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El porvenir del trabajo y del empleo

El paro constituye en nuestros días una plaga en los países desarrollados, pero no constituye, en opinión del autor de este trabajo, un mal por sí mismo. En paralelo con la situación en la que se vio sumido el mundo occidental a raíz de la gran depresión de 1925), hay que recordar lo que entonces se atrevió a profetizar John Maynard Keynes en Madrid: no estamos ante el reumatismo de la vejez -dijo-, sino ante los dolores del crecimiento, y dentro de un siglo el nivel de vida se habrá multiplicado por cuatro o cinco en los países desarrollados. La profecía se cumplió sobradamente y con una rapidez muy superior a la prevista por Keynes. Las transformaciones económicas y sociales se centran actualmente en cinco puntos capaces de alterar los antiguos conceptos sobre el mercado de trabajo y el empleo. Estos puntos son: primero, el cambio en la cronología laboral; segundo, el creciente y necesario desarrollo del reciclaje y la actualización de conocimientos; tercero, la posibilidad del autoempleo (se calcula que para el año 2000, en Estados Unidos, 20 millones de individuos trabajarán en sus propios domicilios); cuarto, las nuevas tecnologías; y, por último, en el impacto de lo que se ha llamado sociedad de la información dentro del conjunto económico, sector que creará en Europa cuatro o cinco millones de nuevos empleos en los próximos 10 años, y en el que trabajarán para el año 2000, en Estados Unidos, un 70% de la población activa.

En junio de 1930, hace medio siglo, Keynes pronunció una conferencia en la Residencia de Estudiantes de Madrid que El Debate resumió como "una brillante fantasía donde la labor del hombre de ciencia o investigación no luce por ninguna parte" y que Papeles de Economía ha publicado recientemente. Keynes no tuvo miedo a tratar, en plena depresión, el tema prospectivo del "Porvenir económico de nuestros nietos", y lo hizo con extraordinaria capacidad de anticipación y con lo que entonces pudo parecer un optimismo poco consciente de la gravedad de la crisis:"Estamos sufriendo precisamente ahora un ataque inadecuado de pesimismo... Estamos sufriendo, no el reumatismo de la vejez, sino los crecientes dolores que acompañan a los cambios excesivamente rápidos, el dolor del reajuste de pasar de un período económico a otro... El incremento de la eficiencia técnica ha tenido lugar más rápidamente que la velocidad con que tratamos nuestros problemas de la absorción del trabajo... La depresión mundial reinante, la enorme anomalía, del desempleo en un mundo lleno de necesidades, los desastrosos errores que hemos cometido, nos ciegan ante lo que está sucediendo bajo la superficie... Nosotros estamos siendo castigados con una nueva enfermedad, de la. que algunos de los que me leen pueden no haber oído todavía su nombre, pero de la que oirán mucho en los años venideros, a saber: desempleo tecnológico... Todo esto sígnifica, a largo plazo, que la humanidad está resolviendo su problema económico. Anticipo que el nivel de vida en las naciones progresivas, dentro de un siglo, será entre cuatro y ocho veces más alto que el de hoy".

En una única cosa parece haberse equivocado Keynes. El crecimiento ha sido mucho más rápido y a finales del siglo XX ya estamos sumidos en la nueva fase de transición hacia otro modelo de sociedad en la que el problema económico (la lucha por la subsistencia en un sistema caracterizado por la escasez de recursos) habrá dejado de ser (en los llamados países industriales avanzados) el problema prioritario.

La posguerra creó en todos los países la ilusión de un cierto paralelismo entre el aumento de la producción y el aumento de las horas trabajadas; la presión de la demanda era tan fuerte que las mejoras de productividad que aportaban las nuevas tecnologías no llegaban a asegurar los aumentos de producción requeridos. La inversión se orientaba hacia la expansión, y la innovación tecnológica se concentraba en las nuevas unidades productivas.

Pero, poco a poco, el ritmo de la demanda decreció, las necesidades acuciantes quedaron satisfechas, las inversiones de expansión disminuyeron y aumentaron las inversiones de racionalización. Con ello nos acercamos a otra profecía de Keynes: faltan horas de trabajo: "Durante muchos años futuros, el viejo Adán será tan fuerte dentro de nosotros, que todo el mundo necesitará hacer algún trabajo si quiere estar contento y satisfecho... Turnos de tres horas o semanas de 15 horas pueden eliminar el problema durante mucho tiempo". La disminución del tiempo dedicado al trabajo parece ser la única vía para "hacer cualquier trabajo que todavía se tenga que efectuar tan ampliamente compartido como sea posible".

Esta disminución de las horas de trabajo necesarias para la producción de bienes materiales obliga a replantear el problema del empleo y del paro en un contexto nuevo, el de una situación futura de pleno empleo compatible con la evolución de la estructura económica y de la tecnología.

Cuatro ideas directrices parecen indispensables para la realización de este nuevo tipo de pleno empleo:

- El empleo del tiempo.

- El autoempleo.

- Las nuevas tecnologías.

- La sociedad de la información.

El empleo del tiempo

La reflexión contemporánea sobre elfactor tiempo ha llevado a la conclusión de que en la mayoría de los países industrializados se vive según modelos organizativos totalmente inadecuados y que no son más que la proyección inconsciente al final del siglo XX de esquemas o hábitos adquiridos a principios del XIX.

El esquema actual de la vida activa comporta, en efecto, un primer período de formación o de aprendizaje, más o menos coincidente con la infancia; una segunda etapa de vida adulta, que se destina al trabajo productivo o profesional, y, finalmente, un tercer período que es cubierto por el retiro.

Cada período tiene, pues, unos objetivos claramente definidos: aprender, trabajar y descansar. Pero la diferenciación es tan acusada que en los puntos de transición se producen auténticas rupturas. Son momentos realmente críticos; como si una ley biológica insoslayable introdujera modificaciones radicales en la vida del individuo.

El fracaso de este modelo es cada día más evidente y su coste en términos de bienestar, siempre más elevado. Lenta pero inexorablemente, se está poniendo en marcha un nuevo modelo con una disminución del tiempo de trabajo en el sector formal de la economía, la incorporación de actividades de trabajo en el sector informal para la población tradicionalmente inactiva y el desarrollo de la educación permanente como elemento motor de la organización de la vida humana.

Las reformas de los horarios de trabajo todavía son moderados y continuistas; pero ya se vislumbran soluciones más radicales como la semana de tres días y medio que sugiere James Martin con horarios semanales de ocho horas durante tres días y cuatro horas durante el cuarto que permitirían un funcionamiento permanente día y noche de fábricas y oficinas.

También empiezan a consolidarse las anticipaciones de A. Toffler sobre el trabajo a domicilio; ya son 15.000 los empleados americanos que trabajan con sus terminales de ordenador desde sus casas, adoptando un sistema flexible de empleo del tiempo en el que trabajo, educación y vida familiar se encuentran íntimamente unidos. A pesar de los indudables inconvenientes de este sistema (por ejemplo, sus efectos negativos sobre la psicología de los grupos de trabajo y a veces de los individuos), las primeras experiencias ya parecen suficientes para proporcionar soluciones a estos problemas (por ejemplo, fórmulas mixtas con centros de trabajo muy descentralizados) y algunos analistas anuncian para el año 2000 unos 10 millones de empleados a domicilio en América.

El autoempleo

Desde la revolución industrial, con el mayor desarrollo relativo de la industria manufacturera, se ha observado en todos los países un progresivo aumento de los trabajadores asalariados, compensado por la disminución de los trabajadores independientes de la agricultura y de los servicios. Esta evolución ha condicionado fuertemente el proceso de organización social, y la mayor parte de las instituciones que caracterizan al moderno estado del bienestar tienen su origen en la necesidad de proteger al asalariado. Las tendencias a largo plazo apuntan hacia una disminución relativa del empleo industrial, siguiendo un proceso que tiene características similares al de la disminución de la población activa en la agricultura. El sector de los servicios se transforma así en el único sector creador de nuevos puestos de trabajo. No es evidente que este cambio de la estructura sectorial del empleo lleve consigo una continuación de la tendencia al mayor crecimiento absoluto y relativo de la población activa asalariada; por el contrario, la crisis de los últimos años parece indicar que el sector servicios carece de una dinámica suficiente para crear puestos de trabajo asalariados que compensen la disminución del empleo industrial.

Sin embargo, las actividades de servicios, con menores necesidades de capital, y con frecuencia en el marco de la economía sumergida, están generando nuevas oportunidades para trabajadores independientes, unidades productivas familiares, y pequeñas empresas que renuncian a la fórmula clásica del salario, adoptando fórmulas de coparticipación en la gestión y en el capital.

En la crisis que atraviesan los polos industriales europeos se han conjuntado varios factores negativos: la subida de los precios relativos de la energía y de las materias primas ha modificado la tendencia a la baja de los precios de los productos manufacturados; se observan indicios de saturación en ciertos consumos de bienes duraderos; la sociedad y los trabajadores reaccionan ante los inconvenientes de las concentraciones industriales (contaminación, alienación): y se notan los efectos de la llamada nueva División Internacional del Trabajo con el crecimiento de las importaciones provenientes de Japón y de los países más desarrollados del Tercer Mundo (Corea, Singapur, Brasil). Es indiscutible, en todo caso, que el cambio en el suministro y precio de la energía sólo ha acelerado un proceso que ya estaba en marcha inexorablemente: los sectores motores de la posguerra no podían seguir siendo los mismos en el último cuarto de siglo.

Las nuevas tecnologías

La tecnología es el factor determinante de la reindustrialización, como lo ha sido de la industrialízación precedente. Un sector que no tiene un proceso innovador constante puede ser fácilmente superado por los nuevos productores de los países en vías de desarrollo; el textil es un buen ejemplo de este caso. Parece paradójico, pero la industria textil no tiene capacidad tecnológica propia; sus innovaciones provienen del sector químico (para las fibras) y del sector mecánico (para la maquinaria textil). Cuando, como ocurre en estos momentos, las industrias químicas pierden interés en el desarrollo de nuevas fibras y los productores de maquinaria textil consideran que el mercado del Tercer Mundo es más importante y más dinámico que el de los países industrializados (la tasa de crecimiento de las exportaciones de la OCDE es de cerca del 20% anual desde 1965), entonces

El porvenir del trabajo y el empleo

es economista. Profesor de Contabilidad Nacional en la Universidad de Ginebra y en el Instituto Battelli.

Bibliografía.

OECD: Mieroelectronics, roboties andjobs. París, 1982.

CEETAST: Infonnatión society,for richer, for Poorer. North-Holland, Anisterdam, 1982.

World Future Society, Bethesda: The worId of work. Careers and the future, Ed. H. F. Didsbury, 1983. Careers tomorrow, the outlook for work in a changing world, Ed. E. Cornish, 1983.

Commission des Communautes Europeennes, Rapport FAST: Europe 1995. Ed. Futuribles, París 1984.

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