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Un crimen de Estado

El asesinato de Benigno Aquino en el momento en que llegaba a Manila, su presunto asesino liquidado de inmediato, todo esto hace pensar que se trata de una de las más infames violencias políticas cometidas estos últimos años. ¿Cómo no recordar la muerte de John Kennedy y la de su asesino, 48 horas más tarde? La supresión inmediata del hombre, que si hubiese podido hablar, habría permitido revelar a los verdaderos instigadores del crimen, arroja la sospecha sobre las fuerzas de seguridad, cuya conducta parece bastante extraña. El problema consiste en saber a quién aprovecha el crimen. Si el presidente Marcos lo denuncia y hasta ha manifestado su pesar ante la muerte de un rival, todo esto no impide que lo haya perseguido duramente 10 años y que con su muerte se libre de un hombre cuyo regreso constituía un desafío, directo a su poder.Si el descrédito que cae sobre el régimen y que le será difícil disipar puede hacer dudar que el presidente haya inspirado el asesinato, parece natural inclinarse a pensar que los asesinos fueron hombres de las Fuerzas Armadas, para quienes la eliminación física del adversario era preferible a los peligros de una confrontación política. (...)

El resultado es que las posibilidades de restablecer una vida política más democrática parecen reducidas, de ahora en adelante, más que nunca en Filipinas. En primer término, porque Benigno Aquino aparecía como el hombre más apto para unir una oposición capaz de desafiar a Marcos en el juego abierto del sufragio universal. Luego, porque su asesinato llevará a las fuerzas extremistas de derecha y de izquierda a enfrentarse con mucha mayor violencia. La militarización creciente de la sociedad -denunciada por la Iglesia católica de Filipinas- y los choques del Ejército con las diferentes guerrillas han preparado el terreno para esta evolución.

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