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Crítica:El cine en la pequeña pantalla
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Risa negra italiana

Hay un falseamiento sobre I soliti ignoti, la perfecta y tronchante comedia que Mario Monicelli realizó en 1958. Se dice que tal comedia es una parodia de Rififi chez les hommes, filme negro francés realizado un par de años antes por Jules Dassin, que alcanzó gran popularidad. Una de las prolongaciones de esta popularidad sería, según el infundio, su ramificación sobre claves bufas en I soliti ignoti, que en España fue traducida no como Los desconocidos de siempre, sino con la oportunista onomatopeya referencial de Rufufú. Pero así se conoce aquí al filme y ya no hay manera de rebautizarlo.Rufufú no es un filme parasitario. Es una cumbre de la más genuina comedia italiana, pequeño género autónomo en que desembocó el agotamiento del drama social neorrealista de la posguerra, y en el que hay películas magistrales, que hoy deberían revisarse cuidadosamente, porque en su tiempo pasaron como simples obras de jolgorio y muchas de ellas tienen dentro, hablando en cine, palabras mayores. En los géneros menores y destinados al consumo fácil, hay a veces auténticas lecciones de cine. Rufufú es uno de esos casos y su negra originalidad no le debe nada a ninguna película negra o blanca.

Monicelli, pese a no estar en el dudoso olimpo de los directores italianos con aura de altísimos y refinados intelectuales -con frecuencia el intelectual y el hombre de cine se dan de patadas-, es uno de los más grandes cineastas europeos puros, situado en cuanto tal cineasta por encima de otros colegas suyos inferiores, pero más mimados por los mecanismos, no siempre ajustados al verdadero fuste de los hombres, del encumbramiento.

Vittorio Gassman, que trabajó con la flor y nata del cine italiano, afirma que fue el un poco loco Monicelli, y no otro, quien le enseñó todo lo relativo a la interpretación cinematográfica. Antes de rodar Rufufú, Gassman estaba inerme ante la mirada de una lente. Él, que se comía a dentelladas los escenarios, cuando se sentía apuntado por el silencioso ojo negro de una cámara quedaba desarmado y tendía a ocultar su incapacidad detrás del un exceso de gesto. Pero Monicelli, imaginativo y burlón, frenó en secó al divo teatral y dio al soberbio Gassman las lecciones de humildad necesarias para saber estar ante una cámara.

Y Gassman compuso un excéntrico y disparatado esperpento, en las antípodas del afectado chulo de alcurnia que hasta entonces había hecho. Se trata de un fantasioso púgil telonero, sonado y tartaja, llamado Pepe el Pantera, que intenta como puede conservar su ruinoso tipo, y que es una maravilla de composición cómica y de vuelta del revés del personaje a que el actor estaba habituado. En la perfección del trabajo de Gassman se ve, invisible, la mano de Monicelli.

Como se ve, igualmente invisible, en el endiablado ritmo del filme, jalonado por una traca de pequeñas sorpresas en crescendo, que envuelven al espectador en un torrente de desparpajo y de inventiva. Y lo que es elaboración de cada gesto, de cada gag, discurre sobre un tempo tan dominado que parece una colección de inventos improvisados sobre la marcha. Así es el talento de Monicelli, expresado en Los camaradas, en La gran guerra y otros filmes: conversión de una enrevesada maquinaria fabuladora, una tupida telaraña de mínimos sucesos, en un cristal.

La divertidísima aventura de estos desconocidos de siempre, pobres, pero en su estirpe eminentes, hampones de arrabal romano, que se deciden de una yez a dar su gran golpe, está fijada no solo en la reconversión de Gassman, sino también en las actuaciones, todas inolvidables, de Marcello Mastroianni -el supremo perezoso e indolente romano oriental de que habla Gassman en sus recuerdos-, Renato Salvatori, Memmo Carotenuto, Carla Gravina, Claudía Cardinale y el inmenso Totó.

La escena de la clase de descerraje de cajas fuertes, que da, en raído batín de arístocrata, Totó al inefable gang es, entre tantos otros ejemplos que llenan este filme, un ejercicio de cinismo bufo y negro que define a la perfección la singularidad de este actor, formado a comienzos de siglo en los cabarés de Nápoles y Roma. El gran Totó de Pajaritos y pajarracos, para muchos el mejor filme de Pasolini, está aquí en estado puro, sin mediaciones culturales, tal cual era, heredero de las tradiciones de la secular y truculenta comicidad mediterránea callejera. Su corta actuación es de maestro.

Rufúfú se emite hoy a las 22.40 por la primera cadena.

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