campo después de recuperar su alma.

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