'Los úItimos de Filipinas' , el éxito del momento
Estamos ante un título que no sólo obtuvo aplausos entusiastas del público de la época, sino que aún es recordado como gran hito del cine español de posguerra, siquiera sea por la espléndida canción Yo te diré, que se sigue interpretando en voces actuales. Hay hasta un ligero mito alrededor del filme, de forma que no es difícil encontrar incluso entre críticos exigentes, comentarios que defienden aspectos del trabajo del director Antonio Román. Pasado el tiempo, se hierven las iras.El núcleo de la película se remite, sin embargo, a aquel cine histórico que, salvo en contadas ocasiones, era una exacta copia de su perenne verborrea, sus exagerados actores, sus evidentes decorados y, sobre todo, de aquella aburrida monserga por la que o nos hacíamos héroes-mártires-soldados-misioneros o iríamos a dar con nuestros huesos en el infierno tras haberlos reposado cotidianamente en la cárcel: baste señalar los términos en que explicó el Anuario Oficial del Cine Español el contenido de Los últimos de Filpinas: "se trata de una magnífica exaltación del heroismo nacional que pone de relieve las virtudes patrióticas de nuestra raza, en un memorable episodio de guerra que es todo una gesta de abnegación y de indómito valor". Bien rodada y todo, la oferta da temblores.
Antonio Román era en la época uno de los directores más importantes. Su primera película, Escuadrilla, consagrada en ese caso a destacar sólo el heroismo patriótico de las tropas nacionales, alternó con el desarrollo del guión de Franco, Raza, trabajo al que siguió aún otra película de propaganda política, Boda en el infierno, que hablaba de la historia de un marino -español que, por piedad, matrimonia en la Unión Soviética (el infierno del título) con una muchacha que quiere escapar. El marino, en cualquier caso, la amaba de verdad.
De pronto, Román comenzó a plasmar en sus siguientes películas una suerte de inquietud, un afán por modernizar su propuesta y de realizar con mayor rigor, que pasó primero por el arriesgado texto de Miura, Intriga, que indignó a cuantos espectadores consideraron tomadura de pelo aquella novedad de que el asesino del disparatado cuento fuera el propio director de la película, se prolongó luego por La casa de la lluvia y Lola Montes, que recuerdan con agrado los críticos disidentes del momento, y obtuvo por fin su resonante éxito con Los últimos de Filipinas, que unía a los valores seguros del género, ese nuevo hacer que Román pretendía. Se llegó a decir que era el director menos paleto de su generación.
"Caló hondo en el público aquella película", comentó Román, "porque en aquel momento tenía un sentido patriótico que se valorizaba mucho y porque realmente era una hermosa historia. Desde un punto de vista cinematográfico, tengo otras películas de las que me siento tanto o más satisfecho, pero al parecer estoy condenado a ser sólo el directorde Los últimos de FiIipinas". Nadie le llamó, sin embargo, para ofrecerle una nueva película tras el éxito de ésta. Dice haber estado esperando durante un año a que sonara el timbre de la puerta: "pero nadie, nadie".Sorprende aquel olvido de la industria cinematográfica del momento por el éxito del director, toda vez que el cine anterior de Antonio Román había sido frecuentemente premiado en metálico por el Sindicato Nacional del Espectáculo, y aliviado económicamente con créditos sindicales y con clasificaciones de "interés nacional". Quizá esta marginación fue debilitando el afán creativo de Román, que sólo esporádicamente (El amor brujo, Los clarines del miedo) volvió a presentarse inquieto en la pantalla. Sus restantes películas han zigzagueado por las modas de cada década, incluso participando en el espaghettiwestern y en la presentación cinematográfica del cantante Peret-
Las últimos de Filipinas se emite hoy a las 22.15 por la segunda cadena.
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