Con licencia para investigar
Detectives privados de 15 países europeos se reúnen en Madrid durante el fin de semana con la intención de estudiar sus problemas y reivindicar un campo de acción mas amplio
Si Allan Pinkerton, el escocés que en el pasado siglo abrió en EE UU la primera agencia de detectives privados del mundo, el hombre que fue espía de Abraham Lincoln y destruyó las primeras organizaciones sindicales de los mineros norteamericanos; si este personaje, en cuya empresa trabajó el escritor Dashiel Hammet, levantara cabeza y contemplara el espectáculo del congreso internacional de detectives, sin duda se sentiría orgulloso: sus herederos son gente de orden.
Ni Lew Archer, ni Pepe Carvalho, ni Germán Areta están en el congreso, porque, para empezar, sus andanzas aventureras se desarrollan en los territorios del papel y el celuloide y, además, porque, aunque fueran de carne y hueso, como sueñan sus admiradores, ellos van por libre y odian hasta la náusea. todo lo que huela a gremio, asociación, sindicato o similar. Así que en el 82 Congreso. Internacional de Detectives Privados, que durante este fin de semana desarrolla sus sesiones en un hotel madrileño, no se ven tipos con las ojeras y barbas que provocan tres días de trepidante investigación, trajes llenos de lamparones y voces aguardentosas de los que se desayunaron con whisky.
Los personajes de Ross McDonald, Vázquez Montalbán y José Luis Garci no son los únicos ausentes. Tampoco ha venido Tom Ponzi, detective italiano al que muchos relacionan con los bajos fondos sicilianos, quien, a comienzos de los años setenta, con ocasión de una reunión semejante, llegó a Madrid en su propia avioneta y en compañía de cuatro guardaespaldas y una corte de espectaculares muchachas. Y dicen los organizadores que si se le ocurriera presentarse lo echarían a patadas "por fantasma y mafioso".
En realidad, el congreso podría confundirse con una convención mundial de viajantes de comercio del ramo textil, aunque por la pasión de los asistentes hacia los últimas maravillas de la cibernética y la microelectrónica, también se diría que se trata de un seminario de la IBM. Los casi 150 detectives privados que a lo largo del viernes y sábado han desembarcado en Madrid, procedentes tanto de Francia, Israel o Austria como de Barcelona o Sevilla, son señores bien peinados y afeitados, que huelen a colonia de caballeros, lucen ropas compradas en grandes almacenes y se extasían ante los aparatos de detección de escuchas telefónicas, grabadoras a distancia o microordenadores que se exponen en la sala donde se desarrollan las sesiones de trabajo. Muchos, hasta traen a sus esposas e hijos.
100 kilos de paciencia y astucia
El escandinavo Gunnar Reklev es de los que han traido a su esposa, pero la cosa está más que justificada; ella, Mary Reklev, es también detective y trabaja en la agencia de su marido, la Oslo Private Etterforskningsbyra, una de las ocho existentes en Noruega, y cuyo anagrama es un búho que vela sobre el globo terráqueo. Gunnar Reklev, con sus 1,93 metros de altura y sus 100 kilos de peso, es el gigante del congreso internacional. Es también uno de los investigadores más reputados de Europa, desde que, hace cinco años, resolvió un caso de sabotaje a las plataformas petrolíferas que la compañía Elf tenía en el mar del Norte.
"Por cuenta de la Elf, y a la vista de que la policía no dedicaba tiempo a investigar en profundidad el misterioso hundimiento de una de las plataformas", dice Reklev, "desplacé a la zona a varios agentes, camufiados como trabajadores. Durante 15 días fueron mis periscopios". Las pesquisas de Reklev y los suyos permitieron averiguar que la propia compañía norteame
Con licencia para investigar
ricana que le instalaba a la Elf las plataformas era la autora de los sabotajes a fin de incrementar la duración de los trabajos y, por tanto, sus ingresos.Al reflexionar ahora sobre aquel caso, Reklev afirma que "cosas semejantes son normales en estos tiempos de gran competencia", y mueve, con gesto preocupado, su cabeza, una hermosa testa nórdica, encanecida en las sienes, ensanchada en la mandíbula y avivada en los ojos azules.
Reklev, 54 años, casado y con tres hijos, era inspector de la policía noruega hasta que un mal día para él intentó detener a un hombre de pareja corpulencia. El forcejeo debió de ser terrible, puesto que al policía le dejó una lesión en la región lumbar y la condena vitalicia a trabajos burocráticos en el cuerpo. "No pude aguantar mucho tiempo el estar alejado de la investigación en la calle y en 1965 abrí una agencia, donde trabajan mi mujer y otros cuatro investigadores. En Noruega, todo el mundo, salvo los condenados, puede ser detective privado. No existe nada parecido a una licencia oficial, pero, como muchos de nuestros colegas europeos, tampoco tenemos derecho a consultar los archivos policiales o usar armas de fuego. Al no poder recurrir a los medios de que disponen las autoridades, mucha paciencia y una cierta astucia se convierten en imprescindibles en esta profesión".
No todos los cuatro millones de habitantes de Noruega son, a tenor de los trabajos que desempeña Gunnar Reklev, ciudadanos respetuosos de las leyes e irreprochables contribuyentes. "Mis principales clientes son compañías de seguros que sospechan de la intencionalidad de un incendio o de la falsedad de una declaración de robo", explica el escandinavo, y luego añade que también les sigue la pista a personas desaparecidas de sus hogares de forma repentina y misteriosa. "La mayoría", remata con sonrisa pícara, "reaparecen, muy bien acompañados, en España o Italia".
Al 82 Congreso Internacional de Detectives Privados no han acudido los profesionales norteamericanos, que por sí solos suponen la mitad del censo mundial de investigadores, y eso resta representativad a la reunión. Pero los sabuesos españoles y europeos presentes en Madrid no están perdiendo el tiempo. La concesión de licencia de armas y de permiso para investigar posibles escuchas ilegales de teléfonos, así como la posibilidad de trabajar en delitos perseguibles de oficio, son algunos de los temas que hacen gastar más saliva a los congresistas. Agustín Cerezo, hijo, activo organizador del encuentro, explica la tercera reivindicación: "Se trataría de que los jueces autorizaran a los detectives a trabajar para clientes que quieren demostrar su inocencia. Por ejemplo, a trabajar para Escobedo en el asunto de los marqueses de Urquijo
"No somos; huelebraguetas"
Piensa Cerezo que por ahí está el futuro de la investigación privada en nuestro país, puesto que, en su opinión, están superados aquellos tiempos en que a los profesionales españoles se les llamaba huelebraguetas. "Con la despenalización del adulterio y la ley del divorcio casi nadie se acerca ya a una agencia de detectives para averiguar con quién se acuesta su señora. Y si lo hace es que es tonto o masoquista", dice.
Agustín Cerezo, madrileño de 33 años, casado y con un hijo, es el heredero de una tradición familiar que encarna, para muchos, lo que ha sido, hasta hace pocos años, la profesión de detective privado en España. Su padre, llamado del mismo modo, comenzó a trabajar como investigador al término de la segunda guerra mundial, en la que había participado en las filas de la División Azul, y ha sido durante décadas uno de los hombres fuertes del sindicato vertical de Actividades Diversas, en el que, junto a los serenos, estaban incluidos los detectives. Agustín Cerezo, padre, nunca ha ocultado su antigua amistad con el golpista García Carrés y sus buenas relaciones con la policía.
Su hijo, sin embargo, representa el modelo tecnocrático. Su despacho de la calle Preciados está empapelado de verde y enmoquetado de marrón, tiene muebles funcionales, con brazos y patas de metal cromado, y una foto del Rey Juan Carlos domina la escena. Y si se le pregunta a Cerezo, hijo, por sus materiales de trabajo responde mostrando una grabadora del tamaño de un paquete de cigarrillos, "traída de Canarias", que, según afirma, desempeña el mismo papel que el bolígrafo y la libreta para un periodista.
"Una buena agencia de detectives", continúa, "deber tener también un parque de vehículos de todo tipo, y un equipo de comunicaciones". El de Cerezo, legalmente adquirido y controlado por Telefónica", consiste en una estación base, situada en los despachos de la agencia; un repetidor, instalado en Carabanchel Alto; equipos de emisión y recepción en cada coche, y un buen surtido de minúsculos walkie-talkies portátiles. "También disponemos", prosigue el detective, "de cámaras fotográficas de todo tipo, aunque las usamos en contadas ocasiones para no violar el derecho constitucional a la propia imagen".
Confusión con policías
Agustín Cerezo, hijo, viste trajes de color marrón y luce gafas de concha y barba negra bien recortada. "Empecé a los 21 años como auxiliar de mi padre, al tiempo que terminaba mis estudios de decorador", cuenta. "Durante mi aprendizaje del oficio me dedicaba a plantones, que es como llamamos en nuestro argot a la vigilancia de las salidas y entradas de una persona de un edificio. Luego hice informes laborales y de conducta, y al cumplir los 25 años realicé el examen de aptitud para detective privado en el Sindicato de Actividades Diversas".
El ejercicio consistió en un examen oral de temas de Derecho y en el planteamiento escrito de una investigación sobre un conflicto matrimonial, ante un tribunal compuesto por un representante del sindicato vertical, dos comisarios de policía y, dos detectives en ejercicio. Cerezo superó las pruebas y, desde entonces, está autorizado a usar el documento de identidad de los detectives españoles, una cartera de piel negra con una placa metálica donde se ven un águila planeando sobre un libro, un microscopio y una espada. "En la práctica, la documentación sólo la mostramos a la policía y en organismos oficiales, porque sacarla delante de un españolito de a pie supone que se asuste porque te confunde con un policía, y nosotros no podemos ir cantando la Traviata ante todo el mundo".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.