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Gaínza, el legendario extremo del Athlétic

A los 62 años, se sienta cada domingo en el banquillo y es el jefe de los ojeadores del campeón de Liga

El año en que nació Clemente, a la altura teórica de la mitad geométrica del siglo, y coincidiendo con el Campeonato del Mundo de Río, los niños de Bilbao se dividían en dos grupos: aquellos cuyo héroe era Zarra, y los que de mayores querían ser Gaínza. Al fin y al cabo, la humanidad siempre se ha dividido entre quienes aspiraban a convertirse en figura central de la representación, y los que preferían ser autores del último pase. En los años cincuenta, todos aquellos que elegían ser Miguel Portolés antes que Diego Valor, Yañez antes que Sandokán, Robert Mitchun con preferencia a John Wayne, tenían un cromo de Gaínza entre las páginas de su enciclopedia.Quienes, perteneciendo a este grupo, habían cumplido la decena el año que nació Clemente, desafiaban a los otros con un argumento definitivo: "sí, el gol de Maracaná lo metió Zarra. Pero ¿quién le dio el pase?". Tener vocación de extremo izquierda significa elegir la astucia preparatoria antes que la resolución rutilante.

A sus casi 62, Gáínza conserva la voz socarrona de los extremos zurdos, la nariz aplastada, a lo, Karl Malden, de los lugartenientes, la mirada escrutadora y achinada dejos astutos con escamas.

De niño fue monaguillo. Los que le conocieron aseguran que ya entonces ladeaba la cabeza con sorna de perro viejo, que era capaz de atizar a un pájaro a 15 metros, que enroscaba la trompa con la mano izquierda, que nadie le ganaba en zorrería a la hora de caerles por la espalda a las ranas que tomaban el sol en las charcas de Basauri. Pero nunca fue el jefe de su cuadrilla. O no lo había, o, si alguien se empeñaba en serlo, Piru era su número 2.

Al fin y al cabo la cifra 11 de su camiseta no es sino el grafismo romano del número 2. Los número 2, desde Thomas Moro hasta Alfonso Guerra, desdeñan el triunfo porque saben que su destino es aun más glorioso: contar con el reconocimiento secreto del número 1.

Hace 30 años, cada vez que Zarra marcaba un gol a pase de su extremo izquierda, cuando todos se arremolinaban en tomo al delantero centro para felicitarle, Piru desandaba su camino en solitario y retornaba: a su puesto en la banda. Pero cuando el tumulto había pasado, a punto ya de reanudarse el juego, Telmo giraba la cabeza hacia su izquierda, levantaba las cejas e intercambiaba con su lugarteniente una mirada de inteligencia.

Su afición a las correrías por la banda, a rozar los márgenes de la geometría establecida, a arriesgar hasta la temeridad; llevaron a Gaínza al corner izquierdo. Desde esa esquina del campo y de la vida sigue oteando la cantera vizcaína. Abre cientos de conchas, y de vez en cuando encuentra una perla. La lleva a Lezama, donde otros redondean, pulen, engarzan. Como en todo, hay cosechas buenas, malas y regulares. La última, a juzgar por los resultados, ha salido excelente "Todo el mérito", dice, "es de Clemente, que ha sabido dar confianza y moral de triunfo a los chavales".

Pero cuando finaliza el partido y ya los de Carrusel se dirigen, micrófono en mano, hacia el entrenador del Ahtlétic, Javier Clemente gira la cabeza a su izquierda, levanta las cejas, intercambia una mirada de inteligencia con el hombre de pelo blanco que se sienta a su lado. Piru, embutido en un chandal de color azul,con rayas rojas, se levanta y desaparece de perfil, la cabeza cana y el andar balanceante, mientras atruena el estadio y arrecian los superlativos de los comentaristas radiofónicos.

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