Luis Escobar
Allí donde el cuero vináceo ignora la invasión callejera del skay, allí donde la wodka es esmirnoff -tampoco se pasan- y las patatas fritas tienen un reborde verde de moneda falsa, allí, matinal y dispuesto, con camisa de rayas gordas, pelo blanco y gemelos negros, Luis Escobar:-Yoy soy hombre de clubs, ¿sabes? Muy hombre de clubs. Aquí en Madrid pertenezco a cinco clubs.
-¿Y cómo encuentras tiempo para ir a todos, Luis?
-No voy a ninguno. Jamás. Aquí hacía mucho que no venía.
Pero sirven bien las bebidas y parece que no se les acaban nunca las patatas fritas con rebordeado verde/verdín. "Como sabes, Paco, el general Primo mandó a mis ancestros desecar las marismas del Gudalquivír, y de ahí me viene a mí el título de Marqués de las Marismas del Guadalquivir". Uno había preguntado a los sumilleres por el señor marqués de las Marismas del Guadalquivir como sintiéndose personaje falso de una comedia de Linares Rivas. "Yo pude haber visto los ballets Diaghilev, y a Nijinsky, porque mi madre iba a llevarme, pero llegó una amiga suya y le dijo dice, a esas cosas no debes llevar al niño, qué asperosa; pero fijate qué señora más asquerosa, o sea que me quedé sin ver a Nijinsky. Lo demás, lo he visto todo".
Saludamos a Paco Loredo, el hombre que, siglos ha, me descubrió el valium, mi iniciación a la droga, al duque de Tovar, que parece grave (hoy han matado a un militar, en Mjclrid) y a más gente que quiere conocerme o que no quiero conocer. En la escalera hay un inmenso folio de mármol, abarquillado, con los nombres de los caídos de la Gran Peña de la Cruzada, encabezados por José Calvo Sotelo. El clima es ominoso y la biblioteca es oval, forma que me fascina. "Lo que tienen aquí es un buen cocinero, Umbral", sigue Luis, que es un hombre que resbala por la vida y por la Historia con sus camísas pulcras y su risa fácil. "Me parece que te va a gustar este cocinero". De pronto nos encontramos charlando en el servicio de caballeros, de tú a tú. No habría querido uno llegar a tanto. Pasamos al salón del restaurante. (Luis dice "restoranes", con aquella comodidad lingüística de nuestros felices veinte). "Luego vemos la biblioteca oval; te va a encantar". "¿Son temas militaresT'. "Qué va; son todo temas verdes". Y ríe como en las películas, con una facilidad de risa que le da la labilidad del rostro, más la real o aparente salud dental.
Hay en el aire algo vagamente marcial e inquietante. En la biblioteca he visto desde Fuerza Nueva hasta EL PAÍS.
-Pues claro que conocí a Cocteau, naturalmente que conocí a Cocteau. ¿Es qué hay, ha habido alguien como él? Y, comootras veces te tengo contado, conocí a Madame Verdurin, que era una señora muy bondadosa. Marcel fue Injusto con ella, en el libro. Me contó que una tarde en que Marcel estaba con fiebre, todos le hacían tertulia alrededor de la cama, y, de pronto, Marcel dijo: "Deberíamos ir a cenar por ahí". "Por Dios, Marcel, tienes fiebre y adeinás tendrías que vestirte". (Antes, la gente se vestía para salir a cenar). Marcel echó a un lado la ropa de la cama: estaba de etiqueta y con sus zapatitos charolados.
-La guenra, Luis.
-Mejor, la posguerra. Se me da el teatro María Guerrero, el teatro Bellas Artes y, por fin, me quedo con mi Eslava, que ahora he vendido -todavía lo estoy cobrando, y -con qué trabajo- a los de Joy/Eslava.
Acudo a, las Historias del Teatro de Haro-Tecglen, todas dispersas por ahí, y fundamentales. EHT vive en una ordenada bohemia, que adoro. Según EHT, Luis Escobar fue casi el único director liberal, digamos, de la posguerra franquista.
-El amor es un potro desbocado.
-Bueno, creo que es mi mejor comedia, la hice con María Cuadra. Primeros sesenta.
-últimos cincuenta, Luis.
-Primeros sesenta.
Uno no tiene un archivo, pero uno tiene una memoria y cree, como Proust, tema tan de Escobar, "cada día menos en la intelígencia" y más en la memoria.
-Tienes razón, últimos cincuenta, Umbral. Lo que pasa es que María, que entonces era lozana y nueva, se quedaba mirando para la actriz de carácter. "Venga, María, hija, sigue". "Perdone usted, don Luis, pero es que me asombra tanto esta señora...". Una cosa muy de la Cuadra. Es mi mejor comedia.
-Estoy de acuerdo, Luis.
-El María Guerrero, el Bellas Artes, hice lo que pude.
Almuerza despacio, pero con buen apetito. Los puños le salen mucho de la chaqueta, como debe ser. "Una vez hice de Carlos III y ahora me llaman para Felipe IV. Yo no tengo mandíbula de rey. Yo tengo mi mandíbula, ya sabes. No sé por qué me llaman".
Y mueve su mandíbula con la mano, para que yo vea que es lábil y teatral,
-El Eslava. Tú te acuerdas del Eslava. Era cuando tú viniste a Madrid, claro. Pero tuve que venderlo. Ya te he dicho que todavía me están pagando.
-¿No irá a arder Joy/Eslava como otras discotecas?
-Espero que no. Proust habla de la Berma y de otras. Son seudónimos de las grandes de su momento. Yo encuentro a Sarah Bernhardt a cada paso, en todo lo que dice.
-Una vez me dijiste que eras analfabeto, Luis, por culpa de Proust.
-Efectivamente. Yo leí a Proust, fui a París a conocer su mundo y nunca he leído otra cosa. Para qué.
-Sin embargo, tú no eres un cultivador del tiempo perdido.
-Te equivocas, yo no vivo el presente, sino el futuro. ¿Hay algo más apasionante que el futuro?
Me parece que se engaña a sí mismo. El pasado tira siempre de él hacia atrás. Pero también es cierto que es un frívolo fundamental (envidiable categoría) y que está pensando más en lo que va a hacer que en lo que hace.
-La ilusión de los proyectos, Umbral, la alegría de los proyectos. Luego, salen o no salen, pero, ¡ah!, la alegría de proyectar.
En esto, precisamente, se me manifiesta un hombre de las vanguardias y las entreguerras. En su religión futurista. Quizá no se da cuenta, pero está soñando el futuro como un pasado.
-Berlanga.
-Un genio.
-El trabajo actual.
-Ya te digo: sólo me dan reyes.
Tengo la vaga sensación de que me ha traído aquí como una especie de rojo para enseñar como un desafio a esa clase que le retiró el saludo cuando, en las películas de Berlanga, se burló de la aristocracia.
-¿Has tenido problemas con la gente?
-Ninguno.
Pero yo sé que ha tenido. Un viaje con Luis a la Gran Peña es un viaje al tiempo perdido y la memoria involuntaria, a los clubs entre elegantes y militares, a los mártires de la muerte y tes tigos de sí mismos, sólo de sí mismos (mártir y testigo son la misma palabra).
-Yo, con esta cara, no podía hacer de galán. He tenido que es perar a viejo para ser un actor.
Las manos torcidas, lacias, pe cosas ("la vejez son las pecas en las nianos", Neville, de su generación), le quedan como guantes a medio quitar, como si de esos guantes fuesen a salir unas manos deslumbrantes de aristócra ta. Está entre el cómico francés Totó y el señor De Charlus, del mundo de Guermantes. Porque hay un mundo de Guermantes madrileño que uno ha seguido y perseguido mucho, y cuyo primer protagonista de la novela no es crita sería Luis Escobar, entre los urinarios de la Gran Peña y la nostalgia de Nijinski, al que nun ca vio. "Aquella señora tan as querosa".
Uno no acaba nunca de descubrir completamente Madrid, que es una elipse que se enrosca y se desenrosca, y ahora están estos fósiles de la Gran Peña, que tiene, en el salón de mirar a la calle, unas butaquitas altas, suplementadas, para superar la barandilla y mirar el mujerío de la calle, o sea de la Gran Vía, que, ellos siguen diciendo "José Antonio". Debajo del folio de mármol abarquillado, con la mecanografia ominosa de los caídos, un busto negro de Franco, en caoba negra, o mármol o lo que sea. Por eso el cerillas es sordo y no tiene cambio. Por eso la señora del guardarropa nos quita la ropa como una rapiña.
-Yo quise hacer un musical con la Cantudo, sí, ya sabes, lo que pasa es que estas chicas son inconstantes, qué te voy a decir, pero me hubiera gustado mucho hacer un viejo musical actualizado con la modernísima Cantudo.
Recuerdo que vi, primeros sesenta, un musical con María Luisa Merlo, bella y recién casada, en el Eslava, dirigido, supongo, por Luis. Luis viene de otra época, pero de otra época que viene, que vuelve, o sea, que está al día, y Berlanga, con mentalidad felliniana (o a la inversa), le puso de moda.
-¿Está bueno el pescado, Umbral?
-Está bueno el pescado.
-Ya te digo que tienen un buen cocinero. Prefiero los clubs a comer por ahí en un restaurante, como un pobre.
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No todos los pobres comen en restaurantes de cinco tenedores, Luis.
-Bueno, ya me entiendes.
Hay dos Luis Escobar. El gracioso de Berlanga, que gusta alos horteras de hoy, que creen que un marqués siempre es una cosa ridícula, y el hombre de los hapy twenties turbulents, que, recién leído Proust, se fue a París a conocer aquel mundo en vivo, en carne viva, con toda la vivacidad de la carne.
Este último o segundo Luis es el que a mí más me interesa, como un Cocteau español que apenas escribe, como un Totó que jamás cae en el circo, como un marqués/cómico que no por eso deja de ser muy marqués. Hasta la artrosis y las pecas de las manos le quedan elegantes, ya digo, como unos guantes desganadamente puestos, de cabritilla, con toda su cabritilla depecas.
Unos me felicitan por mi semblanza de Berlanga. Todos, menos Berlanga. Otros me felicitan por mi semblanza de Dámaso Alonso. Todos, menos Dámaso. Otros, en fin, me felicitan por mi semblanza de María Asquerino. (Menos María, hasta ahora.) El mejor éxito de un retrato, pictórico o literario, es que no le guste al interesado. Como dijo Picasso, "ya acabará pareciéndose".
-Proust habla de la Berma y de otra, como sabes, Umbral. ¡Ay!, Diós,..que no me acuerdo de cómo se llamaba la otra. Le interesaban mucho las grandes cómicas -y se coge la frente como para que no se le vuele el nombre de la otra.
-¿Isidora Duncan?
-Qué va, ésa bailaba.
Vamos otra vez a la biblioteca después de comer. No hay nadie "Mira, aquí están los libertinos del XVIII, Umbral. Tú eres un libertino del XVIII, sólo que luego has leído a los surrealistas y todo eso, hijo. Yo un día me voy a ve nir aquí, con la cama, y me voy a instalar en esta habitación oval. Hay para estar leyendo toda la vida". En francés, claro. La Gran Peña pertenece a una época en que el pecado literario era francés. Los señores españoles se aplicaban al pecado directo e ingenuo de sus sillas con alzas, para ver pasar el mujerío de la Gran Vía, desde los ventanales.
-El trabajo, Luis.
-Ya te digo, Ahora voy de reyes, Felipe IV y Carlos III. Ninguno de los dos tenía mi mandíbula, no sé por qué me han elegido. Y luego las Memorias.
-Qué Memorias.
-Unas que estoy publicando en un semanario. Por cierto, que he estado múrando las cláusulas, esta mañana, y me prohíben contarte casi nada de lo que te he contado.
Y hace un gesto de echarle media cremallera a su boca. Se reserva la otra media.
-Esto no tiene nada que ver con una entrevista ni con unas Memorias, Luis.
-Eso espero.
-La nostalgia, Luis.
Ha llegado la hora del último café, en una rinconera, y es el momento de hablar de la nostalgia.
-Yo tengo nostalgia del futuro, Umbral.
-Eres un frívolo.
-El pasado está ahí, para usarlo. El presente no existe y sólo existe el futuro, la nostalgia proyectada hacia adelante, la ilusión de que vamos a hacer lo que quizá nunca vamos a hacer. (Frivolidad profunda y sabia de señorito con el alma a cuadros príncipe de Gales.)
-Sigues siendo proustiano. También en Proust hay una nostalgia del futuro. La Venecia nostálgica de sus sueños infantiles es muy superior a la Venecia real que llegó a visitar y vivir.
-¿Estuvo realmente en Venecia?
-Ya sabes, que sí. Con su madre o con su abuela, que eso no está claro.
Entre Totó y Jean Cocteau, ya digo. Un tipo muy francés, si España no diese tantos tipos así. "El futuro, Umbral, hay que proyectarse hacia el futuro. Es la única manera de vivir". La camisa de rayas anchas, los gemelos como grillos lacados o laqueados, la facilidad con que le viene todo a las manos.
-No luchés por las cosas, Paco. No hay que luchar nunca por las cosas. Las cosas las trae el azar. o no las trae. Hay que dejarlo todo a su aire. No ponerse muy pesado con el destino. Todo sale o no sale. Y ya está.
Y ríe -no sonrie, sino que ríe abiertamente- con su risa, silenciosa, protésica y buena. Es un cínico del bien. Un gran hombre de lo pequeño. Un ca nalla de la bondad. Un miserable de lo agradable. Un pequeño genio español del Madrid grande, que la gente sólo ha conocido -y ya es bastante- en su versión bufa, cinematográfica. "Tengo el chalé rodeado de perros, ya sabes, en el Condéde Orgaz, tú has estado, son perros perdidos, sin collar, que hoy se han pasado la noche Iadrando a no sé qué. '¿Los matamos, señorito?, me decían. 'No, por favor'. Qué noche me han dado los perros, Paco. No lo sabes tú bien".
-El dibujante, Verdes, me ha dicho que tienes muy buen dibujo, Luis.
-¿Y no me hacen fotos?
-No, fotos me parece que no.
Es nuestro último maldito -mucha aristocracia le retiró el saludo cuando empezó a hacer la gran trílogía de Berlanga, sobre la aristocracia- y nuestro primer actor joven en viejo. El pasado, para él, es un dato cultural: Diaghilev, Nijinski, la Berma, Madame Verdurin. El pasado no le hiere, sino que le enriquece. Profunda frivolidad, tan profunda como la gravedad o graveza. El estanquero sordo ya riene cambio. Le devuelvo a Luis sus 1.000 pesetas. "Gracias, hijo". Da las gracias por lo suyo como un mendigo de la Almudena lleno de aristocracias interiores.
-Yo me quedo a pagar la cuenta de la Peña, que la debo de tener muy atrasada.
También es de gran señor tener muy atrasada la cuenta de la Peña.
-Adiós, Luis.
Se ha puesto un loden crema, o sea, que va a salir detrás de mí. Entre Dante y Totó, su perfil se pierde por los pasillos.
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