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Tribuna:
Tribuna
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Lo fatal

No sé si habrá observado -pero es muy probable que sí- que las cosas, casi todas las cosas, están perdiendo, día a día, su principio y su fin. Carecen por un lado de su causa y por otro de su finalidad. Son acontecimientos puros. Fatalidades que se nos echan encima como animales atrabiliarios, para herirnos o para matarnos, sin justicia y sin provecho.Desde la sangría terrorista hasta la sequía, desde las sediciosas neumonías al furor de los incendios, desde el brote de guerras purulentas al loco encabritamiento del dólar. Todo tiene la apariencia, por momentos, de pertenecer al dictamen de la fatalidad. Sólo el principio del Mal las legítima mientras a su lado humea la sangre. Cualquier pretensión, como en otros tiempos, de otorgar a estos sucesos una compostura racional tiende a rendirse en el balbuceo o la impotencia.

El público se agolpa para recibir las explicaciones de los expertos, pero los más capacitados a su vez vacilan, se refutan entre sí y peroran largamente hasta caer exhaustos. Preferible, ante este lamentable espectáculo de la razón, abandonarse el imponente imperio de lo fatal. La época está en sus manos. No existe una ciencia más precisa que la geometría de la amenaza. Y nada es más sólido que el miedo. Nuestra mejor defensa es aprestarnos para el deterioro, incluso para el más extremo. Ignoramos qué otra nueva sevicia nos espera, y en ese delgado temblor del intervalo reside toda nuestra capacidad de maniobra. ¿Qué maldición paraliza la lluvia y aviva la adversidad, calienta a la bacteria y al disparo? ¿Por qué, sin más, nos empobrecen, nos van a tirar las bombas, nos da un ahogo o explota el televisor en la sobremesa? A estas alturas, francamente, poco importa ya saber por qué. ¿Lo sabe salvadoramente alguien y, en consecuencia, se dispone a extirpar las causas? ¿Se está en condiciones de prescribir un preventivo, de diseñar un resguardo seguro, de prometer que no sucederá otra vez?

La fatalidad es altiva y no responde. Tiene su ancha mano izada y su sombra nos rodea. El fin de los principios, el fin de la finalidad: Emergencia invasora de lo fatal. Nuestro único consuelo es sabernos perdidos.

Y rogar que no nos encuentren.

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