A la derecha de Dios
La discusión parlamentaria sobre el aborto sacó a relucir algo más que leyes humanas; como siempre que se aproxima uno a la entrepierna, anticonceptivos, canciones obscenas o bragueros, la derecha argumenta también con leyes divinas, y uno se maravilla de la contumacia del sexo, mandamiento supremo que (todavía) empalidece al resto, especialmente al no robarás, tan de capa caída como de costumbre; ni la evasión de impuestos, ni las quiebras fraudulentas, ni las triples contabilidades, ni la fuga de divisas consiguieron movilizar con el mismo entusiasmo a los juristas de la ley de Dios.El aborto rompe de forma circunstancial el tabú de lo divino, uno de los pocos temas intocables en las conversaciones de buen tono de la sociedad de consumo; nadie con un mínimo de buen gusto se permite hablar en público de Dios, como tampoco se permite hablar de la muerte, ya que eso nos llevaría a cuestionar su existencia y poco se puede comentar de lo que se ignora. Hoy por hoy, Dios es el gran desconocido. Mi anécdota favorita es la de un examen de religión, el curso pasado.
-¿El Padre es Dios?
-¿El padre de quién?
La gente no se plantea la existencia de Dios porque ni siquiera sabe quién es. Dios se autodefinió como "yo soy el que soy", pero tras la autodefinición de Ortega, "yo soy yo y mi circunstancia", lo único que interesan son las circunstancias, por otro lado duras, tarigibles e inmediatas; la existencia de Dios es una especulación metafísica que en nada puede alterarlas. Los que creen gracias al argumento del principio de causalidad, creador de la primera célula viva, y los que no creen porque la naturaleza no es ética, el pez grande se come al chico y, en consecuencia, no puede existir un ser superior justo, actúan del mismo modo bajo el influjo de idénticas circunstancias; a teócratas y tecnócratas lo que de veras les preocupa es la rentabilidad, luego no se plantean el tema con la virulencia de épocas pasadas.
La realidad es que el tema no se plantea con entusiasmo ni sin él, simplemente no se plantea. Quizá tan sólo en esos graffiti de paredes increíbles, a los que me gusta recurrir como expresión del inconsciente colectivo. La mayoría de las pintadas sobre el particular son anti, con la paradoja de que, a pesar del sarcasmo, ninguna constituye una negación directa: "Dios no ha muerto, lo que ocurre es que no quiere comprometerse", "Dios está enfermo", "Dios, vuelve a casa; todo ha sido olvidado", "Dios vive en Ponferrada.". La más dislocada y expresiva es ésta, en frases consecutivas de diversos autores:
"Dios está muerto" (Nietzsche). "Nietzsche está muerto" (Dios). "Dios está Nietzsche" (un muerto).
La verdad es que Dios, vivo o muerto, no está de moda, pero su idea pervive y parece que tiene garantizada la existencia mientras existan hombres, lo mismo que está garantizada la existencia de tantas otras ideas tan inútiles como imprescindibles. La poesía, sin ir más lejos. Lo que ocurre es que de Dios no se sabe nada y los siglos vienen a darles la razón a los atenienses cuando levantaron, con su habitual tolerancia, por si acaso, un templo al dios desconocido, postura mucho más racional que la dogmática de definirle con pelos y señales y atribuirle una legislación religiosa de artículos inderogables. Hay una derecha que, de convertirse en mayoría absoluta, llevaría el pleno de las Cortes al proyecto de su existencia jurídica lo mismo que, en su día, cuando pudo, suprimió por decreto la lucha de clases.
Si Dios existe, (y uno cree que puede existir a pesar de todas las estupideces que le han contado sobre el particular), la sorpresa que se van a llevar aquellos que incluso nos dicen quién se sienta a su derecha, será de antología. Me gustaría estar allí para verlo; cuanto más tarde mejor, por supuesto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.