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Que vienen los misiles

Se llama Hipótesis bang planetario. Una guerra generalizada, con los ejércitos de Estados Unidos luchando en casa y fuera, con las fuerzas de la OTAN y sus aliados asiáticos, con las flotas del Atlántico y el Pacífico a tope de zafarrancho, mientras las bases secretas de medio mundo eructan misiles. La URSS, segundos antes, ha invadido Europa y China.Nos lo tenían dicho y, sin embargo, cuando cae el naranjazo de un SS-20 o de un Pershing 2, hay quien se sorprende al quedar derretido. Un día cayó una bomba en Europa, y lo que era Europa se redujo a un hoyo.

Tan alegre lucía el panorama que el quisquilloso señor Juan Candidez, pariente algo lejano de un francés, empezó a preocuparse. Y hasta una mañana tuvo una cierta. fulminación paulina, muy poco entonada con sus añejas raíces volterianas. Resulta que hay fuerza atómica para volar cientos de veces esta pequeña legaña planetaria a la que llamamos Tierra. Resulta que en vez de remitir la tensión internacional se hincha por momentos. Lamentó Juan Candidez que aún esta situación, verdaderamente nueva, no hubiese generado buenos ensayos filosóficos. De hecho, tal vez el argumento actual, el equilibrio del terror, bajo el que sobrevivimos represente un acicate filosófico de tanta envergadura como el descubrimiento de Descartes en virtud del cual la existencia de uno mismo y sus propios pensamientos es una certidumbre de la que se deduce el mundo externo. Vivimos algo radicalmente nuevo, este desvivirse de la vida en suspenso, o la vida ojival. Sin casposas evocaciones góticas: las nuevas ojivas hacen bang y la catedral de Burgos, que parecía estar muy segura de enterrarnos a todos por los siglos de los siglos, se desharina.

Juan Candidez veía cada noche en su vídeo la amena película El día después (después de un pequeño bang atómico), y así se perdía los telediarios. Sin embargo, su nivel de información mejoraba. Hasta supo suscribirse a la Personal Survival Letter, de la compañía Mel Tappan, de Oregón. Le aconsejaban comprarse por correo un rifle de asalto y una mascarilla antigás. Supuso que no sería suficiente. Gastó 2.000 dólares (una fortuna al cambio de 1-55 pesetas) en comprarse un suministro de pollo deshidratado para comer él y su familia durante un año. Y en vista de la creciente precariedad del equilibrio planetario (lo que lamentaba el tiempo perdido en escrutar el perfil político de Fraga y González), escribió al arquitecto, Joel Skousen, de Hood River, también en Oregón, que construía espléndidos refugios subterráneos, dotados con invernadero, por un cuarto de millón de dólares. No tenía objeto seguir invirtiendo en telefónicas.

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Candidez se hizo propagandista hispano de la supervivencia como estilo de vida. En su círculo de parientes y amigos animaba a considerar la trivialidad del trance histórico: una cabecita, o

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testículo nuclear, pongamos de un Tomahawk, y de nada nos valdría deplorar a Sagunto, nuestra suegra, la suerte de Vinader o Herri Batasuna. Él se preparaba con esmero para el apocalipsis.

Sostenía, no sin acierto, que si bien el Pershing emplea siete minutos en alcanzar a la URSS desde las bases europeas, el Cruise tarda tres horas. Y que, aunque los misiles intercontinentales, sitos en Estados Unidos, tardan 30 minutos en alcanzar el blanco, la diferencia entre ellos y los Pershing siempre iba a ser de 23 minutos. Con cierto alarde de erudición, reconocía que entre tres horas (los Cruise) y siete minutos (los Pershing) la diferencia de llegada es considerable, más que nada para alivio soviético, pero, realmente, no comprendía por qué tanta alarma, sí los intercontinentales y los Pershing son prácticamente equivalentes, amén de los misiles balísticos lanzados desde submarinos, que pueden alcanzar la URSS incluso en menos de 30 minutos. "Es una diferencia profundamente política, no militar", le explicaba el barón Kissinger, por quien Juan Candidez nutría un respeto original.

Nuestro hombre también difundía la especie de que en España la. cosa más probable es que caería un SS-20 soviético, pero tenía amigos de izquierdas un tanto reticentes. Éstos le replicaban: "¿Cómo nos van a hacer esto los rusos a nosotros, si somos progres de toda la vida?". A lo que Candidez respondía: "Un SS-20 no se va a parar a miraros el carné".

Sí, recomendaba la construcción de refugios antiatómicos, los alimentos liofilizados, un sereno pesimismo (que, según Zubiri y Calvo Hernando, no es más que "un optimismo con buena información"). Por fin, a Candidez se le antojó prioritaria la idea de marcharse cuanto antes de Europa. "A Europa le huele la cabeza a pólvora".

Intentó establecerse en Guinea Ecuatorial, o en Perú. Allí, objetivamente, habría más posibilidades de escapar del holocausto nuclear, si bien tampoco sería fácil no morir de hambre.

Pero pasaba el tiempo, y aún no estallaban las cabezas nucleares, con lo que la gente empezó a tomar a chacota los recelos de Candidez. "Un español, remilgado ante el fin del mundo; habráse visto mayor inconsistencia". Somos un pueblo marginal, simpático, y aparte una leve tentación fratricida, nos gusta la vida y el vino; ¿quién se va a meter con nosotros?

Candidez, en cambio, perseveraba. Piers Survival Inc., de Carson, California, ofrecía muy buenos purificadores de agua, y trajes antirradiaciones. Qué se le va a hacer. Su mu. er debería renunciar, por decimoséptimo año consecutivo, al visón. Y los Rey es no traerían a los niños -ellos nunca sabrían entenderlo- un nuevo videojuego de matar astronaves.

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