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La infancia realista y surrealista

Cuando en 1924 André Breton definió el surrealismo como el "automatismo psíquico mediante el cual se propone expresar, sea verbalmente o por escrito o de otro modo, el funcionamiento real del pensamiento, en ausencia de todo control ejercido por la razón y al margen de toda preocupación estética y moral", citaba entre otros, como precursores del movimiento, a Freud, Lautréamont, Nerval, Sade, Pod, Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé y Jarry. Tal vez habría sido justo que incluyera en la nómina a un contribuyente extraoficial: el niño. Y no sólo el niño de esta época sino el de todas las épocas.La imaginación infantil tiende naturalmente a transgredir todas las normas que se proponen limitar su libertad. En ocasiones, se refiere a la realidad como si fuera un sueño, y cuando es consciente de su propio humor (otras veces el humor es totalmente involuntario) puede llegar a ser muy corrosiva. Los niños fueron, son y serán surrealistas avant y après la lettre.

Hace algunos años, exactamente en 1975, encontré la confirmación escrita de esta idea cuando un maestro uruguayo, José María Firpo, publicó en Montevideo un delgado volumen, seguido rápidamente por una segunda y una tercera parte, bajo el título genérico de El humor en la escuela. Durante treinta años ese notaible educador, hoy fallecido, había recopilado frases sueltas, ejercicios, composiciones, etcétera, de sus alumnos, en edades que oscilaban entre los 8 y los 12 años, tomando el humor, ya fuera consciente o involuntario, como denominador común, y ordenando luego los fragmentos en razón de sus temas. Conviene aclarar que todos los textos.fueron recogidos en el Cerrito de la Victoria y en la Ciudad Vieja, dos de los barrios más pobres de Montevideo. Ell resultado es uno de los libros más regocijantes que se han putilicado en América Latina y es explicable que haya sido reeditado varias veces, tanto en Montevideo como en Buenos Aires.

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Sin embargo, aquel modesto librito no sólo sirve para reírse; también es el testimonio de una crisis profunda. Como ha señalado atinadamente Gladys Méndez de Rojas, la insólita selección es el resultado obtenido por un maestro de niños "que se atreve a mostrar el disparate que surge de los injertos culturales", pero es también "una fase inexplorada del buen humor compartido, que facilita el entendimiento, en la certeza de que, sea como sea el intento de expresión de la idea, será considerada y respetada en primer término, para acercarse a la conceptualización después".

Lo cierto es que, mientras un mundo liberal y algo hipócrita se derrumbaba; mientras los mayores asistíamos a la violenta ruptura de los esquemas heredados, los niños, esos testigos implacables y de excepción, miraban, sacaban conclusiones (a menudo delirantes), y su testimonio, así fuera risible, ayudaba también a detectar el lado ridículo, francamente impresentable, de algunos prejuicios, de ciertos esquemas y de muchas rutinas. ¿Acaso no fue ese uno de los propósitos, implícitos o explícitos, del surrealismo?

Los textos seleccionados por Firpo van desde el disparate en estado de pureza, breve, sintético (por ejemplo: "¡Qué porquería es el glóbulo!", "En aritmética no se pueden tener socios" o "¡Pero esta mujer es omnívora!") hasta la reflexión doméstica en que la mera enunciación de la realidad provoca la risa: "A veces, yo tengo el ombligo limpio", "La maestra es hembra", "Mientras no llueva hay esperanza de que no llueva", "Yo no conozco ninguna mujer que use calzoncillos", "Mi abuela es huérfana", "El novio de mi hermana tiene pulgas", "En mi casa todos tenemos estómago porque es muy útil", "Al doctor también le puede doler la barriga", "Yo siempre que veo una estatua está inmóvil".

Indios y españoles

Está presente asimismo la indigestión pedagógica, o, sea, el resultado erróneo o confuso de una enseñanza que a veces se basa en lugares comunes o en esquemas algo burdos. A tal categoría pertenecen fragmentos como éstos: "El ojo es la parte más delicada del aparato, digestivo", "Cuando se enllena el estómago se cierra el cardigan y no deja salir la comida, pero menos mal que se abre el píloro", "Debemos colocar siempre el aparato respiratorio en el aire puro", "La boca es la parte del cuerpo que mastica más", "Hay un niño de esta clase que dice que el ano es el culo".

No es surrealista, sino hondamente realista, cuando un niño simplemente escribe, en un intento de afirmación que cubre varias, inseguridades: "Yo soy necesario", o cuando retrata, como en sueños, una situación límite: "Estoy cerca de una jaula abierta", o cuando anota esta filosofía a contrapelo: "No es muy fácil tener tristeza", y el lector adulto percibe cuán tristemente está expresada esa vocación de alegría.

El tema de indios y españoles es uno de los más jugosos. Un alumno opina, por ejemplo, que los indios "nunca se lavaban la cara: por eso eran tan serios", y otro informa que los "indios hablaban con sonidos culturales y no le pedían plata a los padres". No falta el observador minucioso: "Yo no vi ningún cuadro de indios con lentes", ni el fantasioso, pero con mesura: "El idioma les salía por la nariz, más o menos", ni el pragmático que anuncia: "La desaparición de los indios fue así: desaparecieron". También consta una aspiración retroactiva: "Me parece que si yo hubiera sido indio, sería caci-

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La infancia realista y surrealista

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que". Y en un diálogo entre aborígenes y colonizadores, el indio dice: "Aquí no queremos a los españoles", y a ello responde el recién llegado: "Nosotros no nos vamos ni que nos pongan la atómica". Ah, pero cuando el indio intenta soltarse de quien lo tiene atrapado y éste dice: "Es muy linda la civilización. ¡No seas bobo!", a uno le parece estar escuchando la voz de Kissinger. La tesis manriqueña de que todo tiempo Pasado fue mejor asume esta forma en la escritura de un infante montevideano: "En ese tiempo no había yanquis".

Acerca de Colón, otro tema recurrente, se informa que "se domiciliaba en Génova", y en cuanto al Descubrimiento: "Tiraron un cañonazo para ver si era tierra, y acertaron, era tierra". Un niño precozmente chauvinista proclama: "Colón fue el mejor navegante del Uruguay, y algunos niños dicen que el mejor de América", pero habrá que disculparle el error porque agrega: "Maestro, yo no sé más porque estaba afuera ayudando a la directora, que estaba barriendo el patio".

Es posible que los textos más inocentemente surrealistas se encuentren en los ejercicios con palabras que ofrecen dificultades ortográficas: "Mi inmenso hermano se casó", "¡Qué huérfana bárbara!", "¡Qué linda la historia de la almohada!', "Mi casa es inmóvil', "La electricidad es la base de la educación", "El buey es un toro que no tiene interés en hacerle terneritos a la vaca", "¡Qué hermosa es la digestión!'.

El tema social y la crisis económica afloran con insistencia: "Conozco un hombre que trabaja de desocupado", "Yo conozco un señor que está esperando que le salga la jubilación para salir a juntar papeles para vender", "En casa comemos caracoles cuando hay crisis", "Cuando sea hombre voy a juntar papeles".

En los últimos años abarcados por la selección, ya la cárcel se había convertido en una presencia infámante. Los niños la registran, claro, a veces de un modo bastante enigmático: "Soy capaz de ensuciar un calzoncillo con ceniza, envolver un queso y llevarlo a la cárcel", "Los presos de Punta Carretas comen caracoles". Un temprano pesimista dictamina: "En este país no se puede vivir", y un precoz optimista exclama: "¡Es excelente ese exceso del pueblo!"

Es probable que muchos exiliados, a la hora de barajar sus nostalgias, y también de pensar y repensar el regreso, se sientan particularmente identificados con este otro diseño de uno más entre los indigentes y maravillosos alumnos de Firpo: "Yo no soy bobo para soñar. ¡Sueño cada cosa.?".

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