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Elogio del silencio

Al español le gusta gritar. Le gusta alzar la voz para hacerse oír. Y le gusta, tanto o más, desde lo estentóreo, hablar. Hablar continuamente, sin tasa, sin reposo, en chorro inacabable. Hablan unos y otros. Hablamos todos. Con frecuencia, a un tiempo. La oración individual se convierte en algarabía. El juicio, en barullo. Se opina de todo y sobre todo. Se opina sin medida. Se afirma, se niega, se protesta, se adhiere, se disiente, o se confirma. Y todo ello fuera de proporción. La vida colectiva española anda próxima a la zaragata indiscriminada. España, "zaragatera y triste", que dijo Antonio Machado, está a punto de volver a ser una realidad desconcertante y desalentadora. De volver a ser un serio peligro.Porque el tumulto engendra la confusión. Y la confusión trae de la mano el desorden. Me refiero, claro está, al desorden moral. Al que nace del mal enfoque, del enfoque vicioso frente a los problemas que a todos nos acucian y nos preocupan. Hay una distorsión interpretativa de la realidad comunitaria que es producto de la ignorancia. Pero hay, sin duda, un mal enfoque que es hijo de la suspicacia. Frente al hablar por hablar, tan hispánico, podemos situar el hablar por el prurito irresponsable y alocado de crear desorientación y desánimo. En el cual, por puro masoquismo, nos complacemos.

¿Y de dónde surge toda esta ristra de negatividades? En el mejor de los casos, de la prisa. El alma colectiva está frenética. Todo lo quiere de inmediato, a la rebatiña, sin huelgo alguno. O lo que es lo mismo: sin reflexión. Pero el pensamiento es, por su misma esencia, de lenta, difícil elaboración. Los pensamientos se rumian, esto es, se digieren y se vuelven a digerir, con parsimonia, sia apuros ni arrebatos. La furia, dlelirante impide toda maduración. Queremos la cosecha antes de que el fruto grane. Aspiramos a lograr lo arduo eludiendo las dificultades, los escollos y la básqueda adecuada de las soluciones. (Y nos encanta suponer que no las hay, que todo es inútil, que nada puede salvarnos.) Mas las cosas grandes, las de comprometida existencia, no pueden alcanzarse si antes no les imponemos una cierta dosis de realismo, por dramático que pueda parecernos. Es más: si no aceptamos, de antemano lo que en la realidad hay de dramático y de conflictivo. Lo que es "áspera verdad". Lo que la realidad oculta de problema atroz. "Es posible", afirmaba Renan, "que la verdad sea triste". Lo es muchas veces. Casi siempre. Pero a ella es menester atenerse, con decisión y con firmeza.

Para conseguir esta meta es preciso, es ineludible, el silencio. El silencio previo a toda solución es el margen de respeto que las cosas y sus problemas nos están pidiendo de continuo. Y más en esta hora,de crisis universal. En el silencio las cosas grandes se amoldan entre sí", ("fashion themselves together") afirmaba Carlyle. Y hay un proverbio árabe que todos deberíamos tener en cuenta: "Del árbol del silencio cuelga el fruto de la seguridad".

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Me parece que sería de gran beneficio para todos el ponernos de acuerdo para instaurar en España una etapa de relativo silencio al servicio de un consciente y libre sentido de responsabilidad colectiva. No conduce a nada -a nada bueno- el que nos soliviantemos los unos a los otros sin más ni más, por el gusto de hablar por hablar. El silencio es una buena cura de humildad. Es cierto, no puede negarse, que nadie llega a saber, en rigor, lo que desea decir si antes no lo ha dicho. ¿Por qué? Pues porque las palabras, y nada más que las palabras, nos arrastran, nos empujan y, en definitiva, concluyen por obligarnos al desmán colectivo. Son las palabras de que hablaba S.M. el Rey en su último discurso: las palabras que pueden "alcanzar más importancia que su contenido". Porque si antes no se ha instalado el silencio preciso para que esas palabras se correspondan fielmente a lo en ellas expresado, el resultado puede ser atroz. Por aquí es por donde ronda, temible y esterilizante, la peor demagogia. La demagogia en la que concluye por creer el propio demagogo. La demagogia que ahoga al demagogo, notable criatura que grita sin ton ni son desde fuera del ámbito de la auténtica comunidad. Que alza la voz extramuros de la realidad en torno. Que no respeta el silencio de los demás. El silencio pide tiempo. Necesita del tiempo. Esa es su obligada condición operativa. En el silencio se produce la maduración. Y a los problemas tenemos que mirarlos con calma, de vagar, serenamente. Las cosas -los problemas- piden mirada de labrador. Del hombre que se ata a la naturaleza y acepta sin regateos el ritmo pausado del vegetal. De la planta que Goethe admiraba en el alféizar de la ventana, "a la tranquila espera de su futuro".

¿Se ha reparado en la distinta calidad del silencio vegetal frente al silencio de la bestia? Es el primero un silencio activo del que van surgiendo, con máximo sosiego, la promesa de los brotes, la gloria de los colores y el misterio gozoso del fruto. Es el segundo" un silencio opaco, apenas roto por el grito inarticulado y profundo de la fiera. Max Picard ha escrito páginas muy bellas y sutiles en torno a este silencio zoológico, en torno a este silencio,que no redime. ¿Por qué? Porque es un silencio que no anuncia la palabra. Porque es un silencio sin futuro. En cambio, la mudez humana, su taciturnidad, anda siempre grávida de palabras. Es la antesala de las palabras, su regazo, su matriz, su horno de buena cochura. El animal es mudo. El hombre, callado. Quiero decir con esto que a la criatura humana le fue dado el silencio como una fecundación. En él se engendran las palabras. Él las envuelve y las protege aun antes de que hayan "ido a la luz. Así, después, vendrán bien nacidas. O lo que es igual: exactas, veraces y serenas.

La exactitud, la verdad, el realismo y la confianza son, en definitiva, los caminos reales de la sabiduría. De la sabiduría entendida como aceptación dé la vida y sus dificultades. De la vida y sus tragedias. De la vida y sus malsanos callejones sin aparente salida. Pero también de la vida como aceptación. De la vida como entrega confiada.

Confiada y alerta, esto por descontado. ¿Para qué? Para que la entrega se haga vigilia. Para que la entrega no nos nuble el entendimiento. Antes al contrario, nos lo aguce y lo torne exigente. ¿Desde dónde? Desde el estrato entregado del silencio expectante. Desde el silencio como respeto y como "tranquila espera". Aquí tenemos, en esbozo, la conducta necesaria en este instante de incertidumbre y de "tiempo menesteroso". La única posible. La única hacedera. En ella, desde ella, instalamos nuestro poder de crítica y análisis honestos como una auténtica virtualidad. Fuera de ella, nada vendrá por su verdadero cauce. El vocerío, el tole tole, el guirigay masoquistá y falsamente opinante esterilizan, confunden y no resuelven nada. Nada dejan resolver. "El silencio, gran brahmán", escribió Ortega. "Guarda silencio, y yo te enseñaré la sabiduría", se lee en el libro de Job.

No lo olvidemos.

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