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Un atleta llamado futbolista

El España-Malta recordó el espectáculo del balompié y el sacrificio de sus protagonistas

Sevilla. Ocho de la tarde. Objetivo, 11 goles. Tiempo, 90 minutos. Antecedentes, 1933, cuando atacaban cinco y defendían dos. Ventajas: abundante información, conocimiento del objetivo, superioridad física, técnica y táctica. Desventajas: el miedo del contrario al ridículo.No eran 90 minutos, y los técnicos lo sabían. Como mucho, 65 minutos de juego puro. Las estadísticas estaban en contra de España: en un partido se efectúan de 38 a 60 saques de banda, en cada uno de los cuales se pierden de 8 a 16 segundos; de 15 a 22 cesiones al portero, en cada una de las cuales se van unos 10 segundos; de 26 a 36 faltas, con una pérdida media de 10 a 15 segundos; unos 12 córneres, con unos 15 segundos de pérdida para cada saque. En el mejor de los casos esto roba 25 minutos de partido. Pero en éste sólo se iban a jugar 48 minutos.

Penalti. Un hombre cerebral, Señor, es el encargado de empujar 11 metros la pelota. Sin embargo, su pulso tiene un ritmo anormalmente agitado. Está a 180 pulsaciones por minutos. Sin portero bajaría a 125. En unos segundos, la presión ambiental le ha multiplicado por cuatro el pulso normal. El metabolismo se le ha elevado un 150%. Hay cosas que desgastan más que el esfuerzo físico, quizás la responsabilidad.

El doctor Walter Dufour, de la universidad de Bruselas, no comprende esta situación. Si el futbolista corre, dice el doctor, cinco kilómetros en 90 minutos, cuando un corredor lo haría en menos de 15 minutos, por qué el corredor consume 420 calorías y el futbolista 1.500. Si el futbolista, dice el doctor, tiene un débil porcentaje de esfuerzos, por qué sus pulsaciones en un 65% del partido se sitúan en más de 160 por minuto, y en un 40% en más de 170. Tampoco se explica el doctor cómo el futbolista tiene una toma de oxígeno de 5.000 centímetros cúbicos, en la escala más alta de los deportistas.

El jugador ideal

Carlos Álvarez del Villar, preparador físico de la selección, entrenador de atletismo y de fútbol, conoce perfectamente el mérito del futbolista. En su libro La preparación física del fútbol basada en el atletismo señala que el jugador de fútbol es un decatleta que además domina la técnica del balón. "El futbolista ideal será aquél que se acerque lo más posible a una combinación de un corredor de medio fondo (800 y 1.500 metros) y a un saltador. En él han de predominar las cualidades de potencia, velocidad, resistencia y coordinación. El jugador atleta sería de constitución mediana, longilínea, musculatura fuerte, pero ligera sobre todo en las piernas, para evitar lesiones musculares".Balón para Señor. Antes de que lo golpee con la cabeza, fija en su mente el punto exacto donde debe colocar la pelota. A la espalda de dos defensas, situados inocentemente en línea, al hueco. Señor ejecuta perfectamente su idea. Cuando los dos defensas dan la vuelta ya ha pasado un obús con el a la espalda, en un sprint de 30 metros. No corre como Carl Lewis, tan. tieso, con grandes zancadas y los brazos paralelos a su cuerpo, tan bonito. Santillana va con el tronco inclinado porque hay que bajar el centro de gravedad para dominar el balón, y así lo hace. Sus brazos no van paralelos, sino perpendiculares, sacando la parte más dura, los codos, como parachoques del eventual contacto con un hombre de 80 kilos.

Los 80 kilos salen a su encuentro a ras de suelo, tapando portería, pero ya es tarde. En el sprint, a una velocidad de 15 kilómetros por hora. Santillana es capaz de dominar y preparar el balón. Disparó con una pierna, se quedó en el aire, y cayó con la misma pierna, como un saltador de triple, para seguir la carrera. El atleta descansa con la caída. Santillana tiene que continuar corriendo, esta vez, para cantar su segundo gol.

Es una exhibición de fuerza y técnica. Sólo la técnica permite dominar el balón en cualquier situación. Además, un jugador con técnica gasta menos energías, y se las ahorra a sus compañeros.

Manejar el balón con los pies acarrea una mayor inexactitud que pasarlo con la mano. La técnica corre al ritmo de los tiempos. En el Mundial-66 el 37,5% de los balones perdidos fue por inexactitud en los pases; en el Mundial-78 del 35,6%; en el Mundial de España, se perdieron por la misma circunstancia el 26,3% de los balones.

Como es normal, la mayoría de las pérdidas de balón son en el ataque, un 54,2%; un 40,8% en la parte central, y en la defensiva un 4,8%. Las pérdidas aumentan en los primeros 15 minutos de cada tiempo, lo que indica una preparación insuficiente del organismo para el juego, tanto en sentido físico (calentamiento) como en el psíquico (concentración). Las pérdidas de balón del equipo maltés superaron sin duda el 90%.

Juega Señor, en una labor similar a la del base de baloncesto. Él distribuye el juego, da el ritmo del partido. Al final habrá tocado el balón en más de 90 ocasiones. Un nivel como el de Beckenbauer y Pelé (96), en una labor similar a la suya, y superior al nivel de Puskas o Torpedo Muller (74), comprensible si se sabe que su función es terminar las jugadas. En los años sesenta un defensa tenía unos 30 contactos con el balón; un medio, alrededor de 90, y un extremo, de 40 a 76. El defensa, que antes sólo despejaba, tiene hoy tantos contactos como un delantero.

'Chicos para todo'

El fútbol de los ochenta ha acabado con los especialistas. Sólo queda el portero, un hombre que corre 17 veces menos que sus compañeros, pero el que tiene más potencia (89,8 kilocalorías por minuto y kilo, frente a los 80,1 del defensa, los 74 del medio y los 79,8 del delantero). Lo que se lleva hoy es el jugador universal. Un chico para todo, que sea eficiente arriba, abajo, en el pase, en el remate; que sepa cortar y que sepa crear con imaginación. "Los últimos mundiales" dice Álvarez del Villar, "se caracterizaron por el considerable aumento de las capacidades de movimiento y de las cualidades de resistencia, velocidad y agilidad de los jugadores. El jugador ha dejado de desempeñar un único papel dentro del conjunto, desapareciendo cada vez más las pausas de descanso que le permitían recuperarse. Se tiende a la desaparición de los puestos específicos puros".Arranca por la izquierda Gordillo. Una vez más, Carrasco o Sarabia le han dejado el pasillo, corriendo en diagonal hacia el centro. La táctica ha salido bien. Los goles llegan con fluidez. Gordillo está inmerso en una borrachera de balones con una pierna izquierda que se retuerce a voluntad. Con tanta carrera, un deportista aficionado hace tiempo que hubiera alcanzado el punto crítico, el estado de alarma, cuando el cuerpo ya no da para más, cuando la deuda de oxígeno supera los 10 litros y las pulsaciones llegan a una frecuencia superior a 200 por minuto. Son de 10 a 30 segundos en los que uno quiere morirse, en los que falta el aliento, se siente una opresión en el pecho y se pierde la visión.

El árbitro ha interrumpido el juego por última vez. El jugador llega a los vestuarios con varios kilos menos de peso; ha corrido ocho kilómetros e intervenido en 330 ocasiones. Y quizá suspira por los tiempos de Gaínza o los de Di Stéfano. Entonces no participaba un jugador en más de 130 ocasiones y no corría más de cuatro kilómetros. En aquellos tiempos jugaba quien tenía el balón en los pies. Hoy el 55,6% de la actividad es sin balón.

Gordillo, como cada uno de sus compañeros, probablemente consumió en el partido de 4 a 4,6 litros de oxígeno por minuto. Un individuo normal consume 0,250 litros. Con ser bueno el nivel del futbolista, no llega al extraordinario de los ciclistas, con un consumo hasta 6,2 litros de oxígeno por minuto.

Para cuando el jugador declare a los periodistas que ha sido un triunfo merecido porque "había que correr mucho para obtener 12 goles", llevará encima un desgaste energético de 0, 18 kilocalorías por kilo y minuto (el jugador de baloncesto, 0,22; el de balonmano, 0,14, y el de voleibol, 0,10) y habrá tenido una demanda de oxígeno de 37 kilolitros (44 en baloncesto, 30 en balonmano y 20 en voleibol).

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