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Reportaje:

Museo de policías y ladrones Recorrido por un siglo de historia del crimen en España

Contemplar las armas con las que Jarabo mató a cuatro personas o descubrir los ingeniosos mecanismos con los que ETA camufla las llamadas cárceles del pueblo será posible en fecha próxima, de cumplirse los propósitos de los actuales responsables de la seguridad del Estado, que han anunciado su intención de abrir al público el Museo de la Policía, situado en la calle de Miguel Angel, de Madrid. En la actualidad este centro, donde se conservan interesantes documentos de un siglo de historia del delito en España, sólo es accesible a funcionarios policiales y criminólogos. En el museo se guardan también testimonios de la actividad policial, como un bastoncito de mando, precursor de las actuales placas-insignia, o las primeras cámaras fotográficas usadas para reseña de detenidos.

El 7 de noviembre de 1893 el anarquista Salvador Franch arrojó una bomba en el teatro Liceo de Barcelona, causando una gran mortandad entre los asistentes a la representación de la ópera Guillermo Tell. Con esta acción terrorista contra una de las instituciones, más entrañables de la burguesía catalana, Franch quería vengar la reciente ejecución de su correligionario Paulino Pallás supuesto autor de un atentado contra la vida del capitán general de Cataluña. Salvador Franch siguió el mismo camino que Pallás y acabó sus días ejecutado a garrote vil en la prisión de Barcelona. Hoy los restos del artefacto que empleó en aquella sangrienta revancha están ex puestos en el Museo de la Policía, situado en la madrileña calle de Miguel Ángel. Se trata de una carcasa partida en dos y con forma de pequeño satélite artificial, que en su día estuvo rellena de metralla.En la ultimas décadas del pasado siglo y en las primeras del presente, el principal problema de orden público en España lo constituían los atentados realizados por los libertarios partidarios de lo que se llamaba acción directa. El Museo de la Policía guarda notables testimonios de ello, uno de los cuales hace referencia al legendario Buenaventura Durruti, líder de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).

En una vitrina del museo se muestra una pistola del calibre 6,35,milímetros que le perteneció. Acompaña a esta pieza una reproducción fotográfica de una página del boletín oficial de los cuerpos de Vigilancia y Seguridad del 4 de marzo de 1925, en la que se ordena la búsqueda y captura de Buenaventura Durruti Domínguez, nacido en León en 1897, soltero, ajustador mecánico de profesión, al que se califica de "sindicalista-pistolero muy peligroso". De él se dice que responde al apodo de Gorila y que tiene una cicatriz en la mano derecha, producto de un balazo.

Visitar el Museo de la Policía es viajar a través de un siglo de la historia de la delincuencia común y política española. El museo se creó en 1925, como un departamento adscrito a la primera escuela de Policía que mereció ese nombre en nuestro país, según informa su actual conservador, el comisario retirado Antonio Viqueira, y ha sido lugar obligado de peregrinación para la práctica totalidad de los policías españoles de las últimas seis décadas. Hoy por hoy, el museo sólo es accesible a los funcionarios del Cuerpo Superior y a estudiantes de criminología, pero Rafael Vera, director de la Seguridad del Estado, y Rafael del Río, director general de la Policía, tienen proyectada su instalación en un espacio más amplio y su apertura al público.

El crimen del expreso

Las deficientes condiciones de conservación de este singular museo han hecho que se perdiera, hace ya mucho tiempo, la cama en que Antonio Teruel guardó el producto del robo al tren expreso de Andalucía, uno de los casos criminales más sonados de los ocurridos durante la dictadura de Primo de Rivera. Sin embargo, aún se conservan allí notables documentos escritos y fotográficos que permiten reconstruir aquella historia.La dictadura de Primo de Rivera daba sus primeros pasos cuando, en la noche del 11 al 12 de abril de 1924, fue asaltado y desvalijado el vagón de Correos del expreso de Andalucía, que transportaba unas 200.000 pesetas de la época, destinadas a la paga del Ejército de África. En el vagón viajaban los funcionarios de Correos Santos Lozano y Daniel Ors, que fueron asesinados a palos por los ladrones. Según pudo averiguar en su momento el comisario Mariano Molina, Lozano y Ors cometieron un error que para ellos sería fatal: permitir que en Madrid subieran en el vagón José Sánchez Navarrete, también funcionario de Correos, y cuatro amigos suyos. Los cinco polizones entretuvieron las primeras horas del viaje jugando a las cartas con los ingenuos funcionarios, y al caer la noche revelaron sus auténticos propósitos, golpeándoles mortalmente y destripando las sacas que contenían el dinero. El espantoso asesinato se descubrió al llegar el tren a la estación de Córdoba.

No tardó demasiado tiempo el comisario Molina en, detener a Sánchez Navarrete y a tres de sus compañeros, quienes fueron ejecutados al poco tiempo, sin que valieran las peticiones de clemencia del padre del primero, un coronel de la Guardia Civil. El quinto miembro de la banda fue encontrado en su domicilio de la calle de Toledo de Madrid, pero nunca llegó a ser juzgado y condenado, ya que cuando irrumpió la policía se pegó un tiro, justamente encima de la cama en cuyos barrotes estaba escondido el botín de aquel golpe. "Entonces no había televisión", dice Viqueira, "pero la noticia corrió de boca en boca, conmocionando a toda España". Antonio Viqueira, madrileño, ingresó en la policía hace 45 años, y asegura con cierta nostalgia que los delincuentes habituales de su época "jugaban más limpio, sabían perder y eran más respetuosos con los agentes de la autoridad". Se refiere fundamentalmente a los carteristas, timadores y estafadores que, hasta hace bien poco, protagonizaban la mayoría de los delitos contra la propiedad. El museo de la calle de Miguel Ángel guarda algunos curiosos recuerdos de su actividad, como un extraño artilugio hecho con cajas de madera, retortas y bombillitas, que se usaba para el llamado timo de la química, consistente en venderle a un incauto una supuesta máquina para fabricar billetes. También hay allí una cartera que le fue sustraída a José González Soriano un día de los años cincuenta y que recibió posteriormente, por correo, con los documentos y una nota escrita a mano en la que se lee: "Otra vez tenga más dinero".

Bidones de hojalata

El estraperlo de la posguerra ocupa también su lugar en el Museo de la Policía. Entre otras piezas, destacan particularmente unos bidones de hojalata de forma cóncava y unos 30 centímetros de anchura que las mujeres podían colocarse en el vientre, bajo la ropa, para simular que estaban embarazadas. Estos bidones, ocupados en 1947, permitían transportar pequeñas cantidades de aceite. De la misma época data un instrumento utilizado para desenroscar las bombillas de las farolas callejeras y que consiste en un simple palo con una pinza al final. Eran aquellos tiempos en que hasta una perilla tenía tan alto valor que merecía la pena ser robada.Los delincuentes españoles han demostrado en el último siglo un ingenio asombroso. El transporte de estupefacientes mediante preservativos introducidos en el recto o la vagina, actualmente muy en uso, ya tuvo, por ejemplo, unos curiosos antecedentes en los años veinte, bautizados como plantes. Eran los plantes unos pequeños cilindros metálicos con taponcito de rosca, de tamaño apenas superior a un supositorio, que José María López, alias el Macías, empleaba para introducir ilegalmente en España piedras preciosas.

Una 'cárcel del pueblo'

Para el actual conservador del museo, el comisario Viqueira, el cuchillo y las dos pistolas con los que José María Jarabo cometió cuatro homicidios en Madrid guardan recuerdos particulares, puesto que él participó activamente en la resolución del caso. "Jarabo era hijo único de una familia ejemplar, distinguida y honrada", dice, "pero tenía espíritu aventurero y llevaba una vida irregular, incluyendo él consumo de morfina". A la vuelta de una prolongada estancia en América, Jarabo recibió de una amiga un diamante para que lo conservara en depósito, pero, acuciado por la necesidad de dinero, lo empeñó en Jusfer, una casa de compraventa de la madrileña calle de Sáinz de Baranda.Un día de julio de 1958, su propietaria legítima reclamó el diamante y a Jarabo no se le ocurrió otra cosa que robarlo. Para ello se presentó en el domicilio de uno de los dos copropietarios de Jusfer y le mató a tiros, junto con su esposa y una chica de servicio. Luego, cogió las llaves de la tienda y entró en ella, pero no pudo abrir la caja fuerte, por lo que esperó al otro dueño y le apuñaló mortalmente, sin que tampoco pudiera conseguir su objetivo.

"La pista que resolvió el caso", recuerda Viqueira, "fue una chaqueta llena de sangre que Jarabo dejó para limpiar en una tintorería de la calle Orense. Eso le perdió". Jarabo fue ejecutado a garrote vil en la prisión de Carabanchel. El caso tuvo una gran repercusión ciudadana, y no sólo por el hecho del cuádruple homicidio, sino por que entonces era ministro de Justicia un tío carnal del ejecutado, que se mantuvo completamente al margen de esta triste historia.

El terrorismo etarra es, hoy por hoy, el principal reto con el que se enfrenta la policía española, y así lo refleja la ultima sección del museo.

Entre otros testimonios, se exponen allí los cuatro proyectiles ,extraídos del cuerpo de Melitón Manzanas, primer inspector de policía asesinado por ETA. Al lado de estas balas se encuentra la pistola con la que fueron disparadas, en Irún, el 2 de agosto de 1968, y también los documentos profesionales de Manzanas.

Y, como un signo de los tiempos, la última incorporación del museo es un aparato accionado por motor eléctrico que servía para subir y bajar un falso pavimento, bajo el cual se ocultaba una de las llamadas cárceles del pueblo (lugares utilizados por ETA para ocultar a sus secuestrados.)

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