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Reportaje:

Jacobo López Barja de Quiroga

El juez de la discoteca Alcalá 20 y del asesinato de Quintana-Lacaci

No se sabe si al titular del Juzgado número 15 de Madrid, Jacobo López Barja de Quiroga, el juez al que le han tocado últimamente dos asuntos de tanta relevancia como el incendio de la discoteca Alcalá 20 y el asesinato del teniente general Quintana Lacaci, el despacho le viene fisicamente grande, porque, al menos sentado, tiene una apariencia menuda, o si el hablar de sí mismo, fuera de los temas profesionales, le empequeñece y le achica en el sillón, en el ámbito de esa timidez e introversión que reconoce. Quizá sean estas características las que le hacen responder, en muchos casos, casi con monosílabos, tras amplios silencios, en total contraste con su reiterada fama de rígido, duro e inaccesible, calificativos que le dejan perplejo y le llevan a afirmar que "no es tan fiero el león como lo pintan".

Jacobo López nació en Cádiz, hace 28 años, bajo el signo de Escorpio, e ignora que la astrología dice de estos nativos que en el trabajo son luchadores, ambiciosos y capaces de seguir una línea hasta romperse la cabeza, y en el amor, apasionados, celosos, posesivos, profundos y muy genitales. Con estas características en el cielo, el juez de Alcalá 20 comenzó el bachillerato en los jesuitas, primero en Vigo y luego en Madrid, y, tras estudiar la rama de Ciencias, se sintió irresistiblemente atraído por el Derecho. Ingresó en la Complutense y descubrió que, por el momento, le quitaban más tiempo algunas actividades que, de uno u otro signo, tenía por entonces cualquier universitario, y que él prefiere no especificar. De resultas, al parecer, de estos otros celos, le suspendieron todo el primer curso, salvo la asignatura que aprobaba todo el mundo: el Derecho Natural. "Lo daba Peces-Barba, con el que tenía alguna afinidad, y el Natural siempre me gustó. Claro que también me gustaba el Romano, y, sin embargo, me suspendieron. Nunca he sido el Jacobo López. primero de mi clase ni he sacado una sola matrícula". Al año siguiente se matriculó en el CEU, donde terminaría la carrera.El juez López elude cualquier tema que pueda traslucir su ideología y da la impresión de sufrir ante cada pregunta. De hecho, sus contestaciones van precedidas de amplios silencios, algún suspiro, aisladas elevaciones de cejas e incluso toques de rubor. Por eso, cuando se le dice que si lo que le pasa es que es muy discreto o rematadamente tímido, mira a la mesa y responde: "Ambas cosas".

Sus primeros pasos en la judicatura los dio en Medina del Campo, donde estuvo dos años, hasta septiembre de 1983. Allí fue, quizá, donde empezó a incubar la dualidad de su fama: serio, discreto, gran trabajador y muy profesional, por un lado, y poco flexible, soberbio y algo impertinente, por otro.

Sus propios detractores le reconocen, eso sí, grandes dosis de sentido común, tacto y mano izquierda -con la que escribe- al abordar los temas que le corresponden.

Es precisamente en esa primera época de su carrera cuando distintas fuentes avalan una anécdota que él considera producto de la fantasía popular. Jacobo López habría entrado en una discoteca y, ante la negativa del pinchadiscos a poner una determinada canción, habría vuelto con una pareja de la Guardia Civil, pistola en ristre. "De ninguna manera he hecho tal cosa", afirma.

El titular del Juzgado de Instrucción número 15 parece ser una persona que se ríe muy poco. Por eso es más encomiable que, desde que lo oye, esboce varias sonrisas y diga que "soy una persona de lo más normalita" y que está casado, pero no tiene hijos, "porque hay que tener experiencia para esas cosas". Se confiesa un apasionado de la fotografía -tiene laboratorio en su casa, aunque sin montar, por falta de tiempo-, los coches -le encanta conducir su Alfa Romeo rojo-, el esquí y los viajes. También le gusta la lectura y escribir sobre temas de investigación jurídica.

Entre algunos abogados empieza a conocérsele como El Pitagorín, porque dicen que no se le cae de las manos la Ley de Enjuiciamiento Criminal, que la cita constantemente. "Aunque sea muy antigua", afirma, es la única fundamental ley procesal que tenemos y garantía de los derechos del justiciable. Pero supongo que la alusión es metafórica. Nadie se va a pensar que voy con la Ley de Enjuiciamiento en la mano como si fuera un misal".

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