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Adulterio

Cecil Parkinson, hasta el viernes ministro en el Gobierno Thatcher, ha sacrificado su cargo como penitencia del agravio que, por adulterio, cometió contra su esposa. La señora Parkinson estará contenta. El político ha tomado esta importante decisión tras las declaraciones de su amante, Sara Keays, acusándole de no cumplir sus promesas de matrimonio. Sara Keays puede estar contenta. Margaret Thatcher ha vivido desasosegada por este escándalo que le mancillaba el Gabinete. Ha sufrido la dimisión de Parkinson, pero al cabo, solventado el asunto con tan noble determinación, puede estar contenta. Finalmente, Cecil Parkinson, que pierde un puesto de prestigio público, ha de sentirse en paz. Con todo, ha ofrecido una lección de dignidad y, sobre todo, ha recuperado un hogar, que es lo importante. Cecil Parkinson también está contento. Todo ello ha sido una lamentable desgracia, pero no hay nada como las lamentables desgracias" para hacer felices a las gentes banales. Más aún, la banalidad llama a la banalidad para convertirse en trascendencia usable y permitir así deleitarse con sus zumos.Un adulterio. Dios mío, qué gran pecado. Qué terrible transgresión. La esposa era una esclava. Y los hijos... ¡Pobres chicos! No se puede decir más. ¿Qué más se podría decir si la familia lo es todo? ¿Lo sabía la esposa? Lo sabía y lo padecía. ¿Y él? ¿Sabía que ella lo sabía y pese a ello la mortificaba más y más? ¿Y la otra? ¿Sabía la otra que la esposa lo sabía y sabía que él la mortificaba pero seguía, pese a ello, más y más? Menuda infamia. ¿Cómo podrán llamarlo amor? Nada. Este tal Parkinson parecía una persona decente, pero ¿no se fijaron en ese punto de abyección que se le dibujaba en el labio? ¡Ah! ¿con que era eso? Evidentemente.

Para qué seguir. Con esto está visto que a los conservadores ingleses no debe discutírseles Gibraltar. Son gente demasiado banal y ganarán siempre en cuestiones de esta índole. En tanto no cambien, cuanto menos trato mejor. Convirtieron la grotesca guerra de las Malvinas en un honor patrio y ahora hacen de un adulterio una hoguera de Estado. Son como esos vecinos a los que cedemos con sumo cuidado el paso en el ascensor y no llegaremos ni a decirles adiós cuando se muden.

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