Giuseppe Richeri: "El aumento de canales no garantiza por sí solo mayor libertad de elección"
Los monopolios de televisión están desfasados porque no atienden las nuevas necesidades sociales, que demandan una diversificación de servicios, afirma Giuseppe Richeri, italiano, de 39 años, autor de importantes libros sobre la radio, televisión, telemática. Añade que frente a los sistemas cerrados de televisión es necesario expander y diversificar la base productiva, crear modelos mixtos en los que las cadenas sean complementarias y no antagónicas porque el aumento de canales no garantiza por sí solo mayor libertad de elección.
Giuseppe Richeri participó la pasada semana en las Jornadas sobre Televisión Autonómica, organizadas por la Diputación General de Aragón y dijo que "las futuras tecnologías exigen previamente una definición de las políticas de comunicación que en Europa se orientan hacia redes integradas de servicios.Pregunta. Usted sostiene en sus publicaciones que la televisión europea se encuentra en un serio proceso de transformación con multiplicación de canales de una misma sociedad e incluso incremento de nuevas emisoras. ¿Qué consecuencias tiene para el modelo europeo en el que prevalecen los sistemas de monopolio?
Respuesta. El monopolio de Estado es, en este momento de nuestra historia, un modelo atrasado, cuyos límites son precisa mente sus fuerzas productivas. Hoy existe más capacidad de producción, al margen de los sistemas de monopolio, y existe una fuerte demanda de mayor pluralidad de ideas y de fuentes de información y producción.
P. ¿Qué aportaría esa multiplicidad de nuevos canales?
R. En el momento en que aumentar las emisoras europeas, tanto públicas como privadas, éstas deben ser no sólo puntos de consumo o distribución, sino centros de producción cuyos programas han de circular por otras cadenas, incluso permutarse entre públicas y privadas. El futuro panorama europeo supone un gran paso adelante porque vamos hacia una multiplicación de las fuentes de información y de producción de programas. Es decir, se expande y diversifica la base productiva, limitada hasta ahora a los periodistas y profesionales de las grandes sociedades de televisión.
P. Es sorprendente, de todas formas, que un intelectual de izquierda como usted no se oponga a la implantación de televisiones privadas.
R. La alternativa al monopolio de Estado no está sólo en las televisiones privadas, tal como habitualmente las entendemos Es necesario que existan también televisiones comunitarias. Pero hay que decir que es un error creer que las televisiones privadas son algo demoniaco, porque si hay voluntad política se puede armonizar la presencia de las públicas y de las privadas, encontrar un equilibrio, sin que las privadas destruyan o condicionen la finalidad de las públicas.
P. ¿Qué modelo de televisión privada considera más idóneo?
R. Creo que, entre los sistemas que conocemos, el inglés puede considerarse hasta ahora el más idóneo, porque, aunque con ciertos límites, logra equilibrar bastante bien la coexistencia de televisiones públicas y privadas.
P. ¿En qué medida la televisión directa por satélite cambiará los modelos europeos?
R. Los países europeos que aceleraron la carrera de los satélites, como Francia y la República Federal de Alemania (RFA), están dando hoy marcha atrás Los servicios públicos de televisión no saben cómo utilizar los satélites, no saben qué programas emitir. Por otra parte, para estimular a la audiencia a que compren las antenas, de recepción vía satélite hay que programar espacios muy buenos. Las antenas para recepción individual costarán aproximadamente cómo un televisor en color de tamaño medio, entre las 60.000 y las 70.000 pesetas. Se necesita una fuerte financiación para su puesta en marcha, pero las emisoras no pueden aumentar las recaudaciones del canon ni las tarifas de publicidad, porque ello iría en detrimento de otros medios, especialmente la Prensa. La mayoría de los Gobiernos europeos regula qué porcentaje de inversiones en publicidad ha de corresponder a cada medio, radio, televisión y Prensa. Es decir, la decisión de Francia y de la RFA de poner en marcha los satélites no obedecía a una política de comunicación, sino a razones industriales.
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