¡Por fin! La huelga nacional política
En la última mitad de los años cincuenta, el PCE, que entonces ya pilotaba Carrillo, desempolvó un viejo fantasma que hacía tiempo no recorría Europa: la huelga nacional política, también conocida en los mentideros del antifranquismo como HNP. Bálsamo de Fierabrás que pretendía acabar con la dictadura.Si mi memoria me es fiel, en 1959 la cúpula del PC lanzó desde París una llamada a la huelga (la HNP) que, dadas las condiciones "objetivas y subjetivas" de entonces, iba a ser un éxito seguro. Se llamó a la huelga a todos los españoles excepto a uno. No acudió casi nadie y ello costó cárcel, y las molestias previas y posteriores derivadas del caso, a algunos comunistas y a otros compañeros de ASU y el FLP (Luciano Rincón, con envidiable frescura literaria, lo contó hace tiempo).
Han pasado algunos años. Franco murió con la parsimonia con que había vivido, bastante despreocupado, por cierto, de la HNP. Vino la democracia y las elecciones que semiganó UCD en 1977. En esa ocasión, el PC recibió pocos votos, en relación al ruido de su campaña electoral, entrándose a continuación en un proceso en el que los entonces dirigentes del PC y CC OO (Carrillo, Tamames, Camacho, etcétera) intentaron, bajo el impulso de Suárez, un sandwich o tenaza donde al PSOE- se le atribuía el papel más incómodo. Los pactos de la Moncloa dieron el grado de coyunda, y quienes allí estuvimos fuimos testigos extrañados del tono colaborador y hasta entreguista de Carrillo y sus acompañantes. Carrillo pasará a la pequeña historia por no haber acertado en una sola de sus múltiples profecías.
En marzo de 1979 vuelven a repetirse las elecciones, con resultado parejo al de las anteriores, y Abril Martorell, gran muñidor de la política nacional en aquellos días, rompe el noviazgo con Carrillo sin dar explicaciones y CEOE firma con UGT un acuerdo-marco. El despecho de Carrillo se salda dejando fuera del acuerdo a CC OO, que iba a "ganar en la lucha" lo que UGT no había conseguido en la mesa de negociación. Resultado: CC OO pierde fuerza sindical en beneficio de UGT. En el entretanto (abril, 1979) hay un acuerdo PSOE-PCE para conseguir gobiernos municipales de izquierda: noviazgo a distancia, los socialistas vuelven a ser los "compañeros socialistas", y se firma el ANE. Crisis interna de por medio, el PCE alcanza a conseguir, el 28 de octubre de 1982, tan sólo cuatro diputados. La renovada crisis de los comunistas se veía venir, y vino. El resto es bien reciente. Y ahora, al filo de 1984, las condiciones "objetivas y subjetivas" vuelven a estar maduras para la HNP. Sin Franco, con un apoyo electoral apenas significativo, y habiendo obtenido los socialistas el mayor apoyo popular que se recuerda por estos pagos, pero maduras, muy maduras, las condiciones.
El problema de la reconversión
Con dos millones y medio de parados, las instituciones democráticas aún en rodaje y una crisis económica de garabatillo no parece razonable pensar que esté el país para tafetanes excesivos, ni para HNP, ni demagogia alguna. Más bien las cosas tendrán que ir por otro lado o no irán. Se repite desde CC OO que la política económica del Gobierno es muy mala. No será tan mala cuando nadie propone otra que vaya más allá de la literatura de evasión. Se dice que la reconversión industrial ("que todos los sindicatos consideramos necesaria") es salvaje. Sin entrar en disquisiciones semánticas sobre el término salvaje, cuyo contenido aclararon los antropólogos hace tiempo, bien se puede decir que afectará a partir de ahora a unos 50 * 000 trabajadores, que no se quedarán en la calle, sino que cobrarán prácticamente todo su sueldo durante tres años y tendrán prioridad para recolocarse en el proceso de reindustrialización que se anuncia. Sigue sin ser razonable que CC OO se oponga con tamaño énfasis a la reconversión actual y no se haya opuesto de la misma forma a la "reconversión silenciosa" que sólo en Madrid ha hecho crecer el paro de 77.000 a 258.000.
Es imprescindible que haya diálogo y negociación, y es conveniente que CC OO y los comunistas estén en él, pero difícilmente se dialoga con quien no tiene voluntad de hacerlo. Da la impresión de que el mínimo común que permite hoy la unidad política de los comunistas de distintos bandos es el ataque al primer Gobierno de izquierdas que tiene España desde hace muchos decenios.
Nadie que entienda un mínimo de asuntos electorales llega a la conclusión de que subiéndose a todos los caballos desbocados y a golpe de asamblea va a llegar ningún partido a ganar terreno electoral significativo; lo más que puede conseguir es deteriorar al Gobierno actual y, lo que es más grave, la convivencia civil en beneficio de la derecha. Si eso es lo que se pretende, ese es el buen camino; si son otros los objetivos, decididamente no es por ahí.
La situación es muy mala, y no la han inventado los socialistas, simplemente la han puesto de manifiesto, iniciando desde el Gobierno la política que hace tiempo debió emprenderse. Por ser mala la situación, y especialmente mala para los sindicatos, es por lo que se hace, más que nunca, necesaria la reflexión, y, guiños hacia el Este aparte, la salida no es clara, ni va a ser fácil. A pesar de ello, la izquierda no debiera perder la ocasión de mostrar, desde el Gobierno y también desde la sociedad, que palabras como solidaridad y justicia son algo más que adornos para utilizar en los mítines, que pueden servir como guía para conseguir una sociedad más habitable, es decir, menos corporativa, y donde la fuerza de cualquier signo se abandone en beneficio de la razón.
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