_
_
_
_
Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sobre el cambio político

El eslogan del PSOE en las elecciones de hace un año, el del cambio, fue puesto en práctica con anterioridad -en opinión del autor- por la Unión de Centro Democrático (UCD), que llevó a cabo una profunda transformación de la sociedad española, aunque no pudo realizar totalmente esa tarea debido a sus divisiones políticas internas.

El cambio está en la esencia misma del hombre y de la sociedad humana. Esto, que dicho de una sociedad determinada en un tiempo histórico dado, es verdad siempre, es, digamos, más visible cuando los cambios se acumulan y aceleran. Tal ha sido el caso de la historia reciente de la sociedad española, en un contexto mundial de cambio tan rápido y profundo como el suyo. Quizá, la acción del político se caracteriza de manera primaria por ser un intento permanente, cuando triunfa y también cuando fracasa, de encauzar, gobernar e intentar dirigir, el flujo de los complejos cambios públicos que condiciona su sociedad y la vida de su pueblo.El cambio fue el lema del PSOE en las elecciones del 28 de octubre de 1982, y esta idea fuerza se la proponía a unos electores que pertenecían a una sociedad y a un Estado que desde 1976 había sufrido una vertiginosa transformación política, pasando de una dictadura a una democracia, de un sistema político y administrativo totalmente centralizado a una descentralización casi federal, todo ello para encauzar y dirigir pacíficamente a esta sociedad española de final del siglo XX, en un momento en que la crisis económica más grave, profunda y generalizada que se ha conocido desde 1929, imponía a todo el mundo, y muy especialmente al llamado mundo occidental, un traumático cambio en sus modos de producción y en su nivel de empleo, dando al traste con el Estado providencia desarrollado durante los felices cincuenta y sesenta.

El éxito del lema, el cambio, fue arrollador para el PSOE y literalmente aplastante para el Gobierno del que yo formaba parte y para lo que entonces quedaba de UCD, que ya no era mucho. Dicho de paso, creo que la desaparición de UCD como fuerza política y, sobre todo, de lo que quiso UCD significar, no ha sido ni positivo ni bueno para la vida pública española.

No me cabe duda de que el cambio que el PSOE proponía a los electores era, por una parte, un cambio, en cierto modo, relativo, un cambio por comparación al Gobierno y a la acción política de UCD y, por otra, la promesa electoral de hacer aquellos cambios de estructura social, administrativa y económica que, ajuicio del PSOE, la actual sociedad española en este momento necesitaba.

Aunque parezca paradójico, creo que los 10 millones de españoles que, votando al PSOE, votaron, hace un año, por el cambio, estaban dando fe, en gran medida, de que el cambio ya se había producido. El cambio que significó la instauración de la democracia constitucional, confirmado plenamente en las elecciones de 1976, en la aprobación de la Constitución y en las elecciones generales y municipales de 1982. Cambio de formas políticas que acoge, encauza y permite la expresión de otro cambio más lento, quizá menos visible, pero incontenible y poderoso: el que fueron experimentando la sociedad y la economía española, por causas endógenas y exógenas, desde 1959 a 1973. Y el cambio, en definitiva, que permitió que el triunfo socialista de hace un año se aceptara en paz y en orden por todos los españoles. En esa pacífica aceptación está la mayor prueba y triunfo del cambio conseguido.

El cambio estaba hecho

Nuestra transición política, hay que repetirlo una y otra vez, fue una obra maestra llevada a cabo en paz y en libertad contra los pronósticos y los temores de muchos y a pesar del sangriento intento desestabilizador del terrorismo. Esta obra se la debemos, en primer y destacadísimo lugar, a su auténtico y continuo impulsor y defensor: el rey Juan Carlos I; en segundo lugar, a Adolfo Suárez y a los hombres que con él participaron en sus Gobiernos y en su acción política, y en tercer lugar, a la oposición democrática de uno y otro signo. Respecto a Adolfo Suárez, me alegra la rehabilitación de su papel histórico que algunos han empezado a hacer; es de justicia, aunque algunos de los que ahora lo alaban tanto le atacaron y denostaron cuando gobernaba.

Repito, a partir de las elecciones de junio de 1977, el cambio político que la mayoría de la sociedad española quería lo protagonizaron en la acción de gobierno la coalición de personas y tendencias que en torno a Adolfo Suárez formaron la Unión de Centro Democrático o colaboraron con ella.

UCD y su presidente, Adolfo Suárez, cumplieron durante cuatro años y medio uno de los cambios más profundos y decisivos de la forma política del Estado español en paz y en libertad, e iniciaron el gran cambio que una sociedad española joven, libre y dinámica requería. Después, esa misma UCD y su presidente, Calvo-Sotelo, defendieron la permanencia y consolidación de las instituciones democráticas y, por tanto, la posibilidad pacífica de otros cambios, en circunstancias nada fáciles.

Pero UCD se ha deshecho, yo creo que para siempre. Se ha deshecho desgarrada por unos conflictos internos, en los que las peleas de los notables eran causa y efecto de esos mismos conflictos. Más que un partido, UCD fue siempre, de hecho, una coalición de tendencias políticas, no siempre bien definidas, y de personalidades, y cabe preguntarse a la luz de lo ocurrido si no hubiera sido mejor haberla dejado en coalición como en las elecciones de 1977. No pudieron aguantar y menos superar Adolfo Suárez, ni Rodríguez Sahagún, ni Calvo-Sotelo la tensión, el choque disgregador entre la izquierda y la derecha de UCD, aunque las dos alas eran necesarias en un partido de centro para el fin primordial de la transición política. No se pudo superar la ambigüedad doctrinal y de acción que esta tensión creaba. No se pudo en tales condiciones hacer frente con éxito al asalto externo, incluso de extramuros de la política, de la derecha y de la izquierda contra UCD. El centro, protagonista del cambio desde 1977 a 1982, se hundió, abandonado por Fernández Ordóñez y los suyos, por Oscar Alzaga y los que con él formaron el PDP, y por su propio fundador, Adolfo Suárez.

Estoy convencido de que UCD deja detrás una obra política de restauración de las libertades democráticas, de gobierno y de defensa de las instituciones recién creadas, de un valor y una importancia muy superiores al espectáculo de su indisciplina como partido político, que no llegó a cuajar, y de su penoso final. Es posible que el intento político que UCD significó no tuviera, en la España actual, otra justificación que el gran cambio de la transición política y la instauración de la monarquía parlamentaria constitucional y democrática, y que, una vez logrado el cambio político, terminara su razón de ser. Descanse en paz UCD y sirva de lección para el futuro.

Después de UCD

A ocupar el vacío dejado por UCD, su espacio político, se lanzaron con éxito desigual, por una parte, la coalición formada por AP-PDP y UL y, por otra, el PSOE. Y el PSOE, con sus propias fuerzas y las que arrebató al centro y a la izquierda, tuvo un triunfo electoral sin precedentes en la historia de la democracia parlamentaria española de antes y de ahora. Con su triunfo, el lema el cambio, ha pasado a ser el del Gobierno actual. Los cambios que UCD hubiera podido seguir realizando estaban, en los últimos tiempos, trabados por su debilidad política creciente y su posición cada día más minoritaria a partir de septiembre de 1981 en la Cámara de los Diputados.

Los 10 millones de votantes que respaldaron el triunfo y el Gobierno del PSOE apoyaban que el cambio continuara y se profundizara de acuerdo con el programa político del partido socialista, de un partido que había eliminado de sus señas de identidad la definición de marxista y de su programa económico, las nacionalizaciones. No cabe duda de que una parte importante, parece que mayoritaria del PSOE, se hace campeona de continuar el cambio de la sociedad y de la economía española desde la moderación y la paz social, y en esta misma línea, creo, está la tendencia mayoritaria de UGT.

Por otra parte, los españoles que votaron la coalición que a sí misma se define como conservadora-liberal, también aceptan el cambio que la democracia supone, y ofrece en su programa otro cambio para esta sociedad española sacudida por la crisis económica mundial y nacional y por la necesidad de encontrar caminos que aseguren trabajo, crecimiento económico, paz social, justicia y libertad.

En una y otra formación política, el cambio es un presupuesto esencial explicitado o no. Lo que el cambio significa y cómo realizarlo es lo que separa, en ocasiones de forma radical, a uno y otro.

También a ese cambio sirvieron en su momento UCD y los hombres ciue se lanzaron al ruedo de la política. Un cambio que quisimos pacífico, a pesar del combate sangriento del terrorismo, un cambio con el que queríamos superar la crisis económica y dar trabajo, libertad y paz a la sociedad española.

Prácticamente conseguido el cambio que la democracia constitucional y parlamentaria supuso, la crisis económica mundial y nacional, que no son isocrónicas, plantea a España en estos años la necesidad de otros cambios profundos en su estructura económica si no quiere verse cada vez más empobrecida, más lejana del pelotón de cabeza de los países industriales y, por tanto, con menor capacidad de asegurar a los españoles trabajo y libertad. El cambio por el cambio no tiene sentido ni en el mundo físico ni en las sociedades humanas. El conservadurismo a toda costa está condenado por la misma esencia temporal y cambiante de las cosas y de los hombres. Cambio y conservación se necesitan recíproca y permanentemente como términos dialécticos de lo que debe durar y afirmarse como valor en desarrollo y de lo que debe desaparecer.

Los cambios que se han producido, se están produciendo y habrán de producirse en la sociedad española, requieren una mayoritaria aquiescencia a los sacrificios que habrá que aceptar y quizá a las penurias que tendremos que soportar, en esta hora de España, para primero mitigar y luego superar el problema del paro y para vencer el reto del terrorismo.

Ahora, la responsabilidad del cambio y el lema han pasado al PSOE y a su Gobierno mayoritario. Éste es el juego de la democracia. Que el cambio, el que ahora ofrece el Gobierno socialista, y el que algún día ofrecerán otros partidos políticos, pueda seguir desarrollándose dentro de los cauces de libertad, de respeto al ciudadano y a sus derechos fundamentales, debe seguir siendo para todos los demócratas el objetivo fundamental.

fue ministro de Industria y de Defensa en los Gobiernos de UCD.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_