El laberinto de la colmena
El secreto consistía en comprar empresas a largo plazo con dinero de los depositantes, y la salida de este laberinto costará a cada familia española más de 30.000 pesetas
El 24 de febrero de 1983, Jaime Isaac, administrador general de la Rumasa expropiada, ocupó el despacho de José María Ruiz-Mateos, considerado 24 horas antes como el hombre más rico de España. Cuando el abogado del Estado se enfrentó por primera vez a los listados del ordenador central de Rumasa y detectó, abrumado y perplejo, la envergadura y complejidad del imperio de la abeja, exclamó sin reparo: "Ruiz-Mateos es un fenómeno. Sin su ayuda será difícil desentrañar y comprender el secreto de Rumasa".
La escasez de respuestas públicas sobre las razones de la precipitada expropiación del 23 de febrero por la noche (¿por qué no fue posible la negociación y la paz, siendo más barata para el Estado?, ¿de dónde sacaba Ruiz-Mateos el dinero para comprar tanto?, ¿cómo construyó en tan poco tiempo el mayor imperio privado de España?, ¿cuándo y por qué comenzó su caída?, ¿quién deberá pagar los platos rotos?) y, por otra parte, el misterio, la irracionalidad o el temor que rodean al caso han dado pie a todo tipo de conjeturas políticas, económicas, jurídicas y hasta religiosas sobre rocambolescas y florentinas conspiraciones y goles de largo alcance contra el joven Gobierno socialista.Ahora, al cabo de ocho meses de oscura travesía por el laberinto de Rumasa, las auditorías, los informes confidenciales y las filtraciones, habitualmente interesadas, han permitido desentrañar una parte del inefable secreto de la colmena. Penetrar en los circuitos internos de la propiedad (trazo continuo en el gráfico) y caminar, no sin cierta cautela, por los flujos de financiación (trazo discontinuo), pertrechados únicamente con las frágiles armas de la contabilidad ortodoxa, puede ser una aventura apasionante, pero ruinosa. Más allá de la contabilidad moderna, de la economía de libre mercado y de las leyes vigentes, el laberinto construido por José María Ruiz-Mateos, un sistema impresionante, sofisticado y complejo, sin precedentes en la historia de España se fundamenta en lo que el Banco de España califica como heterodoxia bancaria y empresarial. El secreto de la colmena, como el de la esfinge mortal, es que no tiene secreto. El mito de Rumasa se sustenta, para desencanto de fabuladores y reporteros, y según medios oficiales, sobre la herejía contable la heterodoxia empresarial y la temeridad bancaria, mezcladas en mayor proporción de la practicada y permitida normalmente por el resto del sistema.
Comprar con dinero ajeno
Al no respetar las reglas del juego generalmente aceptadas, Ruiz-Mateos se convirtió en un ventajista para los demás colegas y, lo que fue más grave, se aisló y construyó un imperio circular que se autoalimentaba, cada día más encerrado en sí mismo: un Estado dentro del Estado. Y ello le permitió, entre otras originales osadías, emitir, como hicieron los señores feudales, títulos casi a la vista bastante parecidos a los billetes del Banco de España: "Rumasa pagará al portador la cantidad de equis pesetas". Ahora dicen que fue demasiado lejos en las prácticas habituales de los empresarios y banqueros españoles, en proporciones crecientes desde 1978, a medida que le acuciaba la crisis económica y se resistía a reconocer que el gran empresario del siglo, el mito de Rumasa, tenía los pies de barro. O, lo que es peor, que se sustentaba sobre pies ajenos. Y este descubrimiento, que las autoridades económicas solamente sospechaban cuando expropiaron, se ha confirmado ahora con las auditorías de más de una docena de firmas. El secreto, la varita mágica de Ruiz-Mateos, consistía -a la luz de los últimos informes oficiales- en convertir los recursos ajenos de sus bancos (depósitos de los ahorradores que hay que devolver cuando ellos los pidan) en recursos propios de las empresas que, además, compraba casi siempre a plazos, con lo que aumefitaba su endeudamiento.
La línea de propiedad del cuadro adjunto la extiende José María Ruiz-Mateos, con el 50% de participación en el capital de Ruinasa, SA, y s us cinco hermanos, con el el 10% cada uno, a más de 600 sociedades, de las que 20 son bancos con unos 660.000 millones de pesetas de recursos ajenos -el octavo puesto en el ranking bancario-, unas 250 empresas agrícolas, industriales y de servicios, y el resto, que son sociedades sumergidas de la llamada Rumasa paralela o de la exterior y empresas fiduciarias, instrumentales o de portafolio, que sirven para encubrir la verdadera propiedad y/o para camuflar el destino de los créditos y el pago de los intereses.
Ruiz-Mateos inicia su imperio con 300.000 pesetas y una pequeña bodega jerezana. No es un empresario industrial ni un banquero, sino un comerciante, un compraventa genial, casi un tendero; tiene género para vender -activos- y dinero -liquidez- en la caja. Casi nunca proyecta una empresa para producir, vender y obtener beneficios, sino que se dedica a
El laberinto de la colmena
comprar y a vender empresas promovidas per otros. En general, las compra cuando están muy mal, trata de sanearlas y se resiste a venderlas. Lo importante para él es la propiedad sobre los bienes, las fincas, las bodegas, los edificios, el género, y tener liquidez, tesorería, dinero disponible en la caja.Nunca le preocupó demasiado la rentabilidad de sus activos, durante la época de vacas gordas en plena expansión económica de los años sesenta, porque comprando a largos plazos y con los tipos de interés del dinero por debajo del nivel de inflación, la propiedad le resultaba casi regalada. La inflación le financiaba las compras a plazos en su primera etapa. Si no le preocupó la rentabilidad de sus activos mientras se revalorizaban con la inflación, tampoco pareció preocuparle demasiado el coste de sus pasivos -el interés que debía pagar por sus deudas crecientes- cuando, a partir de 1978, los tipos de interés del dinero se disparan y la inflación comienza a descender.
1978: Una tijera fatal al cuello
En el momento en que la curva ascendente de los tipos de interés corta a la curva descendente de la inflación se invierte el proceso y una tijera fatal comienza a aplicarse al cuello de Rumasa. El ritmo alegre de crecimiento especulativo y confiado -un descubrimiento que habría sido fabuloso si no existieran periodos cíclicos de crisis y recuperación en las economías del mundo- se tornó en todo lo contrario, en agonía acelerada, con una progresión geométrica agravada por el hecho dramático de que la misma razón de tal progresión, es decir, los tipos de interés, crecían a su vez sobre una deuda cada vez mayor. La tijera de la crisis económica aprieta a Rumasa quizá en mayor medida que a otros empresarios españoles supervivientes, porque disminuye el rendimiento de sus activos, al gunos bastante improductivos, y aumenta en espiral el coste de sus enormes pasivos, pues apenas tiene fondos propios. El imperio está construido sobre deudas, financiación ajena, y no sobre financiación propia o autogenerada a través de capital y reservas. Y Ruiz-Mateos lo sabe.
La principal herejía de Ruiz Mateos entronca con su origen jerezano, donde la propiedad es más importante: que el beneficio. En Jerez, poseer activos está mejor visto que ganar dinero. Y, además, confunde valor y precio. "Si yo compro, por ejemplo, ese Jaguar", me decía, convencido, el fundador de Rumasa, paseando por las calles de Londres, "por doscientas libras y vale mil libras, quiere decir que he ganado ochocientas libras en la operación".
"Todo depende simplemente", le repliqué, "de que exista alguien dispuesto a pagar mil libras", o al menos más de doscientas, por lo que Ruiz-Mateos ha comprando creyendo que vale mil. Si no hay comprador, no vale nada. Pero él apuntó inmediatamente un beneficio contable y ficticio de ochocientas libras. Si los clásicos dicen que el precio de cualquier cosa se mide por lo que alguien esté dispuesto a pagar por ella en el mercado, Ruiz-Mateos no se lo cree porque, como buen tendero, está convencido de que algún día encontrará al cliente adecuado cuando vengan mejores tiempos. Pero, mientras tanto, tiene que pagar intereses por las doscientas libras que le han prestado los ahorradores y que él ha inmovilizado en el Jaguar.
En una primera etapa quiso crecer para ser más importante que, los Domecq o que los siete grandes, pero cuando le llegó la crisis -cuando empezó a ganar menos de lo que debía pagar por sus deudas- tuvo que elegir entre ajustarse como los demás hijos de vecino, reduciendo costes, vendiendo propiedades, despidiendo obreros y perdiendo tamaño y mito, o bien lanzarse a lo que todos llaman "huida hacia adelante", es decir, a crecer para sobrevivir, en la confianza de que la crisis sería pasajera, por un lado, y a que un tamaño descomunal diluiría el problema en una mayor dimensión y lo haría invulnerable frente a cualquier Gobierno. La huida hacia adelante o, como lo llama el profesor Samuelson, cabalgar a lomos del tigre tiene un peligro, y es que cuando el tigre se para el jinete suele salir despedido. Cabalgar, en la segunda etapa de crisis, a lomos del tigre era para Ruiz-Mateos tomar compromisos a largo plazo recibiendo dinero a corto, sin atender a la rentabilidad para hacer frente a los vencimientos de los plazos.
Era más importante crecer, es decir, poseer más activos, tener más empleados, más volumen, aun a costa de inmovilizar así grandes cantidades de dinero escasamente productivo antes que obtener beneficios con sacrificio del tamaño. Era preferible crecer a ganar dinero. Es más, no le importaba perder dinero mientras pudiera crecer porque ello le aumentaba la liquidez y, por tanto, el crecimiento piramidal.
Ruiz-Mateos compra, por ejemplo, una bodega por 1.000 millones de pesetas y la tiene que pagar en cinco años. El primer año paga 200 millones, con dinero captado por los bancos o por la misma Rumasa, que funcionaba como una mezcla de financiera y de banco emisor. Inmediatamente llama a los distribuidores de esas marcas y les pide que le acepten letras giradas desde ese momento a cambio de garantizarles el precio antiguo. El distrituidor que no acepte esos efectos tendrá que pagar durante ese año el nuevo precio del producto, incrementado en algo más que los tipos de interés o la inflación. Esas letras aceptadas por los distribuidores las descuenta Ruiz-Mateos en sus bancos o en otros mientras puede hacerlo, y obtiene dinero líquido. Ha pagado líquido 200 millones, pero ha levantado liquidez quizá por más de 500 millones. Con esa liquidez tiene para pagar el primer plazo de la compra de otra bodega u otra empresa que le genere nueva liquidez antes de que venzan los plazos de pago de la anterior. Mientras va creciendo la base de la pirámide puede ir pagando los plazos o los intereses de las empresas de la cúspide, pero si deja de crecer la base y, por tanto, de obtener liquidez, se derrumba la pirámide. El Banco de España temía en el otoño de 1982, quizá demasiado tarde para un banco encargado de vigilar temeridades, que el crecimiento de la base de la pirámide era ya desesperado en rapidez y en dimensión : Galerías Preciados, Fidecaya, Sears, Vitrocerámica, etcétera.
Concentración de riesgos
La clave para que el gendarme de la banca no pudiera descubrir el peligroso y sofisticado sistema de financiación de la pirámide propia con dinero ajeno lo tenía basado Ruiz-Mateos en una especie de coctelera -véase el círculo que aparece en el cuadro con 200 sociedades instrumentales de crédito y de portafolio- por donde pasaban los créditos a nombre de una sociedad y salían a nombre de otra, camuflando su destino, así como el pago de los intereses, que solía hacerse mediante la concesión de otro crédito, como se desprende de un informe del Banco de España. Con este aparato espectacular para el cambio de agujas mediante las sociedades de portafolio -a veces nacen para un crédito y mueren en la carpeta o portafolio al día siguiente- los bancos Rumasa llegaron a una concentración de riesgos en las empresas del grupo superior al 60% de sus depósitos (sin contar el Atlántico) y del 48% con el Atlántico.
La concentración de riesgos, hoy tan de moda, significa para los inquisidores del Banco de España que se utiliza para pagar inmovilizaciones y sufragar pérdidas de la propiedad de Ruiz-Mateos el dinero de los depositantes, que cada día en mayor proporción no podrá ser devuelto. El Banco de España se puso a temblar al conocer en el otoño electoral de 1982 una parte del laberinto de Rumasa. Pero los temblores crecieron cuando los siete grandes de la banca y los medianos y pequeños supervivientes de la mayor crisis bancaria jamás conocida en España se percataron de que su competidor, José María Ruiz-Mateos, estaba comprando descaradamente empresas a precio de saldo con dinero, no ya de los incautos depositantes en los bancos de la abeja, sino que lo hacía con el futuro dinero del Fondo de Garantía de Depósitos bancarios (FDG), que les aseguraba y al que contribuyen el Banco de España y la banca privada al 50%. La banca privada destina el uno por mil de sus depósitos al salvamento de bancos en crisis a través del FGD. De ahí que los demás banqueros dejaran caer sin verter una sola lágrima -o incluso asistieran con satisfacción, aunque no sin temor- el mayor y más heterodoxo imperio económico jamás conocido en España. La herejía contable y económica de Ruiz-Mateos y su secreto no eran más que, al fin y al cabo, el pan nuestro de cada día durante el antiguo régimen en multitud de empresas. Pero la expansión todo lo tapa y la crisis todo lo descubre. El Gobierno expropió con Rumasa todo un sistema comercial, especulativo y preindustrial de hacer negocios. Ruiz-Mateos no quiso abjurar de su error a tiempo, vivió a su manera, y acabó, como el Palmar de Troya de la banca, anatema en la hoguera del exilio. Si hubiera reconocido su herejía o el Gobierno le hubiera persuadido para que negociara y entregara los bancos tal como, antes que él, hicieron más de veinte banqueros fracasados, el coste de la operación hubiera sido otro. Por ahora, salir del laberinto de la colmena nos va a costar a los españoles, hombre, mujer o niño, unas 7.000 pesetas por barba, más de 30.000 pesetas por familia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.