Bomba de relojería pompa de jabón
El guateque es una pompa de jabón que esconde una implacable bomba de relojería. La acción, concentrada entre las cuatro paredes de una lujosa mansión de Hollywood, en una fiesta cuajada de estrellas, va haciéndose por momentos más opresiva al galope de los repetidos traspiés del protagonista, un formidable Peter Sellers disfrazado de extra de Gunga Din, al que invitan por error a la gran soirée.
La comedia, perfumado envoltorio de sedas y celofanes, explota el tipo de personaje patético y entrañable que en otras latitudes habría interpretado Alberto Sordi, aunque sin aquel inmenso aplomo para el error del actor italiano, o un Jerry Lewis de modales más pulcros y boca enmudecida.
En ese escenario, fotografiado en tonos blancos y rosas, en el que la catástrofe ecológica parece imposible por la misma gélida armonía del conjunto, Peter Sellers es el típico spoiler, el mecanismo infernal de perturbación que, en contacto con el orden natural de las cosas, se convierte en un agente de disgregación de la materia, en una reacción isotópica que libera la energía oculta del universo, hasta provocar una modesta conflagración nuclear de la morada perfecta.
Es el gran hallazgo del cine mudo, que los hermanos Marx elevaron a la categoría de contestación cósmica, y que el director de la película, Blake Edwards, tiene la virtud de manejar con el rigor cruel de quien llega hasta provocar la angustia por el sendero resguardado de la risa.
Los objetos más inocuamente inanimados en las manos o, simplemente, en la vecindad de Peter Sellers, se convierten en trampas de propiedades insospechadas, con una capacidad simpática para desencadenar a su alrededor pequeños pero crecientes géiseres de impropiedad, hasta que la burbuja, lenta pero implacablemente agrandada ante el espectador, inunda toda la escena. La explosión final es necesariamente indolora, como corresponde al estuche nacarado que la contiene, pero no menos devastadora, como esas aguas menores que esforzadamente reprime el protagonista, temeroso de que la más breve humedad fisiológica pueda ser la gota de agua que haga desbordar el vaso de la catástrofe.
El personaje creado por Peter Sellers es la imagen de la inocencia tenaz en medio de un mundo para él incomprensible, poblado de ritos, gestos y contraseñas que fatalmente ignora el visitante, que parece llegado no ya de otro continente sino de otro planeta. Es un tipo curioso de caricatura austera, económica de gestos, que con su misma parquedad provoca el desencadenamiento a su alrededor, como en una reminiscencia del Keaton de los amores silenciosos e imposibles, pero sin su voluntad de arrostrar todos los obstáculos para llegar al final feliz. Sellers-Gunga Din no agrede tanto al entorno, como haría Jerry Lewis, sino que sufre las iras de un decorado en el que ejerce la función de repelente. A diferencia de los anteriores, es un sujeto esencialmente pasivo que tiene siempre pronta la otra mejilla.
Al amanecer, irremisiblemente consumado el escueto desastre, el extra invitado a la fiesta emerge de ella entristecido pero intacto, sin haber sentido la angustia del armiño porque no concibe la posibilidad de su contaminación, dejando tras de sí un tabladillo convulso, en el que ya nunca más la línea recta volverá a ser la distancia más corta entre dos puntos.
El guateque se emite hoy en La clave.
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