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Crítica:El cine en la pequeña pantalla
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Espejos sobre fondo negro

La dama de Shanghai, filme realizado por Orson Welles en 1947, aunque programado fuera del ciclo dedicado a este género, es una oportuna culminación de la serie de filmes negros recientemente emitidos en TVE. En este ciclo han faltado películas que lo ennoblecieran con aportaciones de cineastas de acusada personalidad. Uno de ellos fue Orson Welles, cuyos filmes más personales rozan la periferia del género negro, pero sin entrar nunca en su ortodoxia. Sin embargo, cuando Welles se vio obligado a realizar filmes domésticos empleó esquemas de género negro casi en estado puro. Este es el caso de su admirable Sed de mal, que hay quien considera su obra más poderosa, y de La dama de Shanghai, una interesante película, que se emite hoy.Welles sólo consiguió realizar en Hollywod una película enteramente a su modo y manera, Ciudadano Kane. La siguiente, El esplendor de los Amberson, que comenzó en libertad, acabó mutilada por los productores. La tercera, Journey into Fear, se la quitaron de las manos y la acabó otro director, Norman Foster. Después llegaron para Welles cuatros años de paro forzoso. Los productores quisieron domeñar así la insobornable personalidad del cineasta. Después de estos cuatro años realizó su primera película de encargo, El extraño, que fracasó totalmente, y un año después pusieron en sus manos un tópico guión negro, inspirado en la novela de Sherwood King If I Die Before I Wake, titulado La dama de Shanghai, para que la rodara ateniéndose a las normas. Pero Welles no conoció nunca más normas que las suyas. Dio unos retoques aparentemente innocuos al libro, y aceptó.

La dama de Shanghai observa con fidelidad las leyes fundamentales del género negro. Hay, sin embargo, en el filme algunos inesperados escapes hacia vuelos formales incatalogables por ningún corsé genérico. La rara cadencia lírica de la historia, por ejemplo, se sale de las normas y vuela hacia las enrevesadas esquinas del estilo más personal del mejor Welles. A Io largo de esta cadencia, en efecto, surgen escenas que rompen los límites de la norma e introducen al espectador en otro universo: ese es el sentido de esos retoques de Welles al guión a que antes me referí. A través de pequeños giros, de insólitas variantes, el cineasta ponía su sello, abría brecha en la rutina e inventaba libremente a través de las grietas abiertas en el relato.

Y el Welles más puro surgió incontenible en escenas como aquella en que Welles relata sobre la cubierta del barco la alegoría de los tiburones, o aquella otra, considerada una de las más brillantes de todas cuantas rodó este campeón de la brillantez, en que Welles y Everet Sloane, con Rita Hayworth en medio, se enfrentan a tiros en una galería de espejos que multiplica sus imágenes. En medio de este convencional filme surge incontenible, en esta asombrosa secuencia, el distintivo del genio.

Rita Hayworth, cuya carrera comenzó a morir en la cúspide de Gilda, porque en esta película le hicieron representar un personaje para ella irrepetible, fue rematada por Orson Welles en La dama de Shanghai, con otro personaje sin posible continuidad. Nunca después de este filme la actriz volvió a ser la misma fuente de erotismo torrencial. Su estrella fue a partir de entonces declinando hacia la dramática disolución de su identidad.

La dama de Shaghai se emite hoy, a las 22.00, por la segunda cadena.

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