El ombligo del aire
Jesús Quintero, El loco de la colina, volvió la noche del lunes a los vientos nocturnos de España, y volvió mal. Tal vez notó el cambio de domicilio, o tal vez el mes de paréntesis de su traslado de RNE a la SER le hizo meditar las cosas -"Esta noche tengo el miedo de Curro Romero" o "El frío es un buen consejero, pero es frío"- y, para no fallar la tacada, se puso a sí mismo carambolas demasiado fáciles. Comenzó y terminó por todo lo alto -"Soy un charlatán venido a más"-, parodiando el "Ser o no ser" de Hamlet.Se defendió hábilmente de quienes le han atacado por vender su primogenitura por un plato de lentejas -plato que, según su materna competidora en Radio Miramar, Encarna Sánchez, es imposible que contenga cuatro millones mensuales de amarracos- le yendo sus ataques. Y buscó a sus viejas, y bien ganadas, clientelas con nuevos aires hamletianos: .¡Celebrad que respiramos! ¡Locos de las ciudades, encended las luces de vuestras ventanas; locos del mar, haced sonar las sirenas de vuestros barcos; locos motorizados, apretad los cláxones; presos, haced sonar vuestros tenedores contra vuestras rejas!". Así finaliza él nuevo Hamlet.- que la campana anuncie al cañón, el ca ñón a los Cielos y los Cielos a la Tierra, que el príncipe Quintero ha vuelto. Remató la faena con una sobredosis de sedantes -"¡Soy un Valium 10; soy un porro gratuito; soy una tila!" ' que le sirvió para delímitar la fuerte identidad de su programa frente al desmembrado hueco de tiempo que, un puñado de ondas más abajo, antes fue el suyo y ahora ocupan unos díscolos herederos -Ferreras y Muñoz- que proporcionan sesiones de radio antípoda, crispadas y a veces crispantes, de zarpazos, malos y buenos, pero auténticos. Y todo por la vía indirecta, aludiendo sin aludir. Quintero anduvo demasiado pendiente de sus zapatos y se olvidó de sus pies. No es casual que el núcleo de su emisión fuera una entrevista con José Luis Sampedro, hombre brillante, inteligente y simpático donde los haya, además de prodigioso conversador:Quintero: %Sabe que le he llamado porque sabe de todo?".
Sampedro: "De todo, no. De ginecología no sé nada. Tampoco de mecánica celeste".
Y de todo hablaron, salvo de ginecología y de mecánica celeste. Hablaron de Neruda; del imperio Austrohúngaro; de Humphrey Bogart; de la utopía; de los nietos; de la economía; de la felicidad; de un sepulturero de Santander; de la jubilación a los 13 años -"un poco tardía", según Sampedro-; de la moderación; de los intelectuales; de los bidones donde al final de su vida daba mítines Jean-Paul Sartre; de la socialdemocracia; del tedio.Eligió Quintero, con su.habitual sagacidad, a Sampedro para poder hablar, a través de él, de sí mismo. El don de la locuacidad tiene sus leyes, y son un poco esotéricas cuando se ejercitan ante un micrófono. El arrollador verbo de Sampedro ofrece su fuerza sólo cuando dialoga. De ahí que Quintero le sometiera a una treta sutil, como todas las suyas: fingió que le llamaban por teléfono y dejó durante tres minutos a solas ante el micrófono al infalible dialogante, condenándolo al monólogo. Sampedro se puso nervioso, naufragó, y pidió árnica incluso en mórse.Es ésta una treta escénica típica de los divos zorros. Éstos, en los momentos cumbre, se van, hacen mutis, según la jerga, y vacían literalmente con su ausencia la escena. Al irse y dejar desamparado -un yo puro, sin un otro en que apoyarse- a su interlocutor, Quintero engendró, como lo hacía María Guerrero, con viejas y arteras artes,. una fuerte necesidad de sí mismo en el invitado, y, a través de él, en el radioyente. Quintero volvió, a los tres minutos exactos, riendo a carcajadas y, con él, volvió la tila. El entrevistador se había convertido en eje de la entrevista y el entrevistado en víctima de ella. Quintero, tal vez algo inseguro por ser su primera noche después de un mes de silencio, nos enseñó el ombligo. "Tengo el ego desbocado esta noche", ironizó. Pero secretamente hablaba en serio. "Comencé mi comedia siendo yo mi único actor, y la terminaré siendo yo su único espectador". Este inteligente hombre de radio huele, cuando realmente le acecha, el peligro.
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