El plan de reconversión textil, sacrificio rentable
De entre los sectores industriales con predominio de la empresa privada, el textil fue, sin duda, el que más pronta y decididamente se dispuso a acogerse a las medidas de saneamiento industrial y financiero contenidas en la política de reconversión, en opinión del articulista, para quien el plan de reconversión del sector textil ha sido un éxito. En los dos años transcurridos desde la puesta en marcha del plan, es decir, desde el 15 de octubre de 1981 -fecha en que se presentaba el primer expediente- hasta el 15 de diciembre último, la gerencia del plan ha recibido las peticiones de 635 empresas, que en conjunto suponen una inversión de 153.046 millones de pesetas.
El plan textil puede considerarse como un éxito en toda la línea. Y no es de extrañar que así sea. El famoso informe Interfuturos, de la OCDE, ya señalaba que, en el campo de las industrias de transformación clásicas, el sector textil se había convertido en el prototipo de la reasignación industrial."Este sector", subraya textualmente el informe, "ilustra, de hecho, muchos aspectos importantes de la evolución industrial mundial, cuyo interés sobrepasa, con mucho, el propio sector" (1). Se trata, en efecto, de uno de los sectores en donde con mayor claridad aparece la urgencia de una adaptación a las nuevas tecnologías y a la nueva división internacional del trabajo. De ahí que la mayoría de los países industrializados de Occidente estén aplicando políticas de reajuste para el sector textil.
Desde el control de la demanda
Lleva razón Michel Albert, antiguo comisario del plan francés, al decir en su pequeño libro Un pari pour l'Europe (2) que Europa "ha de pagar en los años ochenta sus faltas de los años setenta". Europa ha sacrificado el futuro en beneficio del presente, dando prioridad a los salarios sobre los beneficios y prefiriendo consumir más que invertir. Como una vieja dama en dificultades económicas, "Europa ha vendido sus joyas para prolongar su bienestar".
La inversión industrial bajaba en Europa cuando seguía progresando en Estados Unidos y en Japón. El retraso es ahora difícil de recuperar. Resulta cada día más urgente para los países industrializados del viejo continente dar con un modelo de desarrollo adecuado a la nueva geografía industrial que han definido los profundos cambios habidos en la división internacional del trabajo y en el campo de la tecnología. Y si esto es verdad para Europa, lo es más aún para España, donde la crisis está siendo más profunda y más tardíos los intentos de reacción frente a ella.
En la segunda mitad de la década de los setenta, nuestro PIB (producto interior bruto) crece a un ritmo sensiblemente inferior al que se registra en las principales economías de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), mientras que conocemos una inflación y unas tasas de paro superiores. Por su parte, la inversión decae durante todo el período, lo cual conlleva la creciente obsolescencia del aparato productivo y, por ende, la pérdida progresiva de nuestra competitividad internacional.
La primera reacción significativa ante esta crisis sólo se producía en 1977 con los llamados Pactos de la Moncloa, que se tradujeron en unas medidas de política económica orientadas hacia el control de la demanda; en definitiva, se sentaban las bases de una política de rentas y de una política monetaria.
Quedaban en el tintero, sin embargo, aquellas medidas encaminadas a una reforma estructural en profundidad y se echaba en falta, concretamente, una política industrial merecedora de tal nombre. Seguía siendo imprescindible la fijación de prioridades industriales claras.
Porque si el Estado ha de tener una política industrial, el camino más corto consiste en favorecer la creación y desarrollo de polos de competitividad, es decir, de sectores o subsectores integrados por empresas capaces de adquirir o consolidar posiciones fuertes a partir de las cuales puedan producirse efectos multiplicadores. Conviene huir de la tentación de resucitar industrias o de mantener empresas que no pueden ser rentables.
Hasta la política sobre la oferta
Tres años antes de los Pactos de la Moncloa, es decir, en 1974, muchos países europeos ya empezaron a aplicar políticas de ajuste sobre la oferta, pero en España hay que esperar hasta 1981 para que este tipo de ajustes cuenten con un marco de regulación general.
Así, pues, y aunque llega con seis o siete años de retraso, la política de reconversión industrial constituye, en efecto, el segundo gran intento de enfrentarse seriamente con la crisis, esta vez abordándola desde el ángulo de la oferta.
Once sectores se hallan actualmente en reconversión, pero es el textil en donde la ayuda pública encuentra una respuesta más positiva por parte de las empresas beneficiarias. Si la rentabilidad de aquellas ayudas debe medirse por el volumen de la inversión que generan, no cabe duda de que el plan textil está resultando el más rentable.
De los 633 expedientes presentados se han aprobado 365 programas de reconversión y, dado que siete empresas renunciaron con posterioridad a la aprobación de su programa correspondiente, a fines del año pasado eran 358 las empresas beneficiarias.
Estas empresas van a recibir en conjunto un total de 12.140 millones de pesetas en subvenciones, pero realizarán inversiones, en bienes tangibles e intangibles, por un total de 71.166 millones de pesetas. Además, y bajo formas diversas (ampliaciones de capital, transformación de créditos de corto a largo plazo, etcétera), las empresas aportan fondos propios y contribuyen a su propio saneamiento con otros 31.469 millones. En ninguno de los demás sectores en reconversión se ha conseguido tanto.
Subvenciones y créditos
Se dirá, con razón, que las ayudas concedidas no se reducen a las subvenciones, sino que incluyen otras ayudas en forma de créditos y avales. Ahora bien, éstas no son ayudas a fondo perdido, suponen una contrapartida de la empresa beneficiaria, ya que exigen un plan de amortización y el correspondiente pago de intereses. El verdadero sacrificio del Estado en favor de la industria acogida a un plan de reconversión se ciñe, en realidad, a las subvenciones a fondo perdido, y éstas son, con relación a la inversión total, comparativamente inferiores para el caso que nos ocupa que las consentidas en favor de los demás sectores en reconversión.
Otro aspecto positivo del plan de reconversión textil es el que hace referencia al comercio exterior. La importación en maquinaria y equipos que implican los programas aprobados queda algo por debajo de los 27.000 millones de pesetas (menos de la mitad de los 60.000 millones de pesetas en inversiones tangibles: el resto ha de beneficiar a la industria nacional), mientras que las exportaciones efectuadas por este colectivo de empresas desde el momento en que se aprobaron sus respectivos programas de reconversión ya superan los 36.000 millones.
En el buen camino
Cabe señalar, finalmente, que la reducción de puestos de trabajo está siendo por ahora inferior a la prevista en el plan, puesto que del total de 77.500 trabajadores en plantilla de las 358 empresas beneficiarias, sólo se han perdido 5.900 empleos.
Resulta, pues, clara la conclusión de que los sacrificios que sin duda impone la aplicación del plan de reconversión textil son más llevaderos que los exigidos por los demás sectores en atención a los criterios de coste/beneficio. Los datos comentados parecen, en todo caso, confirmar que el plan textil está en el buen camino para alcanzar su objetivo básico: "Elevar la competitividad de las industrias textiles al nivel de los países tecnológicamente más adelantados, a fin de que las industrias textiles españolas sigan constituyendo un elemento importante de la creación de riqueza y de empleo".
1. OCDE, Interfuturos, versión española de la Dirección General del Instituto Nacional de Prospectiva. Madrid, 1980 (pág. 324).
2. Michel Albert, Un pari pour l'Europe. Le Seuil, París, 1983.
es economista.
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