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Crítica:VISTO / OÍDO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El sindrome de estreñimiento

Cuenta la leyenda que en el principio era Matías Prats. No el presentador con rizos de la televisión de hoy, sino el otro, el uno, grande y libre, con vista de lince y gafas de ciego, el trueno de Maracaná, el bardo del bambino y la glucosuria, que cantaba goles retozones como pedradas, metálicos como estampidos, de perfección mineral, para contrapesar los goles pesimistas y dolientes que a su diestra lloraba su otro yo, el gallego Enrique Mariñas."Aquéllos eran goles radiados y no los de ahora". Lo dijo, hace unos domingos, en mitad de una audiencia tabernaria y como variante del "contra Franco vivíamos mejor", un sujeto que, entre vapores, definió como "goles campanudos y aflautados" los de José María García en Antena 3, y que catalogó airadamente de "goles con las manos en la cabeza" los de José Ángel de la Casa en la pequeña pantalla, de "goles taciturnos y con olor a golpe" los de Miguel Ors en la ídem, de "goles de charlatán vendedor de calzoncillos antivientos" los de Joaquín Prat en la SER, de "goles confidenciales" los de Fernández Abajo en no sé donde, y de "goles estrepitosos como el final de un estreñimiento" los de Héctor del Mar en el Carrusel Deportivo de la SER.

Héctor del Mar retransmite hoy la final de la Copa del Rey por la SER

Si Mariñas era un romántico, Prats era un clásico. Es cierto que se corría el riesgo, en sus heroicas retransmisiones, de enterarse de que "a un amigo de un conocido de un tio abuelo de Agustín Gaínza le llamaban también Piru y tenía un cuñado, que tenía un primo que era extremeño, y que estaba casado con una andaluza, cuyo hermano mayor tenía un ventorrillo en la carretera de Cabra a Córdoba, donde chateaba, con fino procedente de un cortijo de Montilla, un hermano de leche de un vecino de doña Angustias, lejana pariente de la abuela de Manolete, que a su vez era pariente del mayoral del citado cortijo, cuyo padre fue uno de los primeros socios del Betis Balompié", pero eran estas curvas perdonables en un campeón de la línea recta, inventor de la "perpendicular del área británica", de la "cepa del poste izquierdo de Ia meta que defiende el meta Turgay", de la "posición teórica del antiguo medio centro según la posición española" y de la gramática primordial del gol cantado.

Prats, solo o al alimón con Mariñas, situaba al oyente con precisión de tiralíneas y le hacía participar, mediante su dominio de la graduación y el ascenso, en el juego. Sus goles eran preparados por un crescendo verbal previo, por una entonación ritual premonitoria, y el oyente sabía en cada instante dónde estaba cadajugador; si había peligro o si no lo había; y tensaba o relajaba las antenas de su imaginación arrastrado por los quiebros de la cadencia de locución. La referencia está ahí, pero se ha perdido. De las austeras y cartesianas retransmisiones de Prats -solo equiiparables con el "¡Entró, entró!" de Juan José Castillo en Wimbledon- hemos pasado a retransmisiones tan opulentas como embarulladas, con cinco o seis locutores en orden de hormiguero, y, al otro lado del transistor, nos extraviamos como caperucitas en la selva de información, de juicios técnicos, de apelaciones a la estrategia, de idas y venidas de estadio a estadio como pelotas de pimpón.

La pauta del nuevo arte del gol cantado la da hoy un locuaz y simpático porteño, con nombre entre libertario y épico, Héctor del Mar, que ha contagiado al resto de sus colegas en el empleo superenérgico de la letra erre, lo que hace respingar cada domingo a todos los programas deportivos en directo, con una invasión de onomatopeyas con erre de ametralladora: "¡Ya está! ¡Ya está en el rrrektángulo de juego el Rrrreal Madridddt! ¡Vamos a verrrr! ¡Vamos a escucharrrr! ¡¡Ya"- ¡¡Ya sale el Atletikkkk-" ¡¡El terrrremoto! ¡Tiembla.l Jiemblaaaaaa el cemento de la catedrrrrral!"". 0 sus espasmódicos, goles: "Ya llega el esférico, cuero blanco con pintas negrrrras, a Sandokán Juan José, globo que se eleva, ¡cuidado con los ovnis!, rrrecoje con rrrrabia Superrrrrpibe Camacho, a Paco Terrrremoto Bonet, hacia Uli Tanke Stielike, que va golpiar, ¡que va golpía! ¡¡que golpía!! ¡¡¡¡Gol gol gol gol gol gol gol gole gole gole gole gole goooooooooooooooool de UliTankeStielike qué trrrallaso qué misil de TankeinásTankequenunca qué dijoqueoporrrrtunidad y quéquéqué golassso qué trrrallassso qué misssss!!!!!".

En el fragor de sus gárgaras, el buen microfonero y pésimo gramático Héctor encandila al personal del otro lado del receptor con apodos de Chicago años treinta a Carlos Puma Santillana, Andoni Huracán Goicoetxea, Alevín Isidro, Turbina San José, Luis Miguel Pulpo Arconada, Juanito Supersónico Gómez, Iñigo Macho Liceranzu, Miguel Smoking de Andrés, Roberto Diablo López Ufarte, Diego Armado Pelusa Maradona, Pedro Puñal Uralde, y envuelve estas guindas en una sintaxis de periódico hispano del Brorix, sin preposiciones ni artículos: "Balón que yyyega inmediaciones línea medularrr, contrrrola balón bota derecha Juanito Superrrsónico Gómez hacia Pibe Salguero buscando espacios abierrrtos hacia pecho Yyyohnny Melgod que se encuentra con Taquicarrrdia Marcos, frrrena cuero Tarrrzán Miguefi, se yyyeva el esférico y hace interrrrrrvenir el pito de Alfonso Urízar Azpitarrrrrrte: ¡¡corrrnerrr!! que saca Taquicarrrdia Marrrcos hacia Diego Arrrmando Pelusa Maradona haciendo estrrrragos línea medularrr Rrrreal Madridddt y balón que se pierrrde porrr línea de fondo acompañado de uys del público ante mirada impasible del cancerrrrbero Agustín"

Entre el telegrama y el gruñido, Héctor, a ritmo de tango bárbaro y excéntrico, convierte al gol en un estertor de parto sin embarazo previo, es decir, en un susto tan monumental como los aces de Santana en versión de Juan José Castillo. Importa menos que el Rrrreal Madriddddt marque que Héctor lo grite, lo expulse con música de urgencia de estreñimiento grave. Al final de sus grandes goles-sustos-orgasmos no sabemos qué y cómo ha ocurrido, qué jugada le ha precedido, qué plástica se ha logrado, quiénes han intervenido en él, qué geometría ha dibujado, qué ha construido, qué ha roto. Llega su ronco alarido, en borbotones sin forma, y el oyente, desterrada su imaginación del juego, no tiene otra cosa que oponer al estrépito que su oreja boquiabierta. Y la radio abandona su viejo papel de medio para convertirse en fin. Radio-participación se convierte en radio-dictadura, en un diálogo en el que el oyente no tiene más que oponer que su pasividad.

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