El terrorismo 'ultra' amenaza las elecciones en Israel
La detención del rabino Moshe Levinger, líder de un movimiento fanático al que se le imputa la comisión de actos terroristas, marca un rumbo nuevo en la política que hasta ahora había seguido el Gobierno israelí con los grupos extremistas no árabes. El fanatismo de estos grupos, alentados en un principio por el Gobierno de Menajem Beguin, está desprestigiando en el mundo la reputación de Israel y compromete el desarrollo de las elecciones que tendrán lugar el próximo mes de julio.
La policía ha reunido pruebas suficientes contra un grupo de israelíes acusados de terrorismo antipalestino, a fin de permitir al procurador del Estado redactar actas de acusación en el plazo de una semana.Entre los 22 israelíes arrestados bajo la acusación de pertenecer a una red terrorista judía, figura un gran número de oficiales y militares en la reserva que pertenecen a unidades de elite. Casi todos han estado en el servicio militar activo durante el período en el que fueron perpetrados los actos terroristas. La mayoría son profundamente religiosos y todos son ultranacionalistas.
La más célebre de las personas implicadas es el- rabino Mpshe Levinger, fundador del Kiryath-araba y guía espiritual de la colonización judía en la Cisjordania ocupada. El rabino Levinger rehúsa responder a las preguntas de los jueces instructores; se ha encerrado en un silencio total, altivo y hosco. La Prensa hebrea evoca y analiza en estos días a este personaje nacido en Jerusalén en el seno de una familia muy religiosa hace 49 años.
Puede decirse que Moshe Levinger ha inventado la colonización judía agresiva, insumisa ante los deseos de las autoridades israelíes en la Cisjordania ocupada. Desde 1968, menos de un año después de la conquista de Cisjordania, ocupa un hotel de Hebrón con un grupo de discípulos fanáticos; poco después de esa fecha nacía el Kiryath-arba, sobre una colina que domina la ciudad.
El 16 de marzo de 1976 los palestinos se manifestaron en Hebrón. Moshe Levinger, nada más enterarse, reunió rápidamente a un grupo de fieles del Kiryath-arba y les ordenó descender hacia las calles de Hebrón. "Podéis disparar, si hace falta", les dijo. Y dispararon con fusiles de asalto Kalashriikov. Cuando los soldados les exigieron que se retiraran para calmar las protestas, los hombres de Levinger se negaron a hacerlo. Mucho más grave todavía fue que el propio Moshe Levinger patrullara la ciudad, acompañado de los suyos, utilizando perros que atacaban a los notables árabes entre los que figuraba un venerable kadi (juez religioso musulmán). El rabino Levinger compareció ante un tribunal militar pero fue absuelto.
Éste es el hombre. Sin embargo, es mucho más importante el clima político y psicológico en el que este hombre ha actuado. Levinger ha desatado los espíritus, transgredido la ley militar, y ha sido después liberado, como si no hubiera hecho nada. Pero sería un error concentrar toda la atención en un rabino fanático y sus discípulos hechizados, aunque se reconozcan culpables de pertenecer o instigar una red terrorista judía que ha agredido cruelmente a dos alcaldes palestinos, ha matado a ciudadanos y ha organizado una masacre con un autobús-bomba. Sin duda, estos actos considerados aisladamente son horribles y pueden ser comparados con los peores atentados palestinos, pero eso no es lo esencial. Más allá de castigar a los culpables eventuales es preciso preguntar al Gobierno, a las autoridades israelíes, si tienen valor para tomar medidas con el fin de erradicar el fenómeno de raíz.
Raíces políticas y religiosas
Quizá la fuente del terrorismo no debe ser localizada en la cabeza de Levinger sino en la situación psico-sociológica, en el clima político y sobre todo ideológico que se estableció en Israel inmediatamente después de la guerra de los seis días en junio de 1977. Ese clima se inició con los Gobiernos laboristas pero se ha reforzado con la llegada al poder del Likoud en 1977.Esta especie de individuos exaltados, miembros del Goush emounim (movimiento ultranacionalista y anexionista) se forman en seminarios rabínicos establecidos en el corazón mismo de la Judea y Samaria (nombre bíblico de la Cisjordania ocupada) convencidos de estar inspirados y guiados por la voluntad divina. No podrían desarrollarse sin contar con una atmósfera abonada.
Esta atmósfera, colmada de aspiraciones mesiánicas aliadas a un sentimiento de preponderancia extraordinario, nuevo, enajenante, ha nacido de la victoria sin precedentes de Israel en 1967 sobre todos sus vecinos árabes juntos. Algunos rabinos -los menos- vacilaban al hablar de milagro a propósito de la victoria de Israel conseguida en seis días, exactamente los días que duró la creación del mundo por el Todopoderoso.
El conjunto de la población judía de Israel, no sólo los elementos más nacionalistas, estaban embriagados, exaltados por este sentimiento al que el Gobierno de Golda Meir no hizo nada por erradicar. Al contrario.
La llegada de Beguin a la presidencia en 1977 refuerza todavía más estas tendencias mesiánicas, ese clima de poderío sin límites, esa convicción de que el brazo de Dios, el dios de los ejércitos de Israel, guiaba y protegía a Israel.
El acento puesto por Menajem Beguin sobre el pueblo judío -en lugar del pueblo de Israel-, su costumbre de no mencionar al -Estado de Israel e insistir en la "tierra de Israel", prometida por Dios a "su pueblo" con unas fronteras bíblicas imprecisas era un estímulo para los colonos judíos.
Para estos últimos, como decía el rabino Levinger, los árabes no son más que un accidente sin ninguna importancia. Son, eso sí, un estorbo para la toma de posesión por el pueblo judío de "su tierra". Por lo tanto, deben ser combatidos sin tregua.
El primer ministro Shamir desea, sin duda, parar el terrorismo judío porque ve en él un peligro para la soberanía de Israel y para su reputación en todo el mundo. Pero existen dudas de que sea capaz de eliminarlo, de impedir la formación de nueva! células terroristas cuando no de desmantelar las ya existentes. En efecto, para poner fin a este fenómeno, evitar su reproducción, su repetición, el Gobierno israelí debería poner fin a su caldo de cultivo: la presencia de decenas de millares de israelíes fanáticos, ultranacionalistas, decididos a todo, o a casi todo, que se encuentran en el corazón de una población palestina hostil, que se opone a los colonos que confiscan sus tierras, que no les tienen en cuenta, que les ignoran, que les menosprecian y les combaten sin piedad.
Para erradicar este fenómeno basta con confiscar las armas a los colonos judíos, aunque es dudoso que el Gobierno israelí acepte una medida tan radical. Tampoco que abandone a sus colonos desarmados en medio de una población enemiga ferozmente opuesta a su presencia.
El Gobierno israelí está inmerso en el, siguiente dilema: o renuncia a la idea de anexionarse la Cisjordania y pone fin a la colonización judía, o continúa alentando la colonización y asume el riesgo permanente del resurgir del terrorismo judío que se dirige no sólo contra la resistencia palestina, sino también y, en definitiva, contra las autoridades legales de Israel, acusadas constantemente por los colonos ("nuestros mejores hijos", dice el primer ministro Shamir), de no garantizar "la seguridad" de los asentamientos judíos en esas tierras.
Si no ocurre un milagro -y los milagros son raros desde hace 2.000 años- el Gobierno de Shamir, Arens y Sharon parece condenado ideológicamente a coexistir con el terrorismo judío en Israel.
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