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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Oro sobre ganga

La noche del pasado miércoles la televisión desveló un pequeño misterio de la historia del cine: la desconocidísima película El extraño, que Orson Welles realizó en 1946, cuando estaba ya desterrado de las nóminas de Hollywood, e intentó, aceptando rodar un guión plano, sin cimas, sin hondura alguna, de consumo para el estrecho horizonte de las praderas norteamericanas, congraciarse con los productores y ganar de paso algún dinero.La película fracasó y la RKO la archivó en sus almacenes de celuloide invendible. Desde entonces, allí permanecía, y ahora, cuando detrás de Welles hay ya construida una leyenda de esplendor, la abren a las pantallas. Hay oro en el filme, pero incrustado en ganga. El sello personal del cineasta -un plano de Welles se distingue de cualquier otro, como un acorde de Beethoven proclama contra todos su identidad- está allí, y, por tratarse de un guión ajeno a su inventiva, casi está en desmesura, con ese punto de exceso que se deriva naturalmente del contraste. De ahí la paradoja: la menos wellesiana de todas las películas de Welles ofrece algunas secuencias que no es exagerado incluir entre las más wellesianas de cuantas hizo. Basta con detenerse en dos singulares secuencias. En ellas, Welles, aún haciendo cine sobre una materia dramática y narrativa que le es indiferente, es arrastrado por los mecanismos intransferibles de su forma de ver, elaborar y poner imágenes en movimiento, e imprime al filme, aun siendo ajeno, una cadencia e incluso una identidad radicalmente suyas, inimaginables en otro cineasta.

La primera arranca del instante, múltiple e inverosímil, en que el perro de la casa, con su olfato; el investigador Edward G. Robinson, con un golpe de intuición, y la esposa de Welles, Loretta Young, dormida y a través de una pesadilla, descubren al mismo tiempo la existencia de un hombre asesinado y a su asesino, Orson Welles. Recuérdese la estructura de la secuencia y se verá que en ella Welles juega símultáneamente con cuatro hilos argumentales como si fueran uno solo. He ahí el signo del maestro.

Lo que hace, una vez hecho, parece fácil, pero búsquense secuencias de este tipo en la historia del cine y se encontrarán con cuentagotas, porque esta multiplicidad de puntos de vista en el interior de un solo tiempo fílmico es uno de los ejercicios de pulso y de caligrafía rítmicos más difíciles de ejecutar que existen. Llevar adelante un solo punto de vista nítido en un, filme es prueba de que detrás de la cámara hay un buen director; escasos son los cineastas que conservan esta nitidez cuando hay dos o tres diferentes orígenes de miradas que se interfieren y que son una y la misma fuente de fluencia del relato; pero rarísimos los que conservan esta limpieza jugando con cuatro o más puntos de vista simultáneos: hay que llamarse Renoir, Eisenstein, Hawks, Stroheim, Ford, Dreyer, Lang, Kurosawa, Hitchcock, Mizoguchi, Wilder o Welles.

En la escena de El extraño en que Welles tiende una trampa a Loretta Young para que caiga por la escalera de la torre, la multiplicidad de los ejes del tiempo fílmico es mayor y éstos no son ya tres, sino cinco o más: la esposa, el hermano de esta, Welles, que acecha el momento en que se produzca la caída; el tendero, que juega una partida de damas con Welles; el investigador Robinson, que acecha una posible jugada mortífera del asesino acosado. Cada personaje del embrollo está en cada instante en un lugar distinto y en una posición psicológica diferente respecto del hecho que va a acaecer, y el espectador, sin embargo sabe, en cada instante dónde, cuándo y como está cada uno de ellos. Y ésto, que enunciado es tan simple, es algo que está sólo en manos de los poquísimos cineastas que han logrado el dominio absoluto del tiempo y el espacio fílmicos.

De ahí que El extraño sea un filme fatalmente alicorto, pobre de alcances por la pequeñez del proyecto y del relato, pero con instantes de extraordinario valor dentro, y con un tono de filme mayor, de relato con estilo muy diferenciado. En definitiva, un espíritu noble ennoblece cuanto toca y, como los remotos magos de la piedra filosofal, Welles hace del oro. El filme, que, por esquemático y superficial, debiera haber sido malo de solemnidad, no sólo resulta visible, sino en algunos instantes emocionante y de delirante perfección técnica.

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