Aquel lejano Madrid de pañolón y verbena
Hay un cuplé -con música de chotis- que siempre me ha gustado mucho. Se titula -espléndidamente- Cuadros disolventes, y es aquel que comienza: "Con una falda de percal planchá / y unos zapatos negros de charol, en el mantón de flecos rebujá por esas calles va la gracia e Dios...". Continúa a esta descripción de la chulapa, la del chulapón que la acompaña al baile (la Bombilla, un baile popular del Madrid de comienzos de siglo) con gorrilla y el pantalón muy ceñido y justo, "luciendo todo lo que Dios le dio". Es (con música) como la exaltación, la proclama, entre desafiante y verbenera, de ese mundo popular, castizo, que durante tantos años ha querido definir la esencia de lo madrileño. Y ahora, con el verano -que era la época de las mejores verbenas de la capital, la del Carmen y la de la Paloma-, vuelven zarzuelas, reposiciones un tantico estropiciadas de sainetes, y en una sala de fiestas se vuelven a cantar chotis como si nada. Y acaso alguien (no madrileño, desde luego) creerá que ese Madrid existió o aún -con sus cambios- existe.¿Qué fue el Madrid castizo, el del chipén, la Bombi, las manolas, los chulapos, las criaditas deslenguadas y los chorchis de paseo? En parte, un invento literario que, como alguna otra vez, trascendió a la vida misma. Y desde luego, además, el concreto vivir de unos barrios populares de la ciudad. Hay que precisarlo: aquel mundo castizo y zarzuelero nunca fue Madrid, sino la expresión de la clase popular madrileña, de los barrios bajos de la ciudad, antes de la avalancha inmigratoria. Ya a fines del siglo XVIII dio cuerpo a todo ese sabor de barrio don Ramón de la Cruz, con sus Castañeras picadas, su Manolo y otros sainetes... Mediando el XIX, Ramón de Mesonero Romanos, con sus Escenas matritenses -artículos costumbristas-, alimentó la labia y la estampa de los personajes, y el estilo (o el invento) triunfó a finales del anterior y comienzos de este siglo con el género chico, la música de Barbieri, Chueca, Chapí o Bretón, que colaboró con Ricardo de la Vega, en 1894, para crear la pieza más acertada del género, La Verbena de la Paloma. Sainetes, en fin, de Vital Aza, y naturalmente los de Arniches, desde el libreto de El santo de la Isidra a la más enjundiosa Señorita de Trevélez.
Y es que aquel mundo popular, no folklórico, de señás decidoras, la Lola que no duerme sola, viejos verdes, chulapones y niñas bien plantadas, murió casi como de rayo cuando Madrid se convirtió, por la fuerte llegada de emigrantes, en una ciudad enorme. Y antes sólo había vivido en los barrios populares. Pues el casticismo madrileño -nada parecido a ningún atávico origenno es sino la expresión vital de las clases proletarias y pequeñoburguesas, en los barrios de esta ciudad y en el siglo XIX. Ocurre, sí, que aquella vida, tocada con frecuente chispa y gracejo, halló expresión, retrato literario, y ello la ha inmortalizado. Pero ni el sainete o la zarzuela costumbrista han representado nunca a todo Madrid -sino sólo un aspecto-, ni hoy ya queda absolutamente nada de todo aquello.
Ya que el mundo popular de Madrid, mucho más mestizo y grande hoy que entonces, estaría en el rock urbano de la periféria, en el cheli de los colegas, en las grutas de los camellos y en los bares y discotecas, con niñas horteras y chicos a lo peor sirleros, ajenos a la tournée des Grands Ducs que les visita cada noche.
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