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Reportaje:

'Sueños de Invierno' exigió una evolución psicológica constante en los montañeros

Antonio Guerrero

Hace ya bastantes horas que finalizó la escalada. Ahora, una vez descansados y en la tranquilidad de la vida cotidiana en Murcia, los protagonistas de esta aventura, José Luis García Gallego y Miguel Ángel Díez Vives, reflexionan sobre todo lo que han pasado. Vestidos normalmente, despojados de la ropa de forro polar, se les ve casi diferentes, algo más delgados, como un par de amigos pertenecientes a la tuna de su facultad. Están saboreando los laureles de su éxito, al abrir una vía que cuando la planteó Carlos García Gallego, hermano de José Luis, éste la calificó de "imposible".Hay un aspecto del que quizá se ha hablado poco desde que bajaron de la cima del Naranjo y que, para ellos, es fundamental, el psicológico. "La lucha psicológica que mantuvimos en la pared es la más grande que hemos tenido que superar. Al final sufrimos bastante". Antes de comenzar a escalar se mentalizaron sobre el hecho de permanecer allí entre 35 y 40 días, pero esto les dio una idea abstracta de lo que iba a ser, porque siempre resulta distinto.

De cualquier manera, los primeros días los soportaron muy bien, ya que iban mentalizados. Aunque al principio habían tenido algunas tormentas, al llegar al día 30 de permanencia en pared pensaban que quizá pudieran terminar la escalada en 40. "Nadábamos en la ignorancia total", dice José Luis. "Cuando llegamos al día 40 tuvimos una fase de decaimiento que duró hasta el 50, porque nos dábamos cuenta de que las tormentas eran una pasada y esto iba para largo".

A partir del día 50 llegó la evolución mayor, ya que se mentalizaron ante la situación y pensaron "como si son 200 días, mientras tengamos comida nos da lo mismo". Entraron en una fase en la que todo les daba lo mismo. "Es la fase en la que nos hemos sentido más lejos del mundo, porque era como sentirse preso de la montaña. Pero como vivíamos momentos buenos, nos sentíamos presos, pero a gusto. Hasta nos daba igual cuando nos decían que llegaba una tormenta de siete días".

El único problema de ese estado de pasotismo fue que no emplearon por completo algunos días en los que, por hacer buen tiempo, podían haber escalado desde muy temprano, "nos levántabamos a las siete, nos vestíamos y comenzábamos a hablar hasta la una". Y reconocen que debían haber estado obsesionados por progresar, igual que cuando estaban en el desplome. Sin embargo, "nos tirábamos hablando cinco o seis horas y estábamos a gusto. Nos sentíamos totalmente apartados del mundo".

En la escalada hay unas cotas de cansancio físico que son bien conocidas por los montafieros, por referencia a otras escaladas en las que se han encontrado cansados. Sin embargo, a partir del día 60 en pared, comenzaron a sentir unos síntomas totalmente desconocidos para ellos, "esto nos asustó y nuevamente comenzamos a pensar en la cumbre casi obsesivamente. Había que salir como fuera, escalando incluso bajo la tormenta".

Dormir algo, imposible

De todos los síntomas de cansancio que tenían -dolor de articulaciones, desfallecimientos, etc-, el que más les asustó fue la conjuntivitis, que señala una clara carencia de vitamina A, la cual se manifiesta en los ojos y puede provocar cegueras temporales.Cuando se les pregunta por lo que más echaron de menos, en un plano material, durante su escalada, la respuesta es tajante: una cama. Es la reacción lógica después de 69 días en la hamaca en la que, según José Luis, "la noche que más he dormido fueron tres horas seguidas". Los 20 primeros días no pudieron dormir nada. Después se acostumbraron algo al dolor del cuerpo con el que se levantaban, "cada mañana sentíamos esa sensación de decir qué mal he dormido", pero jamás descansaron bien.

"La noche 60 fue terrible. Desde hacía varios días soñábamos con llegar a Rocasolano y, al hacerlo, saltó un viento que, junto con el cansancio físico, nos impidió dormir a pesar de nuestros esfuerzos, por lo que a las cinco de la madrugada nos sentamos y nos pusimos a hablar hasta que amaneció". Además, Rocasolano estaba cubierta de hielo en pendiente, por lo que ni siquiera pudieron caminar o sentarse como esperaban.

Dentro de la hamaca, cuando no estaban durmiendo, la incomodidad también era grande. Al estar sentados durante muchas horas, sin poder respaldarse contra nada, les dolía la espalda. Incluso si se colocaban algo como respaldo, tenían que hacer fuerza con el cuello pues no podían apoyar la cabeza. Sin embargo, el mejor momento del día, según ellos, era cuando regresaban a la hamaca, "la escalada se realizaba con mucho frío y, en esas condiciones, cada día es una aventura. En la pared, durante la escalada, tampoco podías relajarte ya que la configuración de la pared lo impedía".

Ahora la aventura del Naranjo ha terminado felizmente. No le dan gran importancia a ser famosos y están preparando nuevas expediciones, de las que no quieren hablar en principio porque, como dicen los montañeros, "hay un tipo de alpinismo que, si te vas del pico no lo coges".

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