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¡Viva el trabajo clandestino!

A sus 85 años, Alfred Sauvy merece más que nunca el título de primer iconoclasta' de Francia. Ingeniero, economista, sociólogo y demógrafo, arremete con incansable estusiasmo contra los prejuicios de todo tipo. Su último libro, Le travail noir et l'économie de demain, aborda con lucidez un tema tabú. Para él, el trabajo clandestino no es el mal del siglo, y la inmigración es una ventaja. Sus opiniones fueron publicadas en Le Nouvel Observateur.

No cabe duda que el trabajo clandestino es un problema, porque escapa al control fiscal y lo costeamos entre todos. Pero es un problema que no podemos resolver por completo. Existe en todos los países y en todas las economías, en Francia igual que en Italia, en Suecia o en Estados Unidos. Precisamente es al otro lado del Atlántico donde el fenómeno adquiere más importancia. En los países del Este, Hungría por ejemplo, es algo más que tolerado, casi oficial. En todas partes se ha convertido en una auténtica forma de vida a caballo entre la regla y la excepción.En Francia, el conjunto de los trabajos clandestinos no debe exceder del 3% al 5% del PIB. En Italia o Estados Unidos esta cifra tal vez llegue al 10%. Las formas que adquiere son muy variadas: el trueque, por ejemplo, es una práctica frecuente en Estados Unidos (donde se le llama barter), tanto entre empresas como entre profesionales: el abogado defiende al médico, que a su vez le trata gratis.

El trabajo clandestino, preciso es recordarlo, constituye una válvula muchas veces indispensable sirve para rellenar vacíos. En una aldea, ¿quién va a reparar la ventana de la anciana pensionista si no es el especialista, complaciente, aunque un tanto interesado? En Francia existen numerosos trabajos que nadie quiere hacer ya y que favorecen el mantenimiento del empleo clandestino. En otros tiempos eran numerosos los trabajadores aislados, sin empresario fijo, que se empleaban según surgía la demanda, en función de las circunstancias. Hoy en día, el trabajador en paro ya no busca trabajo, sino un empleo, una colocación.

Así, por ejemplo, delante de lo restaurantes y clubes nocturnos antiguamente había un trabajador marginal que abría las puertas de los automóviles por una modesta propina. En las obras solía haber un empleado poco eficaz cuyo principal cometido consistía en servir de enlace con el café y el estanco. Tenía incluso un nombre especial, y los patronos aseguraban que ganaban con ellos. Estos pequeños oficios han desaparecido, al igual que las costureras a domicilio.

El sistema social ha creado rigideces increíbles. En realidad, el trabajo clandestino se ha desarrollado en todas partes ante el exceso de cargas sociales. Los sindicatos son, obviamente, los responsables, puesto que su presión es lo que ha hecho aumentar las cargas sociales. La actitud sindical tiene su lógica: la aplicación de las leyes sociales. Al no tener compromisos ni responsabilidades, estos representantes de los asalariados tratan siempre de ir más allá en sus reivindicaciones sociales. Los poderes les temen más que a los propios políticos. Así, contra lo que era tradicional, los sindicatos defienden el sistema, mientras que los empresarios, al menos los pequeños, tratan de soslayar las trabas que les impone aquél.

La abolición del despido libre, tan común en otros días, supone evidentemente un progreso, pero esta rigidez tiene sus inconvenientes: como no tienen las manos libres para despedir, los empresarios se lo piensan mucho antes de contratar personal y no lo hacen con la facilidad de antaño. De la misma forma, la instauración del salario mínimo ha provocado rigidez económica y ha frenado el empleo. Pensemos" por ejemplo, en los trabajos eventuales. Esta institución no goza de buena reputación, y a quienes recurrían a ella se les tildaba a veces hasta de negreros. Y, sin embargo, este tipo de trabajo es útil para muchas personas, desde el ama de casa que trata de llegar a fin de mes hasta el parado que tiene la esperanza de poder quedarse en la empresa donde va a trabajar unos cuantos días. Pero los trabajos eventuales han sido, en cierta forma, perseguidos por el Gobierno, y las empresas que recurren a ellos disminuyeron cuantitativamente en 1982. Este retroceso es lamentable porque el trabajo eventual devuelve a la empresa parte de la agilidad que tanto necesita.

¿Qué conclusión cabe sacar de lo anterior? No olvidemos que, por útiles y necesarias que sean, las medidas sociales suponen un costo económico que debe colocarse forzosamente en el otro platillo de la balanza.

Pero, de entre todas las clandestinidades, yo diría que son las inmigraciones clandestinas las que tienen más porvenir. Siempre fueron las diferencias de presión demográfica las que provocaron su aparición. Los movimientos migratorios se frenaron en un momento determinado debido al fenómeno mismo de la organización de las naciones, pero volverán a reanudarse poco a poco porque las diferencias de presión demográfica aumentan constantemente entre los países pobres y los -países ricos. Veamos lo que sucede en el mundo occidental. Tratamos de suprimir en lo posible las fronteras económicas, de asegurar la libertad de circulación de productos, pero, al mismo tiempo, las personas no tienen libertad de emigración en este mundo que llamamos libre. Las fronteras están más vigentes que nunca. Ésta es la mayor debilidad de nuestro sistema.

A Francia llegan turcos y paquistaníes por caminos muy diversos. Sin hablar de los inmigrantes magrebíes, cuyo aflujo es continuo; otro caso significativo es el de los malianos que tras abandonar los desiertos de su país van a parar a España. ¿Quién hubiera pensado que este país, en el que la emigración es secular y que tiene el índice de paro más alto de Europa (incluso más que el Reino Unido), acabaría por convertirse en tierra de inmigración? En Estados Unidos, la principal presión proviene de los mexicanos y los haitianos. En, Australia y Nueva Zelanda comienza a manifestarse la presión migratoria indonesia. De Sur a Norte en nuestro hemisferio y de Norte a Sur en el hemisfero austral, el movimiento se hace general y acabará por ser irresistible.

Y por ahí es por donde llegamos a la raíz de la cuestión: el descenso de la tasa de natalidad. Cerramos los ojos ante las lecciones de la historia y los datos de la vida actual. Lo más peligroso para las sociedades occidentales no es tanto la inmigración clandestina como la pérdida de vitalidad. Europa cree poder prescindir de la juventud. Lo que le sucede es que ha perdido su sentido de la vida, pero eso es algo que no se le debe decir.

Manifestaciones recogidas por Antoine Silber de Le Nouvel Observateur

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