Gibraltar, un año después
Un balance económico negativo y un futuro incierto crean inquietud en la colonia británica
La apertura de la verja fue decisión adoptada en el primer Consejo de Ministros del Gobierno socialista y vino a poner fin a 13 años de rigurosa incomunicación que impedía cualquier tipo de enlace directo por tierra, mar o aire entre España y la colonia británica. Para ir de España a Gibraltar había que hacerlo, forzosamente, a través de algún otro país. El camino más frecuentemente elegido era el del paso en barco por Tánger. La medida, adoptada por el anterior régimen en el año 1969, con la esperanza de que eso asfixiase la vida en la colonia, ha tenido, según una mayoría de opiniones, efectos negativos para una estrategia a medio o largo plazo de la integración de la colonia en España. La mayoría de los 30.000 ciudadanos gibraltareños se siente injustamente mal tratada por una España que no en tiende, a su juicio, el derecho que tienen a vivir en el lugar donde han nacido, su ausencia de responsabilidades en un pleito histórico entre potencias y su lógico derecho a ser respetados en su condición de ciudadanos de Gibraltar.Las condiciones de la apertura, sólo peatonal, sólo para españoles o gibraltareños, sólo un paso en cada sentido por persona y día y ninguna posibilidad de traer de Gibraltar a España artículos comerciales, provocaban por un lado el final de una drámatica separación entre las numerosísimas familias mixtas de linenses y gibraltareños, que estaban condenadas a dar la vuelta por Tánger para verse o acudir a la verja con el fin de hablarse a gritos lo suficientemente fuertes como para atravesar el ancho de la zona neutral. Por otra parte, la rigurosa impermeabilización de la frontera en dirección a España, que no tiene correspondencia en el otro sentido, ha dado a España una clara ventaja en la balanza comercial.
Diariamente, numerosas mujeres gibraltareñas cruzan la frontera para hacer la compra en La Línea. Aunque la carne y los embutidos no pasan la aduana gibraltareña, que rechaza estos productos por cuestión de garantías sanitarias, el resto de la cesta de la compra se adquiere mayoritariamente en La Línea. También se compra una importante cantidad de plantas ornamentales y es muy buscado el zapato español. Además, los fines de semana muchos gibraltareños cruzan a pie la verja y se desparraman por la Costa del Sol. De los 10.000 coches que constituyen el parque automovilístico de Gibraltar, cerca de 1.500 están permanentemente aparcados en La Línea, previo paso en barco a través de Tánger.
Los cálculos más fiables señalan que los gibraltareños gastan cerca de las 150.000 libras semanales en España, unos 35 millones de pesetas. Frente a eso, los españoles, que pasan a Gibraltar en menor número, atraídos sólo por la curiosidad y que no pueden comprar nada porque la frontera española es, al regreso, absolutamente impermeable, sólo gastan lo que cuestan un par de cervezas (no baratas, desde luego) o, si acaso, una comida, si bien hay que decir que comer en Gibraltar pudiendo hacerlo en España mejor y más barato es bastante absurdo. Los fines de semana hay cierta afluencia de españoles a Gibraltar, procedentes no tanto de La Línea como de un arco que tendría sus extremos en Cádiz, Sevilla y Málaga. Van en visita rápida, a satisfacer una curiosidad, y apenas gastan. Los cálculos más optimistas registrados en Gibraltar señalan que por la frontera salen cinco libras por cada una que entra.
Wilfred García, presidente de la Cámara de Comercio, reconoce pérdidas medias en el comercio gibraltareño en tomo a un 25% y superiores al 50% en algunos sectores determinados, en especial las fruterías o verdulerías, que importan de Marruecos, y las tiendas de calzado, y al tiempo expresaba su decepción por el hecho de que el Gobierno español no acelerase más el proceso de comunicación comercial con Gibraltar.
El arsenal
La desazón que producen los efectos de esta apertura viene incrementada por el hecho de que el Ministerio de Defensa británico ha hecho ya el anuncio oficial de que prescindirá de los servicios del astillero militar, en el que las corbetas y fragatas de la Marina británica vienen pasando una revisión "de media vida", en la que se les hacía un repaso completo a los diez años de servicio. El tipo de barco que recibía este tratamiento en Gibraltar ha quedado obsoleto y el Ministerio de Defensa va a prescindir de los servicios de 746 de los 1.800 trabajadores de los muelles. El resto seguirá trabajan do en la base naval, en lo que es e puro mantenimiento de un puerto militar. Pero el futuro de esas 746 plazas es incierto. El Reino Unido ofrece la posibilidad de que una empresa particular, interesada en ello, la Appledore, se haga cargo del astillero y dé trabajo a parte de la plantilla que queda fuera. La situación del resto podría ser absorbida, en su mayoría, por jubilaciones anticipadas. La Appledore obtendría un crédito de 28 millones de libras para la reconversión del astillero, pero sólo si el sindicato acepta las condiciones de trabajo que ofrece dicha empresa. Las condiciones ofrecidas por el momento son, a juicio del sindicato sensiblemente inferiores a las del Ministerio de Defensa británico, y el sindicato se siente dolido, atrapado entre la espada y la pared, chantajeado por el Gobierno británico, que podría culparle del cierre del astillero.
En el fondo de este último problema subyace el hecho de que los trabajadores gibraltareños obtuvieron, gracias al cierre de la verja trece años atrás, excelentes condiciones de trabajo. El corte brusco del paso de mano de obra española colocó al trabajador gibraltareño en una posición de fuerza para negociar, y al Reino Unido en la necesidad de mantener un alto nivel de vida en la colonia para no acusar el golpe del cierre.
Entre unas cosas y otras, el gibraltareño está desconcertado, receloso e incómodo ante su futuro. Las elecciones, que tendrán lugar en febrero, se esperan sin ningún entusiasmo. Da la impresión de que ninguna de las opciones políticas que concurren a las urnas es acogida con interés. Hay conciencia de que el proceso de descolonización ha empezado y la forma de expresarse tanto del hombre de la calle como de los políticos hace pensar que se esperaba una actitud más comprensiva y menos irredentista del Gobierno socialista, que si ha solucionado el problema de las familias separadas lo ha hecho a costa de dañar el nivel económico de la colonia. El gibraltareño sabe que su futuro está ligado a España y querría adaptar su inevitable reconversión económica a un intercambio comercial con nuestro país, y por eso el hecho de que la frontera siga siendo impermeable para sus productos le coloca ante el vértigo.
Las consecuencias de ese daño económico han empezado a acusarse seriamente. En Gibraltar ha aparecido el paro, desconocido prácticamente hasta hace poco, y ya hay 400 personas sin trabajo, lo que, unido al indefinido futuro del astillero, provoca un panorama sombrío. Tanto, que el principal banco del Peñón ha visto incrementados sus depósitos en un 67%. Muchos gibraltareños temen gastar y meten todo lo que pueden en el banco, a la vista de un futuro que se les presenta negro.
Tiempo perdido
El hecho de que esta medida no haya sido continuada por otras y de que exista una gran descoordinación en todo lo referente a Gibraltar ha hecho, sin embargo, que el éxito inicial de la apertura haya acercado a España mucho menos de lo esperado a la solución del problema. Rafael Palomino, secretario del PSOE en el Campo de Gibraltar, diputado en el parlamento andaluz y promotor, junto con el alcalde de La Línea, Juan Carmona, de una política de aproximación a Gibraltar, se siente decepcionado: "En estos tiempos no es lógico reivindicar la soberanía sobre un territorio contra la voluntad de su población. Y en lo que respecta a ganarnos la voluntad de los gibraltareños no hemos avanzado nada."
La Línea, escaparate de España para los gibraltareños, sigue siendo un mal reclamo. Bajo nivel de vida, mucha economía subterránea y un extraordinario índice de delincuencia y de consumo de drogas duras la definen a grandes rasgos. Los intentos de aproximación entre ambas comunidades han fracasado por la impermeabilización obtusamente inflexible de la frontera, en la que han sido frenadas guitarras, cañas de pescar, balones de fútbol y hasta una réplica del cráneo del hombre de Gibraltar, objetos todos ellos que pasaban la frontera con grupos que procuraban el acercamiento cultural o deportivo entre ambas comunidades. Frente a ello, el presidente de la Junta de Andalucía, Rafael Escuredo, y el ministro de Cultura, Javier Solana, intentaron una campaña oficialista de intercambio cultural que sonaba a artificial, y fracasó por ello. La ausencia de un subgobernador para el Campo de Gibraltar, figura que existía con la UCD y que resolvería pequeños problemas que surgen sobre el terreno a la hora de practicar la política de buena vecindad propugnada por los responsables locales, ha sido suprimida por el PSOE. Morán desearía conservar esta figura, pero Interior se opone. Por otra parte, el Ministerio de Asuntos Exteriores mantiene en Gibraltar a tres espías introducidos allí por el anterior régimen y a quienes todo el mundo conoce y toma a broma en la colonia.
La situación no inclina nada al gibraltareño hacia el lado español, y le mantiene aferrado al Reino Unido. La anunciada marcha del alcalde de La Línea, Juan Carmona, que obedece únicamente a razones personales, es interpretada en la colonia como una renuncia de éste ante la incomprensión de su partido a mantenerse en la lucha por conseguir un nuevo enfoque de la política española sobre Gibraltar, porque tanto él como Rafael Palomino han manifestado repetidas veces su desencanto. Un año después de la apertura, el gibraltareño sigue pensando que es injustamente tratado por España por haber nacido en una roca que reclama para sí y no siente ningún deseo de ser español.
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