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Reportaje:

Vicente Cascajares, bisabuelo ciclista

A sus 86 años recorre hasta 100 kilómetros diarios

Vicente Cascajares, 86 años, ebanista jubilado con una mísera pensión, nunca había montado en bicicleta, pero hace seis años decidió comprar una y aprenderla a montar para entretener su ocio. A fuerza de tesón -"o me mataba o la mataba yo"- consiguió dominarla, y ahora lo mismo hace un recorrido de 100 kilómetros en un día que baja una cuesta sin manos, ante el asombro de la chavalería y la mortificación de su esposa. Para su disgusto, el bisnieto Manolín le ha salido karateka y no ciclista.

Para Vicente Cascajares, burgalés afincado en Madrid desde 1924, ya queda muy atrás aquella primera fiesta de la bicicleta en la que no pudo participar porque se caía. "En cuanto viene la primavera yo me jamo los 70, 80, 90 y más kilómetros. Me a voy Colmenar Viejo a La Pedriza. Y a Alcalá de Henares también, qué coño". Y expresa ufano que su trayecto récord fue ir hasta Guadalajara, "50 kilómetros de ida y 50 de vuelta".Vicente confiesa que no ha ido más lejos porque no se ha terciado y porque no encuentra con quién formar empresa. "Si encontrara empresa, quiero decir compañeros que formáramos una empresa y dijéramos 'vámonos a tal sitio', sí lo haría. Tenga en cuenta que nos pueden ocurrir muchas cosas, no solamente por la edad, sino porque somos mortales y cualquiera puede tener un percance, un dolor, una caída. Yendo varios nos animamos, nos protegemos, nos auxiliamos".

"Algunos equipos ciclistas, como el Club Chamartín o el Portillo, me han avisado con frecuencia para que vaya, pero yo querría encontrar alguno de mi edad. Sí; los hay que tienen setenta y tantos años, pero, claro, ya no son los que tengo yo", dice. Asegura sagazmente que "desde luego todos son ancianos, porque, francamente, el de 70 años ya es un anciano, y si está tan zurrao como yo, toda la vida trabajando para aquí la familia, no vea...". Sus ojillos se empequeñecen con malicia al afirmar que algunos sesentones "de momento me sacan partida, pero luego les cojo, y les veo hacer ciertos descansos, no sé por qué". Vicente se vanagloria de no cansarse y de que él sólo detiene su pedalear para contemplar el paisaje. "Para descansar no pararía nunca. Y eso se lo demuestro a cualquiera", dice con aire desafiante.

No hay secreto en su dieta que explique su lozanía: "Lo mismo como callos de noche que lo que sea. Cuanti más fuerte, mejor". Su desayuno de competición es el siguiente: dos o tres naranjas, un plátano, una sopa de ajo acompañada con dos huevos y una cucharadita de queso rallado y pasas y almendras para hacer boca durante el camino. Para que la boca no se le reseque, y porque este hombre es puro nervio, lleva dentro de ella durante el trayecto un palillo o un hueso de aceituna.

Se ufana de ser uno de los escasos supervivientes del desastre milítar de Annual que han eludido el calendario y de ser, pese a sus 78 años, el primero que subió, el 1 de enero de 1975, hasta la Bola del Mundo en Navacerrada, cubierta por un metro de nieve, gesta de la que pidió un comprobante a los estupefactos vigilantes del repetidor de televisión allí instalado. Vicente, además de haber ganado dos premios en un bici-cross sobre arena y obstáculos -"valoraron más que nada la edad y que no me caí"-, es un fiero batería de la rondalla de la residencia de ancianos de San Blas y escribe poesías a sus peculiares musas: los hipermercados. "Yo que marcho por el mundo/ admiración de la gente/ la salvación de la vida / la tienes en Continente". "Madre mía, si me pierdo/ no me busques por el mundo/ seguro me encontrarás en el mercado de Jumbo". "Con alimentos Jumbo y la Virgen del Pilar y con mi linda bicicleta ya no necesito más".

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