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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El asesinato de la alternativa en Filipinas

EL ASESINATO de Benigno Aquino sobre el que, mucho más que una duda, planea la creciente probabilidad de que fuera dispuesto con el conocimiento de las autoridades de Manila, es un poderoso esfuerzo para que nada cambie en el archipiélago del Sudeste Asiático; para que el hombre que se presentaba como la obvia alternativa democrática a la dictadura apenas camuflada del presidente Marcos, no interfiriera con su presencia el curso de una historia que algunos quieren tener predestinada. Las declaraciones de un periodista japonés que viajaba con Aquino en el avión que a su llegada a Manila había de convertir al importante pasajero en cadáver a los pocos segundos de haber desembarcado, son tan categóricas como ominosas. Hombres uniformados dieron muerte al político liberal al tiempo que inmediatamente después acababan con la vida del que luego presentarían a la opinión pública como el presunto asesino de Aquino. Ninoy Aquino, como se le conocía, no sólo era el jefe de la oposición posible en Filipinas, sino también el hombre albergado, preparado y dispuesto en Estados Unidos para suceder, llegado el caso, a Ferdinand Marcos. Esa posibilidad, sin embargo, coexistía con otra teoría palaciega de la sucesión sostenida por parte del núcleo dirigente de Manila según la cual al final del mandato de Marcos, en 1987 -cuando tenga 70 años, si su enfermedad no le retira antes-, le sucedería su propia esposa, Imelda, tan conocida de la jet society y tan relacionada con el antiguo régimen español. El poder permanecería, entonces, celosamente guardado en el seno del grupo que lo detenta enarbolando una ley marcial que no cesa, unas cárceles y unos tribunales de actividad acelerada, una guerra civil permanente y un bloqueo de todas las libertades públicas.No faltan los análisis de la situación general en Filipinas que indican continuamente que, a pesar de la represión, y aun tomando ésta como motor, es posible en cualquier momento una insurrección y que su resultado sena imprevisible. Para Estados, Unidos, el país que colonizó Filipinas hasta 1946 y que desde entonces ha mantenido unas relaciones especialísimas con su Estado, incluyendo 33 bases militares y una ayuda económica de la que, prácticamente, vive el país, el archipiélago es una ventana se seguridad esencial en Asia, una zona acotada que ha rendido ya servicios incalculables en todos los revueltos años de posguerra. La sucesión de Marcos y su grupo por alguien que pudiera, por lo menos durante algún tiempo, reducir las estructuras feudales y el sistema de terror de Estado y dar una apariencia de democracia al país parecía fundamental desde hacía tiempo. Benigno Aquino, jefe del Movimiento del Poder Popular (Laban), hombre de una tenacidad extraordinaria en toda una vida política que le ha mantenido muchos años en la cárcel antes de enviarle al exilio a Estados Unidos y de un valor tan demostrado como en el acto de su propio regreso -durante el viaje advirtió a los cámaras de televisión que se dieran prisa en filmarle al llegar a tierra o si no sería demasiado tarde, y se puso un chaleco antibalas al descender del avión-, era un hombre utilizable para la transición, porque sería recibido como un salvador viniendo después de Marcos, escuchado por los elementos más extremistas y capaz de implantar unos ciertos valores parlamentarios. Esta condición de alternativa única ha hecho que sus enemigos no dudaran, en efecto, ni un solo segundo en acabar con su vida.

Se va a oscurecer, ya se está oscureciendo, la información y la investigación de, su muerte, en la que el presidente Marcos quiere involucrar con el típico recurso al espantajo de siempre a los comunistas. En definitiva, puede tratarse de una operación que sirva, al mismo tiempo, para una nueva represión gubernamental de grupos políticos a los que se pretenda acusar. Sea cual fuere la versión de Estado de este crimen, a la que, no hay que dar necesariamente demasiada verosimilitud, la oposición y los millares de personas que han desfilado llorando ante el cadáver del desafortunado Aquino, acusan directamente al presidente Marcos y a su esposa y presunta sucesora. Y anuncian ya un movimiento de reacción que podría precipitar, precisamente, esa conmoción generalizada que se trata de evitar.

Puede, sin embargo, que al presidente Marcos le que den suficientes fuerzas -y suficientes personajes comprometidos en el régimen y en su dinero- como para ,ahogar cualquier movimiento revolucionario, y que los mismos Estados Unidos no vacilaran, en ese caso, en prestarle ayuda con tal de que no se perdiera Filipinas para sus necesidades estratégicas. El presidente Rea gan, por su parte, no se ha mostrado todavía sensible a las bienintencionadas presiones de medios liberales norteamericanos que pretenden que suspenda su proyecta do víaje a Filipinas para noviembre próximo, mientras que el Departamento de Estado, al condenar el asesinato severamente, no deja traslucir la menor sospecha acerca de quienes puedan ser los asesinos, sino que se limita a desear al Gobierno filipino un pronto esclarecimiento de los hechos.

Los hechos, sin embargo, con la insobornable tozudez de la realidad, se van a esclarecer por sí mismos. O bien el régimen de Marcos inicia algún tipo de deslizamiento hacia fórmulas de gobierno menos represivas, no digamos ya democráticas, que puedan descongestionar la tensa situación política, que, desde otro punto de vista trataba de desbloquear el regreso de Aquino, o la agitación popular sólo será canalizable con el incremento de la re presión. Las soluciones de Orden Público no pueden sustituir indefinidamente a las de tipo político, ni siquiera en medios tan naturalmente violentos como el de muchas naciones en subdesarrollo. Marcos ha despreciado la mano tendida de su jefe de la oposición in pectore. Esa mano ahora, testigo entregado en forma de cadáver al pueblo filipino, puede cerrarse un día hasta convertirse en puño.

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