María Dolores Huguet
Una leridana que vuelve a comer después de 32 años de alimentarse por medio de una sonda
La vida de María Dolores Huguet cambió el 14 de diciembre pasado, cuando en el hospital de la Seguridad Social de Bellvitge (Barcelona) se sometió a un trasplante de esófago. Atrás quedaban 32 años de dependencia de una sonda que le imponía limitaciones físicas y "me creaba inseguridad". Poder comer un bombón, tragar saliva o compartir un pan con tomate son las nuevas sensaciones, posteriores a la intervención quirúrgica, que ha experimentado a los 34 años y que le permiten "sentirme como los demás".
En la plaza leridana de Sant Jordi, en la barriada de la Bordeta, abundan las viejas casas unifamiliares. La aparente rutina de este vecindario se ve alterada desde hace unas horas por el timbre del teléfono de la vivienda número 6. "Cuando escribía la carta al diario La Mañana animando a operarse a otras personas que vivieran una situación parecida a la mía no preveía que fuera a provocarse este revuelo". Últimamente le han solicitado un montón de entrevistas.Con una voz que suena a convalecencia, recuerda -aunque no puede precisar- cuando descubrió que los humanos no se alimentaban con papilla como hacía ella. El líquido había que verterlo en la boca de una sonda que asomaba cerca del ombligo: "Las horas de comer no existían en mi casa. La familia se sentaba clandestinamente a la mesa mientras yo permanecía con la vecina".
Tenía dos años cuando se quemó parte del tubo digestivo al ingerir un vaso de sosa cáustica que su abuela, Raimunda Cabau, había dejado encima del fregadero. Al cicatrizar la herida, el esófago se cerró completamente y perdió la facultad de tragar. "La sonda es un apéndice al que crecí unida. A veces dolía, me impedía correr y me obligaba a tomar los alimentos en posición horizontal. A pesar de todo, conseguí llevar una vida casi normal, dentro de lo monótona que era la mía. Yo nací aquí, en esta casa, y siempre he vivido con mis padres".
María Dolores es funcionaria de la Generalitat y trabaja como telefonista en el Departamento de Higiene y Seguridad en el Trabajo. "De adolescente quería ser enfermera, pero dejé el bachillerato en la mitad. Me era imposible seguir el ritmo vital de mis compañeras; llegaba más tarde a la escuela, salía antes. Ahora, después de este cambio, quizá me anime a viajar y a estudiar". Mientras lo proyecta, mastica lentamente una tostada con mantequilla.
El 14 de diciembre pasado, dos especialistas en cirugía digestiva de la residencia Príncipes de España, de Bellvitge, Sánchez Ortega y Del Río, trasplantaron un trozo de intestino al aparato digestivo de María Dolores. "Me habían informado de que corría cierto riesgo al someterme a esta operación, aunque conocía situaciones parecidas a la mía que se habían resuelto favorablemente en el quirófano". Siete días después de la operación ingirió un yogur, ante su propio asombro. "Conocía el sabor de los alimentos porque de cuando en cuando probaba algún plato, especialmente cuando los cocinaba yo misma, pero al final siempre tenía que escupir el bocado". En la habitación del hospital, cuando se convenció de que su historia tenía un final feliz, decidió contarla por escrito en forma de carta al director.
El éxito conseguido por los médicos lo calificaba en su relato de milagro: "Puede sonar a fantasía para mucha gente, pero yo, con todos mis respetos a la medicina, había llegado a ir varias veces a los baños de Lourdes". Normalmente no escondía su deficiencia, pero tampoco la contaba al primer desconocido. "¿Cómo me las arreglaba en la playa para camuflar la sonda? Lo conseguía, por ejemplo, con un cinturón", recuerda.
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